La pregunta del título es fácilmente respondida por una mayoría.
Sencillamente, muchos dirían que sí, y usted, estimado lector, posiblemente
también respondería afirmativamente. Pero, ¿qué es lo que usted cree
exactamente acerca de Jesucristo? Creer en Jesús comienza con creer en los hechos históricos básicos acerca
de su persona. Él nació en Belén, pero creció en Nazaret, y se volvió un maestro
influyente que afectó la historia hasta nuestros días. Hizo muchas cosas
buenas, pero enfureció tanto a sus enemigos que lo crucificaron. Esta sería,
por decirlo de algún modo, una fe histórica, una aceptación de los hechos
históricos respecto a la persona de Jesús de Nazaret. Los relatos en los Evangelios registran la fe que muchos de los
contemporáneos de Jesus manifestaron. Es más, los propios enemigos de Jesús
creían los hechos históricos más básicos y generales respecto a él. Hay
abundante evidencia sobre esto. Sin embargo, creer en el “Jesús histórico” aunque
es un comienzo, no es suficiente para con Dios. Semejante fe en la historicidad
de Jesús no tiene mayor valor que creer en la historicidad de Julio César o
Abraham Lincoln.
¿Qué necesitamos creer acerca de Jesucristo?
La mayoría que lo rechazó, y entregó a crucifixión, no vio en la cruz más
que el fin de un impostor (cf. Mat. 27:38-42). Sin embargo, la profecía del Antiguo
Testamento fue citada frecuentemente para demostrar que Jesús es el Cristo de
Dios. Por ejemplo, en el día de Pentecostés, el apóstol Pedro habló acerca de
todo esto, señalando cómo Jesús cumplió las profecías respecto a su muerte,
sepultura y resurrección (Hech. 2:22-36). Luego, Pedro indicó que él y los
demás apóstoles son testigos de la resurrección de Jesús (Hech. 2:32), por lo
cual en Jesucristo tenemos esperanza de eterna salvación (Hech. 3:19-26; cf. 1 Ped. 1:18-21). Durante su ministerio terrenal, Jesús predijo su muerte. Dijo que daría su
vida en rescate por muchos (Mat. 20:28), que su sangre sería derramada para
perdón de los pecados (Mat. 26:28), y que, como el buen pastor, su vida pondría
por las ovejas para luego volverla a tomar (Jn. 10:11,17,18).
Jesús es divino
¿Cómo pudo Jesús saber de antemano, y con tanta precisión, los acontecimientos
futuros? Su identidad es una cuestión central en los relatos del Evangelio. En
cierta oportunidad le preguntaron, “¿Tú quién eres?” (Jn. 8:25; cf. Mar.
4:41). Jesús se identificó a sí mismo como el Hijo de Dios que nos hace libres
(Jn. 8:36), que vino de Dios (Jn. 8:42), que no tiene pecado (Jn. 8:46), cuyas
palabras otorgan la vida eterna (Jn. 8:51), el gran “yo soy” (Jn. 8:58; uno
de los nombres de Dios en el Antiguo Testamento, Ex. 3:6,14). Jesús es divino (Jn. 1:1,14), en él podemos conocer a Dios (Jn. 1:18).
Verlo a él, es ver al Padre que lo envió (Jn. 14:9). Creer en la divinidad de Jesús
es esencial para la salvación. Jesús dijo, “Por eso os dije que moriréis en
vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis”
(Jn. 8:24).
Jesús es rey
Desde el día de Pentecostés se anunció el reinado de Jesucristo desde el
trono de Dios en el cielo. El apóstol Pedro conectó la promesa de Dios a David,
que uno de su descendencia se sentaría en su trono (cf. 2 Sam. 7:12-16), con la
resurrección y ascensión de Jesús a la diestra de Dios. De hecho, este es el
lugar del trono de Dios (Sal. 110:1-3; Apoc. 3:21). El versículo 4 del salmo 110 indica que el Mesías sería sacerdote según el
orden de Melquisedec, quien fue rey y sacerdote simultáneamente (Gen. 14:18).
Esto significa que el sacerdocio y la realeza de Jesús están combinados, tal
como fue profetizado (cf. Zac. 6:12,13). Jesús es rey de reyes y sumo sacerdote
al mismo tiempo. Si Jesús aún no es rey, tampoco es sacerdote. Si no es sacerdote, él no
podría hacer expiación por nuestros pecados (Heb. 9-10) ni mediar por nosotros
antes Dios (Heb. 7:25). Además, es en el reino de Jesús donde tenemos el perdón
de los pecados (Col. 1:13). Por lo tanto, negar que Jesús sea rey, según las
profecías del Antiguo Testamento, significa negar su sacerdocio, y, por lo
tanto, negar nuestra salvación. Recuérdelo, el sacerdocio y la realeza de
Jesucristo están unidos. El apóstol Pedro dijo, “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de
Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho
Señor y Cristo” (Hech. 2:36). Este Jesús es el Cristo, el divino rey, y
sumo sacerdote, que tanto necesita nuestra alma.
Conclusión
Debemos detenernos a pensar qué es lo que creemos respecto a Jesús.
¿Creemos en su deidad? ¿Creemos en su realeza y sacerdocio? ¿Representa nuestra
vida lo que creemos?