La ley y la conveniencia

 


Por Josué I. Hernández

 
El apóstol Pablo escribió lo siguiente: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Cor. 10:23). Con este argumento, el apóstol relacionó la conveniencia con la ley que la permite, dejando fundamentada la conveniencia sobre la autorización legal. Es decir, lo conveniente de una cosa depende que sea lícita. Por lo tanto, para hablar de la conveniencia de cierta actividad o conducta, estas deben primeramente estar autorizadas por Cristo, quien es la máxima autoridad (1 Cor. 1:2,10,24, 31; cf. Mat. 28:18; Ef. 1:21-23; 1 Ped. 3:22).
 
Algunos se equivocan al razonar sobre la conveniencia, afirmando que una cosa considerada “conveniente” es por consiguiente “lícita”. ¿Por qué es lícita? Responden, “porque es conveniente”. Pero, si la licitud depende de la conveniencia, entonces “el fin justifica los medios”, es decir, “Hagamos males para que nos vengan bienes” (cf. Rom. 3:8). He aquí el desprecio, o la ignorancia, de la ley de Cristo, quien “vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Heb. 5:9).
 
Debemos encontrar la autorización divina para luego hallar la conveniencia. Es otras palabras, lo “conveniente” siempre debe ser primeramente “licito”. Por este motivo, el apóstol Pablo escribió, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17). No obstante, si procuramos lo conveniente como base de lo lícito, la rebeldía será la consecuencia.
 
Es urgente prestar cuidadosa atención a este tema. No son pocos los que enseñan que no importa cómo se hacen las cosas si eres sincero y tienes buenas intenciones: “Si algo funciona para ti, sigue adelante. Todo estará bien”. ¿Se ha detenido a pensar a dónde conduce este razonamiento?
 
Piénselo detenidamente. Si subordinamos lo “lícito” a lo que nos resulte más “conveniente” la desobediencia al evangelio será el resultado. Por supuesto, ¡no es conveniente desobedecer al evangelio de Jesucristo (cf. Rom. 10:16; 1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8)!
 
Para los verdaderos cristianos, lo conveniente es la manera, el medio, o el método, de hacer lo requerido por Jesucristo. Se le llama conveniencia porque facilita, o acelera, la realización de una tarea determinada, es decir, agiliza la obediencia al Señor.
 
Debemos examinar nuestra conducta, si es lícito lo que estamos haciendo. Si “la ley de Cristo” (1 Cor. 9:21) no está autorizándonos, lo que estemos haciendo, por muy sinceros que seamos, será algo ilícito, y, por lo tanto, algo pecaminoso (1 Jn. 3:4; Mat. 7:23).