Por Josué I. Hernández
Pablo escribió a los tesalonicenses. “Antes bien, examinadlo todo
cuidadosamente, retened lo bueno” (1 Tes. 5:21, LBLA). ¿Qué aprendemos de
este pasaje? El presente artículo se enfoca en ello.
Lo que creemos importa. Con demasiada frecuencia escuchamos “lo que
alguno crea no importa, siempre y cuando sea sincero y tenga buenas intenciones”.
Sin embargo, esta máxima no suele ser aplicada a otros ámbitos de la vida, por
ejemplo, las finanzas o la salud. Reconocemos fácilmente que lo falso, o
erróneo, es desastroso en las finanzas y en la salud. Pero, en religión no
pocas veces se pretende aplicar un estándar según el cual la verdad no importa,
sino la sinceridad y las buenas intenciones. La Biblia no dice tal cosa.
Ciertamente debemos servir al Señor con sinceridad, pero conforme a su verdad
(Jn. 8:31,32). En la Biblia leemos constantemente de advertencias contra el
error religioso (ej. Mat. 7:15; Col. 2:8; 1 Jn. 4:1). Piénselo, si lo único que
importa es la sinceridad, ¿por qué deberíamos “examinarlo todo cuidadosamente”?
Hay un estándar. El verbo “examinar” (gr. “dokimazo”), significa “someter
a prueba” (Vine). “probar, examinar, demostrar, escrutar (para ver si algo es
verdadero o no), como los metales” (Thayer). Obviamente, para someter a prueba
se requiere un estándar mediante el cual se puedan medir las cosas. En el
versículo anterior Pablo dijo que la revelación de Dios es aquel estándar, “no
menospreciéis las profecías” (1 Tes. 5:20). Una clara referencia a la
enseñanza de hombres cuyas palabras fueron inspiradas por Dios (2 Ped.
1:20,21). Tenemos esas palabras en forma escrita en la Biblia (2 Tim. 3:16,17).
No se trata de lo que creamos, sintamos o
queramos. Tampoco se
trata de lo que diga o haga la mayoría, ni de lo que dictamine el gobierno
civil. La tradición religiosa, por más antigua que sea, no logrará que lo
erróneo se vuelva correcto. Las opiniones de los expertos tampoco pueden
establecer la verdad. Lamentablemente, podemos encontrar predicadores que dicen
cualquier cosa (2 Tim. 4:3). Sin embargo, la palabra de Dios es la verdad.
Cristo dijo, “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad” (Jn.
17:17). No hay manera de examinar todo cuidadosamente, sin la palabra de Dios.
Necesitamos examinar todo en base a lo que la Biblia dice, no en base a lo que creamos
que dice.
Necesitamos examinarlo todo cuidadosamente. No basta con someter a prueba algunas cosas,
o la mayoría de ellas. El reino del Señor se extiende a todos los ámbitos de
nuestra vida, y debemos hacer todo conforme a su voluntad, “Y todo lo que
hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col. 3:17). No podemos lograr
este objetivo sin examinar todo constantemente.
Debemos comenzar con nuestra salvación. La fe en Jesús es esencial (Jn. 8:24).
Pero, la Biblia no enseña alguna salvación solamente por la fe (cf. Sant.
2:24), ni por alguna oración o buen desseo. La fe salvadora se expresa en
arrepentimiento, confesión y bautismo “para perdón de los pecados”
(Hech. 2:38; 8:37; 22:16). ¿Enseña la Biblia lo que creemos respecto a la
salvación y adoración? ¿Realmente enseñan la verdad en el lugar donde me reúno para
adorar a Dios? ¿Es el nombre, organización y trabajo de la iglesia donde soy
miembro conforme a la Biblia? ¿Cómo son mis relaciones familiares, sociales y
comerciales? ¿Cómo es mi actitud hacia la palabra de Dios?
Debemos aplicar los resultados. Lo que probemos resultará bueno o malo.
Si es aprobado, es porque ha superado el examen de la palabra de Dios. En tal
caso, ¿no debe ser practicado, predicado y defendido con entusiasmo? Sin
embargo, si no supera el examen de la palabra de Dios, y resulta ser malo y
erróneo, ¿no debemos renunciar a ello en todas las formas en que se presenta?
No debemos coquetear con el pecado, ni ver qué tan cerca podemos llegar sin
cruzar la línea. Alejarnos lo más posible de lo malo, será siempre la acción
más segura. Como dijo el apóstol Pablo, “Absteneos de toda especie de mal” (1
Tes. 5:22).
Que Dios nos ayude a examinar todo cuidadosamente,
de manera justa y regular.