“Pero de ninguna cosa hago caso”

 


Por Josué I. Hernández

 
Al final de su tercer viaje evangelístico, Pablo se reunió con los ancianos de la iglesia de Éfeso, y les informó que se dirigía a Jerusalén sabiendo que le esperaban prisiones y tribulaciones. Luego, Pablo agregó, “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24).
 
“La vida de Pablo era preciosa — preciosísima — pero no para él mismo, sino para Cristo y el evangelio. Lo que él dice aquí bien ilustra Mateo 16:25, "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará". No hay mejor ilustración de esta enseñanza que la vida de Pablo” (Notas sobre Hechos, W. Partain).
 
Pablo no sucumbió ante la persecución. Predicar la verdad lo hizo el flanco de mucho ataque (“este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos”, Hech. 24:5), pero tales ataques no lo convencieron de abandonar la predicación “del evangelio de la gracia de Dios”, ni lo convencieron de diluir el evangelio para “agradar a los hombres” (1 Tes. 2:3,4; cf. Gal. 1:10).   
 
Pablo no sucumbió ante la decepción. Los gálatas tuvieron un comportamiento frustrante (Gal. 1:6; 3:1,2; 4:9-11; 4:19,20) al igual que los corintios (1 Cor. 3:1-3; 5:1; 6:1; 11:17), Marcos le abandonó (Hech. 13:13) al igual que Demás (2 Tim. 4:9,10), y el apóstol Pedro junto a Bernabé tropezaron en una conducta que era de condenar (Gal. 2:11-14).
 
Pablo no sucumbió ante las críticas. No fueron pocos los ataques personales que Pablo sufrió (“las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable”, 2 Cor. 10:10), mientras que algunos tergiversaban sus palabras (cf. Rom. 3:8).
 
Pablo no sucumbió ante las muchas dificultades de su trabajo. Su ministerio involucró mucho peligro, incomodidad y dolor (cf. 2 Cor. 11:24-28).
 
Pablo no sucumbió ante los llamados del mundo. Desechó como basura varias ventajas sociales (Fil. 3:4-8). Se negó a predicarse a sí mismo (2 Cor. 4:5). No procuró impresionar con habilidad oratoria (1 Cor. 2:3-5), y, si bien recibió salario por su trabajo de predicación (ej. Fil. 4:18), Pablo no predicaba por amor al dinero (1 Cor. 9:14-18; cf. 1 Tes. 2:5-9).
 
 
La fidelidad de Pablo le permitió pelear la buena batalla, mantener la fe, y terminar la carrera con éxito (2 Tim. 4:7). Debemos examinarnos, si estamos siguiendo este ejemplo (cf. 1 Cor. 11:1; Fil. 4:9), si realmente podemos afirmar, “de ninguna cosa hago caso”.