Saulo, un religioso perdido

 


Por Josué I. Hernández

 
La idea general es que todos los religiosos sinceros y bien intencionados serán aceptables a los ojos de Dios. En otras palabras, se cree que si alguno tiene cierta fe en Dios, y algo de fe en la Biblia, y actúa concienzudamente, esforzándose en el ejercicio religioso, será eternamente salvo.
 
En el capítulo 7 del libro Hechos, nos encontramos con Esteban predicando ante el concilio. En su discurso, Esteban repasó la historia de los judíos, y señaló cómo la nación había resistido al Espíritu Santo, acusando a su auditorio de hacer lo mismo (Hech. 7:51-56). Entonces, en una explosión de ira, “dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon” (Hech. 7:57,58). Nos detenemos para leer un detalle en la narración, “y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo” (Hech. 7:58).
 
Debemos aprender algo más sobre Saulo. La Biblia dice, “Y Saulo estaba de completo acuerdo con ellos en su muerte” (Hech. 8:1, LBLA). Al continuar con nuestra lectura, vemos que Saulo se volvió el líder de una feroz persecución contra la iglesia, “En aquel día se desató una gran persecución en contra de la iglesia en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y Samaria, excepto los apóstoles… Pero Saulo hacía estragos en la iglesia entrando de casa en casa, y arrastrando a hombres y mujeres, los echaba en la cárcel” (Hech. 8:1,3, LBLA).    
 
Sin embargo, la persecución liderada por Saulo contra la iglesia en Jerusalén sirvió para que la semilla del evangelio fuese sembrada aún más lejos: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hech. 8:4). No obstante, esto no podía quedar así, Saulo tenía que hacer algo al respecto. En Hechos capítulo 9 leemos, “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén” (Hech. 9:1,2).
 
Saulo, un sincero pecador
 
Estamos listos para acusar a Saulo, por la maldad que cometió. Seguramente podemos fácilmente concordar en que Saulo no estaba haciendo la voluntad de Dios. Podemos, incluso, afirmar que Saulo estaba perdido. Pero, no podemos dejar de reconocer que Saulo era sincero.
 
Saulo, el perseguidor, llegó a ser el apóstol Pablo (cf. Hech. 13:9), un santo de Dios que llegó a sufrir por la causa de Cristo (1 Tim. 2:8-10; cf. Hech. 9:16). Ya anciano, desde la prisión en Roma, Pablo miró a su pasado y escribió sobre su vida en el judaísmo, “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (Fil. 3:5,6).
 
Detengámonos a pensar en esto. Si la sinceridad y el celo son suficientes, Saulo era irreprochable ante Dios. No obstante, todos sabemos que esto no es cierto. Aunque desde el ángulo de “la justicia que es en la ley” Saulo era inocente, Saulo era un sincero pecador que necesitaba la salvación, un culpable ante los ojos de Dios.
 
La sinceridad y el celo de Saulo son incuestionables. Tanto así, que él afirmó públicamente, “Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros” (Hech. 22:3). “…Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy” (Hech. 23:1). 
 
Cuando Saulo perseguía a la iglesia su “conciencia” no lo censuraba. Por el contrario, su conciencia lo apremiaba a continuar haciéndolo, “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hech. 26:9-11).
 
Saulo es el perfecto ejemplo de lo que es pecar con honestidad, o pecar sinceramente y con fervor (cf. Gal. 1:13,14; 1 Tim. 1:12-14). Las convicciones religiosas de Saulo son incuestionables, así como también es incuestionable su necesidad de salvación.
 
La conversión de Saulo
 
Camino a Damasco, Saulo entendió cuán errado estaba (Hech. 9:3-9). Pero, no se convirtió camino a Damasco. El Señor le dijo claramente que debía hacer algo, “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hech. 9:6). La fe en Jesucristo glorificado era insuficiente, es más, su arrepentimiento sería insuficiente sin obedecer completamente al evangelio. Sabemos que en la ciudad de Damasco Saulo oró y ayunó tres días (Hech. 9:9,11), ¿qué más tendría que hacer?
 
En Hechos 22:16 leemos que, en la ciudad de Damasco, en Siria, Ananías le dijo a Saulo aquello que debía hacer, “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”.
 
¿Será salvo un creyente sincero que, inclusive, contempla a Jesucristo glorificado y que se arrepiente en oración y ayuno? ¿Es salvo el creyente por alguna oración? ¿Puede un creyente ser salvo sin lavar sus pecados en el bautismo en Cristo (cf. Gal. 3:26,27)?
 
Conclusión
 
Si sus padres, y otros maestros de religión, le dicen a usted que algo está bien, y luego, un convincente erudito como Gamaliel, reafirma estos conceptos, será difícil que usted se convenza de lo contrario.  Por supuesto, esta manera de considerar el asunto es demasiado elemental, porque la religión de Saulo no era de origen humano, el judaísmo fue una religión basada en la revelación de Dios en el Sinaí.
 
Saulo no basó sus convicciones en la mera tradición, la aprobación de los hombres, o las enseñanzas de eruditos como Gamaliel. Saulo procuraba fundamentar sus acciones en la palabra de Dios (Hech. 23:1). Sin embargo, Saulo era “ignorante” e “incrédulo”, como él mismo reconoció (1 Tim. 1:13). Saulo se negaba a creer al evangelio de Jesucristo, el cual pudo oír de boca de hombres como Esteban. En fin, aunque Saulo era un sincero religioso y un fervoroso creyente del judaísmo, Saulo necesitaba creer el evangelio (Mar. 1:15; 16:16) arrepentirse (Luc. 24:47; Hech. 26:20; cf. Hech. 2:38; 3:19) y lavar sus pecados en el bautismo (Hech. 22:16; cf. Heb. 9:14; Apoc. 1:5).
 
Podemos ser religiosos sinceros y fervorosamente dedicados, pero siempre existe la posibilidad de que estemos equivocados, y, por ende, perdidos. Cristo dijo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mat. 7:21-23).
 
El caso de Saulo nos enseña cuán a menudo debemos examinar nuestra religión y creencias a la luz del evangelio de Cristo. ¿Estás dispuesto a examinar tus creencias y prácticas religiosas? Saulo lo hizo, y se volvió a Dios, ¿lo harías tú?