En su primera epístola los santos
en “el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Ped. 1:1), el
apóstol Pedro declaró, “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también
vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed
santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:15,16). Mientras avanzamos en el estudio
de esta epístola, encontramos a Pedro escribiendo, “En conclusión” (1
Ped. 3:8, LBLA). Esto me hace sonreír. Es algo que ha hecho más de algún
predicador cuando dice “Por último” para luego continuar hablando algunos
minutos más. En el caso de Pedro, él dijo “Finalmente” (1 Ped. 3:8) para
exponer la conclusión de su epístola, atando los cabos sueltos, y realizando un
llamado a la acción. Desde este versículo, Pedro llama a los santos de Dios a
comportarse apropiadamente. Si verdaderamente han sido “rescatados”
(1 Ped. 1:18, RV1960), “redimidos” (LBLA) o “librados” (NT
Besson), deben ser “todos de un mismo sentir, compasivos” (1 Ped. 3:8). La
idea aquí es la de ser de una misma mente (literalmente, “pensar lo mismo”) y
compartir sentimientos, ya sean de gozo o de tristeza. Si verdaderamente han “renacido”
(1 Ped. 1:23), han sido “reengendrados” (JER), “regenerados” (NT Besson), o “nacido
de nuevo” (LBLA), deben permanecer “amándoos fraternalmente,
misericordiosos, amigables” (1 Ped. 3:8). La idea aquí es la de expresar
amor fraternal con un corazón tierno y una consideración amistosa. El Santo Hijo de Dios, “como
de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19) “cuando le
maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Ped. 2:23), por lo tanto,
sus redimidos no devolverán “mal por mal, ni maldición por maldición, sino
por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que
heredaseis bendición” (1 Ped. 3:9). Esto puede ser un comportamiento
extraño, e incluso, despreciable, según los estándares del mundo, pero no lo
será para los “extranjeros y peregrinos” del Señor (1 Ped. 2:11). Los
santos de Dios entienden que a esto fueron llamados, porque es por esta
forma de vida que heredarán bendición (1 Ped. 3:9), y esta promesa de bendición
es la que sustenta, soporta y motiva la esperanza en el corazón del cristiano.