El apóstol Pedro escribió sobre “días
buenos” (1 Ped. 3:10), para luego enseñar acerca de sufrir “por causa de
la justicia” (1 Ped. 3:14) “si la voluntad de Dios así lo quiere” (1
Ped. 3:17) “teniendo buena conciencia” (1 Ped. 3:16). Sin embargo, ¿cómo podemos tener
la certeza de que, a pesar de la persecución, veremos “días buenos”? La
respuesta de Pedro enfoca a Cristo, porque él nos redimió (cf. 1 Ped. 1:18,19) y
nos da la seguridad de esta bendición, “Porque también Cristo padeció una
sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios,
siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Ped.
3:18). He aquí la base para esta bendita
esperanza. Cristo fue muerto en carne, pero fue vivificado en espíritu (cf. 1
Ped. 2:21). Es decir, sufrió al punto de morir, pero alcanzó la resurrección
para no morir nunca más (cf. Apoc. 1:18). Su padecimiento compró nuestra
bendición, “a fin de llevarnos a Dios” (1 Ped. 3:18, VM). Somos desafiados a reconocer una
perspectiva diferente y más alta en cuanto a la carne y el espíritu. A pesar de
ser “muerto en carne” (1 Ped. 3:18, NT Besson), lo cual es la
demostración suprema de sufrir persecución por causa de la justicia, esto no
pudo privar a Cristo de la bendición más alta, ser “vivificado en espíritu”
(NT Besson). El hombre es “imagen y
semejanza” de Dios (Gen. 1:26,27), por lo tanto, el espíritu del hombre
continúa existiendo luego de la muerte de la carne (cf. Sant. 2:26), siguiendo
la semejanza del espíritu de Cristo. La deidad de Cristo permitió que
su espíritu estuviera activo no solo después de su muerte, sino, incluso, antes
de su vida en la tierra (“Antes que Abraham fuese, yo soy”, Jn. 8:58). A
esto se refería Pedro cuando hablaba del “Espíritu de Cristo” en los
profetas del Antiguo Testamento (1 Ped. 1:11). Fue en este espíritu que Cristo
obró a través de Noé predicando a los rebeldes antediluvianos, los cuales, al
momento de escribir Pedro, eran “espíritus encarcelados” (1 Ped. 3:19). Jesús no predicó en el Hades para
luego llevar espíritus al cielo, aunque sí fue al Hades cuando murió (cf. Luc. 23:46;
Hech. 2:27-32). Sencillamente, no hay oportunidad para el arrepentimiento luego
de la muerte física, cuando el espíritu continúa su existencia consciente en el
Hades (Luc. 16:19-31). Cristo predicó a través de Noé, es decir, “en los
días de Noé, mientras se preparaba el arca” (1 Ped. 3:20). Pero, ¿qué exhibe todo esto acerca
del sufrimiento, la carne y el espíritu? Piense detenidamente en lo siguiente.
El espíritu de Jesús estaba vivo antes y después de sus padecimientos. Salvó a
su pueblo “a través del agua” (1 Ped. 3:20, JER) antes de su vida
y padecimientos en la carne. Asimismo, él nos salva “a través del agua”
(cf. Hech. 22:16; Ef. 5:26) después de su vida y padecimientos en la
carne. Por lo tanto, los que sufren por causa de la justicia deben enfocarse en
su condición espiritual a pesar de su condición en la carne.