Salvación y obras


 
Por Josué I. Hernández

 
La “salvación por gracia” y “las obras” ha motivado mucha predicación y estudio desde el comienzo del evangelio. Tenemos declaraciones en el Nuevo Testamento en las cuales hombres inspirados refutaron puntos erróneos desde ángulos diferentes. A veces se referían a las obras aparte del evangelio, es decir, a las obras de mérito; y a veces se referían a las obras requeridas por Dios en su evangelio, es decir, las obras de obediencia. Por lo tanto, no todas las “obras” referidas son las mismas, y el contexto determina a qué obras se hace referencia.
 
Algunos han pensado que Pablo y Santiago se contradicen. Martin Lutero, por ejemplo, no creía que el libro Santiago fuese parte de la palabra de Dios, y le llamó “epístola de paja”. Por supuesto, el problema no lo tenía Santiago o Pablo, sino Lutero.
 
Pablo y Santiago lucharon contra conceptos opuestos respecto a las obras. Pablo escribió denunciando el falso concepto de lograr la salvación por obras de mérito, ganando la salvación por obras aparte del evangelio, por ejemplo, las obras de la ley mosaica. En el otro extremo, Santiago denunció el falso concepto de ser salvos solamente por la fe, sin las obras de obediencia requeridas por Dios. Debido a lo anterior, no es difícil ver que, al escribir sobre una problemática diferente, Santiago y Pablo enfaticen diferentes puntos de verdad. Sin embargo, Santiago y Pablo no se contradicen, sus escritos inspirados se complementan en perfecta armonía.
 
Las obras de mérito y las obras de obediencia
 
Somos salvos por gracia por medio de la fe, no por nuestras buenas obras. Por ejemplo, Cornelio “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” (Hech. 10:2) necesitaba obedecer al evangelio para ser salvo (cf. Hech. 10:6; 11:14). Cornelio no fue salvo por obras de mérito, él no merecía la salvación, pero fue salvo por gracia cuando obedeció a Cristo (cf. Mar. 16:15,16; Hech. 10:47,48; 11:18).
 
Muchos son los pasajes que denuncian el falso concepto de ganar la salvación, o merecerla, por obras de mérito (ej. Ef. 2:8-10). En cuanto a la justificación, la Biblia claramente enseña que no somos justificados por obras de justicia, es decir, por obras aparte del evangelio, por las cuales merezcamos la justificación (Tito 3:5; Rom. 4:2-4, 9-11).
 
Sin embargo, aunque somos salvos por gracia, la gracia es condicional a la obediencia. Santiago dijo, “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Sant. 2:24). No hay salvación sin obediencia (Heb. 5:9). Dios ha condicionado su gracia a la obediencia (cf. 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 4:17).
 
Considere el caso del ciego de nacimiento que recibió la divina instrucción para alcanzar la salvación de la ceguera, “Ve a lavarte en el estanque de Siloé… Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo” (Jn. 9:7). Sencillamente, la gracia no es conferida sin el esfuerzo de obediencia.
 
¿Una vez salvo siempre salvo?
 
La iglesia de Éfeso fue muy activa, ocupándose en hacer la voluntad de Dios (Apoc. 2:2). Pero, esta iglesia había dejado de hacer las primeras obras de amor (Apoc. 2:4) y debía arrepentirse (Apoc. 2:5). La condición de la iglesia en Sardis era peor, tenía reputación de gozar de vida, pero era una iglesia muerta (Apoc. 3:1). Sin embargo, Dios en su gracia le daba la oportunidad de arrepentirse (Apoc. 3:3). ¿Recuerda a la iglesia en Laodicea? Esta iglesia había dejado fuera a Cristo, quien llamaba a la puerta (Apoc. 3:20).
 
Debido a que la salvación en Cristo es un don que se puede perder, los filipenses fueron exhortados a ocuparse de su salvación con temor y temblor (Fil. 2:12) y los corintios fueron exhortados a retener la palabra para ser salvos (1 Cor. 15:1,2). Por su parte, Judas amonestó a sus lectores a conservarse en el amor de Dios (Jud. 1:21) y Santiago exhortó a que sus lectores fuesen hacedores de la palabra la cual puede salvar el alma (Sant. 1:21,22,25).
 
La condicionalidad de la salvación se puede aprender, sencillamente, al observar cómo Jesucristo habló de aquellos que reciben la palabra y luego tropiezan y se apartan (Mar. 4:17; Luc. 8:13). Por lo tanto, corresponde al salvo hacer firme su vocación y elección para no caer (2 Ped. 1:10). Si el cristiano no permanece sobrio y velando, sino que deja de cuidarse, caerá de su firmeza (2 Ped. 3:18; cf. 1 Cor. 10:12).
 
Las obras en el juicio venidero
 
Lo que hemos hecho, es decir, nuestras obras, será considerado en el tribunal de Cristo (2 Cor. 5:10). Cada uno será juzgado según sus obras (Apoc. 20:12,13). Trigo y cizaña han convivido sin que se note gran diferencia (Mat. 13:24-29) pero habrá separación definitiva (Mat. 13:30). Habitantes de todas las naciones serán reunidos y luego serán separados eternamente (Mat. 25:31-33) en base a sus obras (Mat. 16:27; cf. Rom. 2:5-10; Gal. 6:7,8).
 
Conclusión
 
No merecemos la salvación, sino la condenación, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
 
La salvación por gracia es un don de Dios (Ef. 2:8), pero este don es condicional. Cristo “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9).