La conducta de los santos

 


Por Josué I. Hernández

 
En su primera epístola los santos en “el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia” (1 Ped. 1:1), el apóstol Pedro declaró, “sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:15,16).
 
Mientras avanzamos en el estudio de esta epístola, encontramos a Pedro escribiendo, “En conclusión” (1 Ped. 3:8, LBLA). Esto me hace sonreír. Es algo que ha hecho más de algún predicador cuando dice “Por último” para luego continuar hablando algunos minutos más. En el caso de Pedro, él dijo “Finalmente” (1 Ped. 3:8) para exponer la conclusión de su epístola, atando los cabos sueltos, y realizando un llamado a la acción. Desde este versículo, Pedro llama a los santos de Dios a comportarse apropiadamente.
 
Si verdaderamente han sido “rescatados” (1 Ped. 1:18, RV1960), “redimidos” (LBLA) o “librados” (NT Besson), deben ser “todos de un mismo sentir, compasivos” (1 Ped. 3:8). La idea aquí es la de ser de una misma mente (literalmente, “pensar lo mismo”) y compartir sentimientos, ya sean de gozo o de tristeza.
 
Si verdaderamente han “renacido” (1 Ped. 1:23), han sido “reengendrados” (JER), “regenerados” (NT Besson), o “nacido de nuevo” (LBLA), deben permanecer “amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables” (1 Ped. 3:8). La idea aquí es la de expresar amor fraternal con un corazón tierno y una consideración amistosa.
 
El Santo Hijo de Dios, “como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19) “cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Ped. 2:23), por lo tanto, sus redimidos no devolverán “mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Ped. 3:9).
 
Esto puede ser un comportamiento extraño, e incluso, despreciable, según los estándares del mundo, pero no lo será para los “extranjeros y peregrinos” del Señor (1 Ped. 2:11). Los santos de Dios entienden que a esto fueron llamados, porque es por esta forma de vida que heredarán bendición (1 Ped. 3:9), y esta promesa de bendición es la que sustenta, soporta y motiva la esperanza en el corazón del cristiano.