Por Josué I. Hernández
Después de un día lleno de actividad, Jesús y sus
discípulos subieron a una barca para navegar al otro lado del mar de Galilea
(Mar. 4:35,36) y se levantó una gran tempestad de viento (Mar. 4:37), pero Jesús
estaba durmiendo. Entonces, sus discípulos lo despertaron temiendo por sus
vidas (Mar. 4:38). Levantándose Jesús, reprendió al viento y calmó el mar (Mar.
4:39), luego, reprochó a sus discípulos por el miedo que expresaron debido a su
falta de fe (Mar. 4:40). Llenos de temor, los discípulos asombrados se decían
el uno al otro, “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?”
(Mar. 4:41).
No estamos exentos de tempestades
Enfrentamos tormentas peligrosas porque somos humanos. El
ser discípulos de Jesús no eliminará las “tormentas de la vida”. Simplemente, vivimos
en un mundo donde hay muchas tormentas, tanto literales como figurativas, y en algún
momento seremos azotados por la tempestad. Por ejemplo, el apóstol Pablo
experimentó muchas tormentas en su vida (2 Cor. 11:23-28).
El cristiano no sólo sufre en el mundo, como los demás
mortales, sino que también por los del mundo (Jn. 15:18,19). Jesús advirtió a
sus discípulos respecto a esto (Jn. 16:33; cf. Mat. 7:24-27). Por lo tanto, no
es extraño aprender cómo los primeros cristianos fueron advertidos de las
pruebas que les sobrevendrían (Hech. 14:22; 2 Tim. 3:12). El apóstol Pedro dijo
que no debemos sorprendernos cuando nos azote la prueba (1 Ped. 1:6,7; 4:12).
Jesús nos ayuda a superar las tempestades
Por la fe. Durante las tormentas es fácil reaccionar con miedo (cf. Mar. 4:38) lo
cual indicaría falta de fe (Mar. 4:40; cf. Mat. 14:30,31). Sin embargo, somos
guardados por Dios mediante la fe (1 Ped. 1:5; cf. Jud. 21), es decir, mediante
la confianza en él mediante su palabra (Heb. 11:1,6). Por lo tanto, debemos
esperar en el Señor (cf. Is. 40:30,31; 2 Cor. 12:8-10; Fil. 4:13).
Mediante su palabra. La palabra de Cristo nos prepara para las tormentas (Mat.
7:24-27), nos instruye cómo orar (Mat. 6:5-8), nos enfoca (Mat. 6:33; cf. Jn. 8:29;
14:27; 16:33) y nos motiva (1 Cor. 10:13). La palabra de Cristo es la fuente de
la fe (Rom. 10:17; cf. Jn. 20:31; Hech. 15:7).
Mediante la oración. La Biblia dice que Cristo intercede a favor del pueblo de
Dios (Heb. 4:14-16; 7:25). Hay bendición para los que piden, buscan y llaman (cf.
Mat. 7:7-11) con persistencia (Luc. 18:1-8; cf. Luc. 11:5-13). La paz es
consecuencia de la oración (Fil. 4:6,7).
Mediante su sacrificio. La mayor tormenta serán los eventos
del “día del juicio” (2 Ped. 3:7-12). La Biblia dice que todos
compareceremos ante el tribunal de Cristo (cf. Rom. 14:12; 2 Cor. 5:10). Entonces,
¿cómo obtener la seguridad de salvación en aquel día? La sangre de Cristo asegura
la salvación de la ira (Rom. 5:6-10; 1 Tes. 1:10). La obediencia al evangelio
nos enlista en el libro de la vida, y nos asegura el refugio para escapar de la
condenación eterna (cf. Mar. 16:15,16; Hech. 2:38; Apoc. 20:11-15).
Conclusión
Todos enfrentaremos tormentas en la vida, y nuestra
reacción revela la clase de persona que somos. Pero, hay una tormenta
definitiva, la tormenta perfecta, el día del juicio venidero.
¿Ha obedecido al evangelio de
Jesucristo?
¿Está preparado para el juicio en el día
final?