¿Creyentes perdidos?

 


Por Josué I. Hernández

 
A pesar de la idea general de que la fe en Cristo es suficiente, y que todo creyente en él será salvo por esta fe, la Biblia enseña claramente que la fe en Cristo, por sí sola, es insuficiente para la salvación en él: “Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:23-25).
 
Leamos con atención. Muchos que creyeron en él, “Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos”. Es decir, mientras que ellos llegaron a confiar en él, Jesús “no confiaba en ellos” (TLA), es decir, “no les creía” (NVI).  
 
Sin duda alguna los milagros de Cristo impactaron la mente de miles. Fácilmente podemos imaginar las emociones desbordando en los corazones, lo cual llevó a muchos a creer en este varón tan poderoso. Sin embargo, “Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos” (Jn. 2:24, NC). El entusiasmo de las multitudes era insuficiente. A personas como ellos Cristo dijo, “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8:31).
 
El concepto enseñado en gran parte del mundo religioso, de que la salvación es solamente por la fe, es un concepto refutado en este relato. Recuérdese, ellos “creyeron en su nombre” (Jn. 2:23; cf. Jn. 12:42,43). Pero, Santiago nos informa que “los demonios creen, y tiemblan” (Sant. 2:19). Creer no es suficiente para recibir la salvación. ¿Por qué? Porque la fe debe perfeccionarse por la obediencia: “¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección?” (Sant. 2:22, JER). La fe es aceptable cuando alcanza su perfección, es decir, se completa, por obras de obediencia (cf. Gal. 5:6).
 
El mundo está lleno de personas que afirman creer en el Señor. Sin duda alguna, la mayoría son sinceros y tienen buenas intenciones. No obstante, Juan 2:23-25 nos enseña que es el Señor Jesucristo quien examina y prueba el corazón.
 
Nadie será salvo “solamente por la fe” (Sant. 2:24). Debemos asegurarnos de ser la clase de persona que Jesucristo aprueba. Así lograremos que el Señor confíe en nosotros (Jn. 2:24).