El apóstol Pablo escribió lo siguiente: “Todo me es lícito, pero no todo
conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Cor. 10:23). Con este
argumento, el apóstol relacionó la conveniencia con la ley que la permite,
dejando fundamentada la conveniencia sobre la autorización legal. Es decir, lo
conveniente de una cosa depende que sea lícita. Por lo tanto, para hablar de la
conveniencia de cierta actividad o conducta, estas deben primeramente estar
autorizadas por Cristo, quien es la máxima autoridad (1 Cor. 1:2,10,24, 31; cf.
Mat. 28:18; Ef. 1:21-23; 1 Ped. 3:22). Algunos se equivocan al razonar sobre la conveniencia, afirmando que una
cosa considerada “conveniente” es por consiguiente “lícita”. ¿Por qué es
lícita? Responden, “porque es conveniente”. Pero, si la licitud depende de la
conveniencia, entonces “el fin justifica los medios”, es decir, “Hagamos males
para que nos vengan bienes” (cf. Rom. 3:8). He aquí el desprecio, o la ignorancia,
de la ley de Cristo, quien “vino a ser autor de eterna salvación para todos
los que le obedecen” (Heb. 5:9). Debemos encontrar la autorización divina para luego hallar la conveniencia.
Es otras palabras, lo “conveniente” siempre debe ser primeramente “licito”. Por
este motivo, el apóstol Pablo escribió, “Y todo lo que hacéis, sea de
palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17).
No obstante, si procuramos lo conveniente como base de lo lícito, la rebeldía
será la consecuencia. Es urgente prestar cuidadosa atención a este tema. No son pocos los que enseñan
que no importa cómo se hacen las cosas si eres sincero y tienes buenas
intenciones: “Si algo funciona para ti, sigue adelante. Todo estará bien”. ¿Se
ha detenido a pensar a dónde conduce este razonamiento? Piénselo detenidamente. Si subordinamos lo “lícito” a lo que nos resulte
más “conveniente” la desobediencia al evangelio será el resultado. Por
supuesto, ¡no es conveniente desobedecer al evangelio de Jesucristo (cf. Rom.
10:16; 1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8)! Para los verdaderos cristianos, lo conveniente es la manera, el medio, o el
método, de hacer lo requerido por Jesucristo. Se le llama conveniencia porque
facilita, o acelera, la realización de una tarea determinada, es decir, agiliza
la obediencia al Señor. Debemos examinar nuestra conducta, si es lícito lo que estamos haciendo. Si
“la ley de Cristo” (1 Cor. 9:21) no está autorizándonos, lo que estemos
haciendo, por muy sinceros que seamos, será algo ilícito, y, por lo
tanto, algo pecaminoso (1 Jn. 3:4; Mat. 7:23).