“Porque la
promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están
lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame” (Hech. 2:39, LBLA).
En consideración del contexto,
entendemos que la promesa a la cual hacía referencia el apóstol Pedro es la
indicada en el versículo anterior, “Pedro les dijo: Arrepentíos,
y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de
los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hech. 2:38). Pedro
había respondido una pregunta que fue presentada por los piadosos compungidos, “Varones
hermanos, ¿qué haremos?” (Hech. 2:37), y Pedro les motivó con la divina
promesa de perdón en Cristo (cf. Gal. 3:14). Alcanzarían el perdón de los pecados si obedecían
al evangelio. El apóstol Pedro estaba usando las llaves del reino de los cielos
(Mat. 16:19), llaves que, por cierto, habían sido conferidas a todos los
apóstoles (Mat. 18:18). Pedro hablaba guiado por el
Espíritu Santo, el cual lo había empoderado, junto a los demás apóstoles, tal
como Cristo lo había prometido (Hech. 1:1-8; cf. Luc. 22:29,30; Jn. 20:22). Pedro
y los demás apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo ese mismo día (Hech.
2:4). La salvación, es decir, la
remisión de los pecados, es una promesa universal para todos. Como dijo Pedro, “Porque
para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hech. 2:39). Por lo tanto,
al leer con cuidado, entendemos que no se estaba prometiendo alguna expresión
sobrenatural por el Espíritu Santo, sino que se estaba indicando la promesa de
perdón por la fe en Jesucristo como Señor, “Arrepentíos, y bautícese cada
uno de vosotros en el nombre de Jesucristo” (Hech. 2:38; cf. Hech. 2:21; 22:16). Anteriormente, fue indicada otra
promesa del Espíritu Santo la cual recibió Jesús, “Así que, exaltado por la
diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo,
ha derramado esto que vosotros veis y oís” (Hech. 2:33). Esta promesa fue
que toda potestad fue dada al Santo Hijo de Dios (Mat. 28:18), luego de su
resurrección (Hech. 2:25-31) cuando se sentó a la diestra del Padre (Sal. 110:1;
cf. Hech. 2:34-36). El punto es que “la promesa
del Espíritu” que recibió Cristo (Hech. 2:33) no era el Espíritu Santo
mismo, sino el cumplimiento del ofrecimiento, o compromiso, que el Espíritu Santo
había manifestado en las profecías respecto a su persona. Así también, la promesa
del Espíritu mencionada en Hechos 2:39 es el compromiso de perdón para todos
los que obedezcan al evangelio de Cristo. La promesa de perdón es ofrecida
a todos, pero no es otorgada a todos (cf. Mat. 22:16; 23:37; Jn. 7:17). Muchos,
simplemente, no quieren perdón y rechazan la promesa del Espíritu. Dios llama
por el evangelio a todos (cf. 2 Tes. 2:14; Tito 2:11; Mar. 16:15), pero no
obliga a ninguno a aceptar su oferta de salvación (cf. Apoc. 3:20).