Gracia y obediencia

 


Por Josué I. Hernández

 
Enseñando a sus discípulos, Jesús dijo, “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Luc. 17:7-10).
 
Anteriormente, en Lucas 12:37, leemos otra enseñanza de Jesús, “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles”.
 
Esto es algo que normalmente el amo no haría. Servir la cena a sus siervos no es propio de los amos. Aquí tenemos un contrapeso a considerar. El necesario equilibrio entre dos puntos vitales.
 
Primeramente, la gracia no descarta la obediencia, más bien la requiere. Dicho de otra manera, la gracia no se alcanza sin el esfuerzo de obediencia. Dios revela las condiciones de su gracia, y necesitamos el corazón de un buen siervo para subordinarnos y complacer así a Dios, “habéis obedecido de corazón” (Rom. 6:17). “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2 Cor. 5:9).
 
En segundo lugar, la obediencia no elimina la gracia. No merecemos la gracia, sin embargo, cuando obedecemos los divinos requerimientos del evangelio, el favor de Dios nos es otorgado. Dicho de otra manera, el “evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24), es decir, “la palabra de su gracia” (Hech. 20:32) revela las condiciones del perdón y la manera de vivir en Cristo. Debido a esto, los obedientes al evangelio “reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (Rom. 5:17).
 
Dios recompensa a sus siervos, él “es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6), y su recompensa está llena de gracia (cf. 1 Tim. 1:14). Por esta razón, Pablo escribió, “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23,24). El apóstol Juan declaró, “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo” (2 Jn. 8).
 
Obedecer para salvación (Heb. 5:9) no es “merecer la salvación”. Sin embargo, la gracia no se recibe sino por la obediencia (cf. Mat. 7:21; Luc. 6:46). No la merecemos, pero necesitamos recibirla (Gal. 2:21).
 
Aunque no merecemos la salvación, Jesús dijo, “andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas” (Apoc. 3:4). No perdamos el equilibrio enseñado por Jesucristo.