El pecado imperdonable

 


Por Josué I. Hernández

 
Durante su ministerio terrenal Jesús enfrentó una gran oposición de los líderes religiosos. Fariseos y herodianos conspiraron para destruirlo (Mar. 3:6), y escribas de Jerusalén lo acusaron de usar poder demoniaco (Mar. 3:22; cf. Mat. 12:24).
 
En Marcos 3:22-30 Jesús respondió con una sencilla pero potente argumentación: 1) Si Satanás echa fuera los demonios estaría trabajando contra sí mismo (Mar. 3:23-26). 2) Por el contrario, echar fuera demonios era la demostración del atamiento de Satanás y su posterior derrota (Mar. 3:27; cf. Heb. 2:14-18; Col. 2:15; Ef. 4:7,8).
 
En esta ocasión Jesús mencionó un pecado para el cual no hay “jamás perdón”, la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mar. 3:28,29; cf. Mat. 12:31,32). Estas palabras de Jesús han preocupado a muchos, y queremos entender.
 
El pecado imperdonable en aquel entonces
 
Todos podemos estar fácilmente de acuerdo asumiendo que este pecado imperdonable Jesús lo describió como una blasfemia (reproche, insulto, injuria, calumnia) contra el Espíritu Santo (Mar. 3:29). Sencillamente, el habla injuriosa de estos enemigos de la fe daba a conocer su mentalidad (Mat. 12:33-37).
 
Marcos especifica cual fue la blasfemia: “Porque ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo” (Mar. 3:30). Es decir, atribuyeron la obra de Dios a Satanás (cf. Mat. 12:28; Luc. 11:20).
 
Estaban llamando “Beelzebú” al Espíritu Santo, negando que Jesús era verdaderamente el Salvador profetizado, cerrando sus ojos a la evidencia, con lo cual se sacudieron de toda esperanza de perdón que solo es posible a través de Jesús (cf. Jn. 14:6; Hech. 4:12).
 
En resumen, el pecado imperdonable fue creer y afirmar que el Espíritu Santo era de hecho Satanás. Este pecado fue la consecuencia misma de un rechazo de la obra redentora de Cristo. Cada palabra que él dijo, la cual era confirmada con sus milagros, fue rechazada. ¿Hay perdón para quién rechaza la verdad (cf. Jn. 8:31,32; Ef. 1:13)?
 
El pecado imperdonable en la actualidad
 
Alguno preguntará, “¿se puede cometer este pecado hoy?”. Difícilmente se podría cometer de igual manera semejante pecado. La blasfemia contra el Espíritu Santo fue un pecado cometido cuando Jesús estaba en la tierra realizando milagros y llevando adelante el plan de redención. Dado que él no está físicamente en la tierra hoy, expulsando demonios, la misma posibilidad de blasfemar es prácticamente nula.
 
Personas preocupadas, e incluso aterradas, por la posibilidad de cometer el pecado imperdonable, sencillamente, no podrían cometer tal pecado. El hecho de que estén angustiados con semejante posibilidad, indica que no podrían ser culpables de tal blasfemia contra el Espíritu Santo.
 
Debemos tener en cuenta tres cosas. En primer lugar, la naturaleza del pecado imperdonable consiste en atribuir lo que obviamente es obra del Espíritu Santo al mismo Satanás.
 
En segundo lugar, la blasfemia contra el Espíritu Santo no es una duda momentánea o una actitud escéptica, sino la condición de un corazón opuesto a la obra de Dios (el cual señala a Jesús como el Salvador del mundo).
 
Por último, debemos recordar que los líderes religiosos no estaban preocupados, mucho menos, angustiados, por el pecado que cometieron. Es más, lo hicieron adrede y sin experimentar alguna culpa. En cambio, la persona preocupada por haber desagradado a Dios está en una situación diferente y debe obedecer al evangelio para solucionar su problema y alcanzar la gracia de Dios (Rom. 1:5,16; Heb. 5:9).
 
¿Cuál sería el equivalente de la blasfemia contra el Espíritu Santo? El pecado cometido deliberadamente del cual alguno se niega a arrepentirse a pesar de las muchas oportunidades. Dicho de otra manera, todo pecado del cual alguno no se arrepiente es un pecado que lo condenará, porque lo comete:
  • Abiertamente (Heb. 6:6).
  • Continuamente (Heb. 10:26).
  • Voluntariamente (Heb. 10:26; Sant. 4:17).
  • A sabiendas (Heb. 6:4; 10:26).
  • Rebelando, por lo tanto, una condición espiritual de rebeldía (Heb. 10:29).
 
“si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados” (Heb. 10:26-31; cf. Heb. 6:4-6).
 
El apóstol Juan afirmó, “Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida” (1 Jn. 5:16,17). En este caso, entendemos que el pecado de muerte, o que lleva a la muerte eterna, es el pecado del cual alguno no se arrepiente ni confiesa (cf. 1 Jn. 1:9; Hech. 8:22). “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13).
 
Conclusión
 
Muchos se preocupan por no blasfemar contra el Espíritu Santo, pero descuidan su obediencia a Cristo (cf. Mat. 7:21-23).
 
La gente debería estar más preocupada por cualquier pecado, al que se comprometen a sabiendas, del cual se niegan a arrepentirse, por ejemplo, negarse a obedecer al evangelio (1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:9).