Antes de responder la pregunta,
debemos procurar informarnos lo mejor posible sobre el mito de la Siguanaba, y
evaluar con justicia esta creencia popular. Jesucristo dijo, “No juzguéis
según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Jn. 7:24). El apóstol
Pablo declaró, “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21). La Siguanaba es un personaje mitológico,
cuya leyenda se ha transmitido de manera oral desde antaño en varios lugares de
Mesoamérica, por ejemplo, en El Salvador. Se afirma que la Siguanaba se
presenta como una mujer con hermoso cuerpo a los hombres trasnochadores,
quienes al mirarla de cerca ven que tiene el rostro de una yegua. Aparece en
los lugares deshabitados, por ejemplo, basureros, barrancos, ríos, etc., donde
atrae a los varones lujuriosos para hacerlos perder la vida y el alma a favor
de ella. Los académicos nos indican que
este mito tiene sus orígenes en la época prehispánica. La mitología afirma que
“Sihuehuet” (“mujer hermosa”) tenía un romance con el hijo del dios Tlaloc, del
cual ella resultó embarazada. Siendo una mala madre, que abandonaba a su hijo
para ir tras su amante, recibió una maldición de Tlaloc, quien la llamó “Siguanaba” (“mujer horrible”). Desde ese entonces la
Siguanaba es muy hermosa a simple vista, pero cuando los hombres se le acercan
ven lo horrible que ella es. Sus pechos son tan grandes que le cuelgan, y tan
alargados que con ellos mueve las piedras de los ríos. Condenada a deambular por los
campos, la Siguanaba puede aparecer de noche, lavando ropa, con una larguísima
cabellera negra, y siempre buscando a su hijo “Cipitío”, al cual le fue
concedida la juventud eterna por el dios “Tlaloc” como un sufrimiento para
ella.
Pero, fulano vio
tal cosa
La evidencia bíblica y el sentido
común nos indican que “Tlaloc” no tiene existencia real, salvo en el imaginario
colectivo; entonces, ¿qué poder tendría un ídolo inexistente para maldecir a
una mujer transformándola en la “Siguanaba”? Luego, ¿cómo puede un espíritu,
que “no tiene carne ni huesos” (Luc. 24:39), actuar como la Siguanaba? La Biblia y el sentido común nos
indican que una especie no puede transformarse en otra. La Biblia dice, “Produzca
la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes y animales de
la tierra según su especie” (Gen. 1:24). Dios dijo a Adán y a Eva, “Fructificad
y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del
mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra” (Gen. 1:28). Sencillamente, la idea de una persona que se
transforma en animal, o un animal que se transforma en persona, no proviene ni
de la Biblia ni del sentido común. La Biblia especifica que, en la
muerte del cuerpo humano, el espíritu sale de él (Sant. 2:26). Luego,
aprendemos que, los espíritus de los difuntos están restringidos en el Hades (Luc.
16:19-31; Hech. 2:27; cf. Apoc. 6:8) y que no saldrán de ahí hasta la
resurrección general (cf. Jn. 5:28,29). El caso de Samuel, Moisés y Elías son
excepciones (cf. 1 Sam. 28:15-19; Mat. 17:1-3; Luc. 9:29-31). Sin embargo, no
hay comparación entre la aparición de Samuel, Moisés o Elías, y la supuesta
aparición de la Siguanaba. Si hemos de creer toda supuesta
aparición, ¿por qué no podemos creer en las diferentes apariciones de la virgen
María? ¿Y qué de las apariciones del ángel Moroni a José Smith y del ángel
Gabriel a Mahoma?
Cosmovisiones
Llamamos “cosmovisión” a la
manera de ver e interpretar el mundo. La Real Academia Española define “cosmovisión”
de la siguiente manera, “Visión o concepción global del universo”. Toda persona interpreta su entorno
conforme a determinada cosmovisión. Es más, la conducta de una persona es el
resultado de su cosmovisión, de su manera de interpretar su entorno. Es admitido
por todos que no podemos vivir más alto de lo que creemos, pues somos el
resultado de nuestra mentalidad. La revelación de Dios en su
palabra, la Biblia, provee una cosmovisión que está en conflicto con otras
cosmovisiones que involucran la idolatría, la magia y la brujería, diversos seres
míticos y mundos mágicos. Esto no nos sorprende, porque si hay verdad (Jn.
8:32; 17:17) hay error también. Lucas registra en el libro Hechos
una singular ocasión cuando Pablo sanó al cojo de nacimiento en la ciudad de
Listra. El impacto psicológico fue tan grande que la gente, conforme a la
cosmovisión que tenía, pensó que él y Bernabé eran dioses (Hech. 14:8-11). Con
la precisión que lo caracterizaba, Lucas escribió lo siguiente, “Y a Bernabé
llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque éste era el que llevaba la
palabra. Y el sacerdote de Júpiter, cuyo templo estaba frente a la ciudad,
trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la
muchedumbre quería ofrecer sacrificios” (Hech. 14:12,13). ¿Por qué creyeron tal cosa y
reaccionaron así? William Barclay, en su Comentario al Nuevo Testamento,
explica lo siguiente, “La razón por la que los tomaron por dioses está en la
historia legendaria de Licaonia. La gente de alrededor de Listra contaba que
una vez Zeus y Hermes habían venido a la Tierra disfrazados. Ninguno de los
habitantes de todo el país les quiso dar hospitalidad, hasta que por fin dos
campesinos, que se llamaban Filemón y su mujer Baucis, los recibieron en su
casa. En consecuencia, toda la gente de aquella tierra fue exterminada por los
dioses menos Filemón y Baucis, a los que hicieron guardianes de un espléndido
templo y, cuando se murieron, los convirtieron en dos grandes árboles. Por eso,
cuando Pablo sanó al cojo de nacimiento, los de Listra estaban decididos a no
cometer otra vez su antiguo error. Bernabé debe de haber sido un hombre de
aspecto noble, así es que le tomaron por Zeus, el rey de los dioses al que los
romanos llamaban Júpiter. Hermes o Mercurio era el mensajero de los dioses; y
como Pablo era el que hablaba, le tomaron por Hermes”. Este relato revela cuán
profundamente arraigada puede estar una creencia en una sociedad. Más aún,
aprendemos aquí cómo el hombre se ha esforzado por dar explicación a diferentes
fenómenos acudiendo a la mitología y el esoterismo.
Hay un Dios
El politeísmo, con sus diferentes
dioses y diosas, es la consecuencia de negar la verdad más básica disponible
desde la creación del mundo, la existencia de un Dios, “Porque desde la
creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se
han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de
manera que no tienen excusa” (Rom. 1:20, LBLA; cf. Sal. 19:1; Hech. 14:16,17;
17:24). Como decía el apóstol Pablo, “no
son dioses los que se hacen con las manos” (Hech. 19:26; cf. Hech. 17:29;
Is. 44:9-17), y “sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más
que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el
cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para
nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las
cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son
todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:4-6). Los diferentes pueblos
precolombinos, negando la verdad más básica, se volvieron necios y se
corrompieron, “Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le
dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio
corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron
necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en
forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por
consiguiente, Dios los entregó a la impureza en la lujuria de sus corazones, de
modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos” (Rom. 1:21-24, LBLA).
Conclusión
El mensaje de Dios no ha
cambiado. Cristo vino a darnos vida (Jn. 10:10) y a dispensarnos de su paz (Jn.
14:27; 16:33). Su verdad nos hace libres (Jn. 8:32). Pero, a nosotros nos
corresponde convertirnos de las creencias vanas, tales como la mitología
centroamericana, al Dios vivo y verdadero (Hech. 14:15). El evangelio ha sido diseñado
para que abramos los ojos y nos convirtamos dela potestad engañosa de Satanása Dios (Hech. 26:18). En fin, debemos examinar si lo que creemos es verdad o es
mentira. La mentira es de Satanás (Jn. 8:44), la verdad es de Dios (Jn. 17:17).