“Y éstos son los que fueron sembrados en buena
tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta,
y a ciento por uno” (Mar. 4:20).
Por Josué I. Hernández
En el sermón del monte el Señor comparó el corazón con el suelo (cf. Luc.
8:15) y la semilla con la palabra de Dios (Luc. 8:11), y dijo que el sembrador
es quien siembra la palabra (Mar. 4:14). Luego de exponer la clase de corazones en los cuales es imposible que la
palabra de Dios fructifique y perdure, corazones que fueron comparados con
suelos tales como, tierra endurecida, tierra pedregosa y tierra espinosa (Luc.
8:4-8), el Señor indicó una clase de corazón el cual es “buena tierra” (Mat.
13:23; Mar. 4:20; Luc. 8:15), tierra óptima para “la palabra de Dios” (Luc.
8:11), la simiente incorruptible que produce el nuevo nacimiento (1 Ped. 1:23;
Sant. 1:18) y lleva mucho fruto (Col. 1:5,6). “Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto,
pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno” (Mar. 4:8). “Aquí está la situación deseable. La semilla cae en tierra bien preparada,
y por eso buena, que permite que la semilla fácilmente eche raíz y produzca la
planta normal no impedida por la presencia de nada que le ahogue o estorbe en
su crecimiento” (B. H. Reeves). “En esta parábola Jesús les presenta un retrato de ellos mismos; pone
delante de sus ojos el espejo para que puedan ver cómo eran (qué clase de
oyentes eran). Les cuenta una historia acerca de ellos mismos y de cómo ellos
oyen la palabra. ¿Cómo recibirían su enseñanza? De la misma manera en que los
varios terrenos de Judea recibían la semilla del sembrador” (W. Partain). La “buena tierra” es la clase de corazón de“los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a
treinta, a sesenta, y a ciento por uno” (Mar. 4:20; cf. Luc. 8:15). Esta clase de persona oye el
divino mensaje, se esfuerza por entender, y retiene en su corazón la palabra,
para dar fruto con perseverancia (cf. Mat. 13:23; Luc. 8:15). Esta forma de
recibir y retener la palabra es particular (cf. Hech. 16:14,15; 17:11; Ef. 3:4;
5:17). Dios bendice el esfuerzo del corazón por comprender el
celestial mensaje, “lleva fruto y crece… llevando fruto en toda buena obra”
(Col. 1:6,10). “La que cayó en buena tierra no es como la que cayó junto
al camino, porque sí entiende. No es que tenga intelecto superior, sino
atención superior. No es como la que cayó en la capa delgada de tierra sobre
una piedra, porque sí echa raíces y no es vencida por las pruebas de la vida.
No es como la que cayó entre espinos, porque evita el afán y el engaño de las
cosas materiales. Es la única que lleva fruto” (W. Partain). En fin, el efecto de la palabra de Dios depende del
corazón de quienes oyen. Por esta razón, luego de hablar a toda la multitud,
Cristo se dirigió al individuo diciendo, “El que tiene oídos para oír, oiga”
(Mar. 4:9).