Lo que David pregunta retóricamente, “¿Quién es el
hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien?” (Sal.
34:12), el apóstol Pedro lo expresa como una afirmación, “El que quiere amar
la vida y ver días buenos” (1 Ped. 3:10). Sencillamente, para ver “días
buenos”, o “días dichosos” (NC), uno debe seguir al pie de la letra
el divino consejo, “Refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen
engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala” (1
Ped. 3:10,11). Nadie es bueno o malo por accidente. El justo refrena su
lengua, se aparta del mal, busca la paz y corre tras ella, y a consecuencia de esto,
Dios le concede el ver días que son “buenos”. Estos “días buenos” no deben considerarse como la
liberación de todos los problemas, o adversidades, la buena salud y la diversión.
La esperanza de los “extranjeros y peregrinos” (1 Ped. 2:11) está “reservada
en los cielos” (1 Ped. 1:4). Los “días buenos” de los que habla Pedro, son días
“de buena constitución o naturaleza… útil, saludable, un don que es
verdaderamente un regalo” (Thayer). El adjetivo “buenos” (gr. “agathon”) “describe
aquello que, siendo bueno en su carácter o constitución, es beneficioso en sus
efectos” (Vine). Lo anterior nos lleva a considerar a qué clase de persona
escucha el Señor. El apóstol Pedro y David, afirman, “Porque los ojos del
Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el
rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Ped. 3:12; Sal.
34:15,16). La doctrina de que un pecador del mundo puede realizar una
oración para ser salvo, es una doctrina que ignora esta clara enseñanza de las
sagradas Escrituras. La llamada “oración del pecador” es una doctrina que
contradice la palabra de Dios. La Biblia enseña claramente que Dios escucha y
responde a las oraciones de su pueblo. Debemos procurar entrar en el pueblo de los “redimidos”
(1 Ped. 1:18, LBLA) y permanecer “como hijos obedientes” (1 Ped. 1:14) y
“santos” (1 Ped. 1:15) para que Dios esté atento a nuestras oraciones.
Sencillamente, la idea de que Dios escucha todo tipo de oración sin importar la
clase de persona que ore, es una idea desconocida en las páginas de la Biblia, “Pues
los ojos del Señor miran a los justos y sus oídos escuchan su oración” (1
Ped. 3:12, JER).