El apóstol Pablo, escribió “Porque a los que antes conoció, también los
predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él
sea el primogénito entre muchos hermanos” (Rom. 8:29). Luego, Pablo agregó,
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación
de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2). Estos dos versículos, de la carta a los romanos, presentan un contraste
inequívoco. Por una parte, vemos la conformidad con Cristo, y en el otro
extremo, la conformidad con el mundo. Con la palabra “siglo” (gr. “aion”), Pablo hace referencia a “un modo de
tratar… el ciclo o curso presente de las cosas” (Vine), “sistema predominante
de creencias y valores” (MacArthur), “la época mundana y mala” (B. H. Reeves), es
decir, la actual “corriente” (Ef. 2:2, RV1960). Debido a lo anterior, algunas versiones traducen “Y no os adaptéis a este
mundo” (LBLA), “Y no os acomodéis al mundo presente” (JER), “No se amolden al
mundo actual” (NVI), “No vivan según el modelo de este mundo” (PDT). Piénselo detenidamente. Descartar la corriente secular y conformarnos a
Cristo es una tarea cotidianamente desafiante. El actual sistema de cosas nos
predica con elocuencia desde los salones de educación, desde el entretenimiento,
desde los noticiarios y los comentarios de la información noticiosa, desde la
publicidad, y desde las redes sociales. Es más, el “presente siglo malo”
(Gal. 1:4) está a la mano asechando como una fiera, incluso, en las
conversaciones cotidianas (cf. 1 Cor. 15:33). Una “corriente” (Ef. 2:2) impregnada
con las asechanzas del diablo (cf. Ef. 6:11). En cuanto al tiempo de reuniones en iglesia (cf. 1 Cor. 11:18; 14:23; Heb.
10:25). Dos, tres, o cuatro horas a la semana, siempre son pocas horas en relación
con las horas de lucha contra la influencia del mundo. ¿Puede apreciar la
importancia la oración (Ef. 6:18) y el estudio bíblico cotidianos (Ef. 3:4)? En
cuanto al canto de “salmos, himnos y cánticos espirituales” (Ef. 5:19; cf.
Col. 3:16), necesitamos cantar aún “en el calabozo de más adentro”
(Hech. 16:24,25; cf. Sant. 5:13). La transformación (metamorfosis) para ser hechos conformes a la imagen de
Cristo (Rom. 8:29) se aplica a todos los ámbitos de la vida; familia, trabajo, sociedad,
etc., y comienza con la correcta manera de enfocar a Cristo, a quien hemos de
contemplar en la plenitud de su revelación en el nuevo pacto, “mirando a
cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen” (2 Cor. 3:18). “para que comprobéis
cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2). Durante su ministerio terrenal, Cristo dijo, “El discípulo no es
superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su
maestro” (Luc. 6:40). Convertirse en cristiano es un acto de conformidad con Cristo, al ser
sepultados “juntamente con él para muerte por el bautismo”, bautismo que
tipifica su muerte, sepultura y resurrección por nosotros (Rom. 6:1-7). Luego,
la vida cristiana es un proceso de transformación “de gloria en gloria”
(2 Cor. 3:18), “de día en día” (2 Cor. 4:16) “hasta el conocimiento
pleno” (Col. 3:10), “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”
(Ef. 4:13). Podemos oír el llamado de la “provincia apartada” para vivir “perdidamente”
(cf. Luc. 15:13), y también podemos oír el llamado celestial de Dios (Heb. 3:1)
por el evangelio (2 Tes. 2:14). El plan del mundo seduce con el engaño y los
deleites temporales del pecado (Heb. 3:13; 11:25), y el plan de Dios es uno de
conformidad a la imagen de su Hijo, y es para vida eterna (Rom. 2:7; 6:23).