El testimonio apostólico

 


Por Josué I. Hernández

 
“Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros, como a sentenciados a muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres. Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados. Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Cor. 4:9-13).

 
Los críticos escépticos han argumentado que los apóstoles inventaron el evangelio. La idea tiene múltiples fallas lógicas.
 
¿Cómo es posible que un puñado de hombres con poca educación formal conciba el mayor conjunto de principios éticos jamás conocido, los cuales contradecían el pensamiento más avanzado de su época?
 
¿Cómo crearon el personaje ideal que vivió perfectamente aquellos principios, nuevamente, en contraste con los ideales de su propia cultura?
 
¿Por qué insistían en que hablaban según las instrucciones de Dios (cf. 1 Cor. 14:40; Gal. 1:11,12) en lugar de buscar gloria y fama personal?
 
¿Por qué sufrieron tanto por una causa que sabían que era un fraude? Piénselo detenidamente. Su predicación no los hizo avanzar socioeconómicamente, por el contrario, lo perdieron todo, incluso, sus propias vidas. Bajo la más fuerte oposición, ninguno se retractó de alguno de los principios que predicaban. Los hombres racionales no hacen tales sacrificios por lo que saben que es falso.
 
La conducta de los apóstoles testifica inequívocamente que creían que Jesús era quien afirmó ser: El Santo Hijo de Dios, El Salvador del mundo, quien murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, de lo cual los apóstoles son testigos (Hech. 1:8).