La promesa del Espíritu

 


Por Josué I. Hernández

 
“Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hech. 2:39, LBLA).

 
En consideración del contexto, entendemos que la promesa a la cual hacía referencia el apóstol Pedro es la indicada en el versículo anterior, “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Pedro había respondido una pregunta que fue presentada por los piadosos compungidos, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37), y Pedro les motivó con la divina promesa de perdón en Cristo (cf. Gal. 3:14). Alcanzarían el perdón de los pecados si obedecían al evangelio. El apóstol Pedro estaba usando las llaves del reino de los cielos (Mat. 16:19), llaves que, por cierto, habían sido conferidas a todos los apóstoles (Mat. 18:18).  
 
Pedro hablaba guiado por el Espíritu Santo, el cual lo había empoderado, junto a los demás apóstoles, tal como Cristo lo había prometido (Hech. 1:1-8; cf. Luc. 22:29,30; Jn. 20:22). Pedro y los demás apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo ese mismo día (Hech. 2:4).  
 
La salvación, es decir, la remisión de los pecados, es una promesa universal para todos. Como dijo Pedro, “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech. 2:39). Por lo tanto, al leer con cuidado, entendemos que no se estaba prometiendo alguna expresión sobrenatural por el Espíritu Santo, sino que se estaba indicando la promesa de perdón por la fe en Jesucristo como Señor, “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:38; cf. Hech. 2:21; 22:16).
 
Anteriormente, fue indicada otra promesa del Espíritu Santo la cual recibió Jesús, “Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hech. 2:33). Esta promesa fue que toda potestad fue dada al Santo Hijo de Dios (Mat. 28:18), luego de su resurrección (Hech. 2:25-31) cuando se sentó a la diestra del Padre (Sal. 110:1; cf. Hech. 2:34-36).
 
El punto es que “la promesa del Espíritu” que recibió Cristo (Hech. 2:33) no era el Espíritu Santo mismo, sino el cumplimiento del ofrecimiento, o compromiso, que el Espíritu Santo había manifestado en las profecías respecto a su persona. Así también, la promesa del Espíritu mencionada en Hechos 2:39 es el compromiso de perdón para todos los que obedezcan al evangelio de Cristo.
 
La promesa de perdón es ofrecida a todos, pero no es otorgada a todos (cf. Mat. 22:16; 23:37; Jn. 7:17). Muchos, simplemente, no quieren perdón y rechazan la promesa del Espíritu. Dios llama por el evangelio a todos (cf. 2 Tes. 2:14; Tito 2:11; Mar. 16:15), pero no obliga a ninguno a aceptar su oferta de salvación (cf. Apoc. 3:20).