El pecado de alguno no es la esperanza de otros

 


Por Josué I. Hernández


Alguien dijo: “¡Si tal es la conducta de los cristianos entonces yo no quiero ser uno!”. Es probable que usted haya oído esto varias veces, y tal vez usted dio un consentimiento tácito a la idea; idea que representa una fuerte aversión contra la hipocresía en la religión.

No podemos negar que los seguidores de Cristo debemos vivir para atraer en lugar de repeler; y no podemos presentar alguna excusa por aquellos cristianos que se han apartado, aquella luz que dejó de alumbrar, aquella sal que ha perdido su sabor. Sin embargo, cuando alguno dice: “Si tal es la conducta de los cristianos…”, y luego pretende excusarse con ello, jamás queda fuera del ámbito de la responsabilidad personal.

El camino que nos ha dejado Cristo, en su verdadero sentido, no está determinado por lo que alguna persona, ya sea poderosa y educada, o pobre y sin educación, pueda decir al respecto. La verdadera iglesia de Cristo es el producto del evangelio y no la fuente del evangelio.

Dios no ha abdicado a su trono, ni Cristo ha renunciado a sus papeles divinamente designados. Dios ha dejado una “regla” (la verdad inspirada) que nos mide a todos por igual (2 Cor. 10:12-14; cf. Jn. 12:48), y todos somos responsables frente a ella, “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí” (Rom. 14:12).

Si algunos que se llaman cristianos desaniman a otros, o incluso engañan a otros, con sus palabras y conducta, responderán por ello en el juicio (2 Cor. 5:10), pero su pecado no es justificación para los impenitentes que critican. El pecador que critica no está eximido de su obligación delante de Dios si un llamado cristiano no cumplió con sus deberes. Sencillamente, el pecado de alguno no es la esperanza de otros. 

¿Hemos de suponer que el pecador que está disgustado con los cristianos hipócritas no necesita el perdón de Dios? Si el crítico se rebela contra lo que Cristo demanda, ¿quedará impune? 

Los verdaderos seguidores de Cristo son moralmente rectos, y no practican el pecado (Rom. 6:1; 1 Jn. 2:2; 3:8), pero ellos saben que no pueden confiar en sí mismos para ser justificados (cf. 1 Cor. 4:4; Fil. 3:3,9). Han reconocido su necesidad de la gracia de Dios, y han acudido con fe para alcanzar misericordia y redención en Cristo. 

No hemos aprendido el verdadero evangelio de Cristo hasta que lo aprendemos de Cristo mismo (cf. Ef. 4:20,21). Sin embargo, no aprendemos de Cristo criticando a los demás. 

El evangelio de Cristo no depende de la iglesia, la iglesia depende del evangelio. Por lo tanto, debemos centrar nuestra atención en Cristo en lugar de enfocarnos en los discípulos de él.