Al final de su tercer viaje evangelístico, Pablo se reunió con los ancianos
de la iglesia de Éfeso, y les informó que se dirigía a Jerusalén sabiendo que
le esperaban prisiones y tribulaciones. Luego, Pablo agregó, “Pero de
ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que
acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hech. 20:24). “La vida de Pablo era preciosa — preciosísima — pero no para él mismo, sino
para Cristo y el evangelio. Lo que él dice aquí bien ilustra Mateo 16:25, "Porque
todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por
causa de mí, la hallará". No hay mejor ilustración de esta enseñanza
que la vida de Pablo” (Notas sobre Hechos, W. Partain). Pablo no sucumbió ante la persecución. Predicar la verdad lo hizo el flanco de
mucho ataque (“este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre
todos los judíos por todo el mundo, y cabecilla de la secta de los nazarenos”,
Hech. 24:5), pero tales ataques no lo convencieron de abandonar la predicación “del
evangelio de la gracia de Dios”, ni lo convencieron de diluir el evangelio para
“agradar a los hombres” (1 Tes. 2:3,4; cf. Gal. 1:10). Pablo no sucumbió ante la decepción. Los gálatas tuvieron un comportamiento
frustrante (Gal. 1:6; 3:1,2; 4:9-11; 4:19,20) al igual que los corintios (1
Cor. 3:1-3; 5:1; 6:1; 11:17), Marcos le abandonó (Hech. 13:13) al igual que
Demás (2 Tim. 4:9,10), y el apóstol Pedro junto a Bernabé tropezaron en una
conducta que era de condenar (Gal. 2:11-14). Pablo no sucumbió ante las críticas. No fueron pocos los ataques personales
que Pablo sufrió (“las cartas son duras y fuertes; mas la presencia corporal
débil, y la palabra menospreciable”, 2 Cor. 10:10), mientras que algunos
tergiversaban sus palabras (cf. Rom. 3:8). Pablo no sucumbió ante las muchas dificultades de
su trabajo. Su ministerio
involucró mucho peligro, incomodidad y dolor (cf. 2 Cor. 11:24-28). Pablo no sucumbió ante los llamados del mundo. Desechó como basura varias ventajas
sociales (Fil. 3:4-8). Se negó a predicarse a sí mismo (2 Cor. 4:5). No procuró
impresionar con habilidad oratoria (1 Cor. 2:3-5), y, si bien recibió salario por
su trabajo de predicación (ej. Fil. 4:18), Pablo no predicaba por amor al
dinero (1 Cor. 9:14-18; cf. 1 Tes. 2:5-9). La fidelidad de Pablo le permitió pelear la buena batalla, mantener la fe,
y terminar la carrera con éxito (2 Tim. 4:7). Debemos examinarnos, si estamos
siguiendo este ejemplo (cf. 1 Cor. 11:1; Fil. 4:9), si realmente podemos
afirmar, “de ninguna cosa hago caso”.