Tradición

 


Por Josué I. Hernández

 
¿Cuál es el lugar apropiado de la “tradición” en la adoración y servicio a Dios? ¿Se requiere observar alguna tradición para agradar a Dios? ¿Debemos evitar toda tradición? Seguramente, la respuesta no está ni en un extremo ni en el otro.
 
Como en toda discusión provechosa, la definición de los términos sentará las bases para construir una comprensión bíblica sólida. Por lo tanto, debemos comenzar definiendo el sustantivo “tradición”.
 
La palabra griega (gr. “paradosis”) que señala lo que es en sí mismo una “tradición” aparece varias veces en el Nuevo Testamento, y siempre debe entenderse como “una entrega que se hace de boca en boca o por escrito, es decir, tradición por la instrucción, la narrativa, mandato, etc” (Thayer). Algunas veces, esta palabra “se usa de la doctrina cristiana en general, donde el uso que hace el apóstol de la palabra constituye una negación de que lo que él predicaba se hubiera originado en él mismo, siendo en cambio una afirmación de autoridad divina para su enseñanza” (Vine).
 
En la palabra griega, según nos enseñan los académicos, tenemos la idea de “transmisión”. Por lo tanto, podemos pensar en algo transmitido para ser observado de generación en generación. Sin embargo, es muy importante diferenciar tres usos del concepto y sus aplicaciones.
 
Mandamientos de Dios
 
Tres veces en el Nuevo Testamento leemos de “tradición” como aquello que Dios ha revelado por medio de sus apóstoles, “Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones en que habéis sido adoctrinados, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2 Tes. 2:15, NC; cf. 2 Tes. 3:6; 1 Cor. 11:2).
 
Mandamientos de los hombres
 
Los otros diez usos de tradición en el Nuevo Testamento se refieren a lo que sido transmitido por los hombres. Por ejemplo, muchos judíos creían que parte de la ley de Moisés fue transmitida oralmente (cf. Gal. 1:14), la cual fue reconocida como “la tradición de los ancianos” (cf. Mar. 7:3) que se fue amplificando gradualmente para incluir las interpretaciones de la ley escrita, para producir, en su momento, el Talmud.
 
Los católicos romanos, y varios otros grupos religiosos, tienen una visión similar de las enseñanzas de Jesús. Nos hablan de “la tradición de la Iglesia”, la cual ha sido elevada a la par, sino por sobre, la Biblia. Algunas tradiciones son tan comunes, por ejemplo, las de fin de año, que algunos se sorprenden de que tales cosas no estén en la Biblia.
 
Jesús rechazó la noción, o idea, de que la tradición humana fuese vinculante, es decir, obligatoria, para una plena relación con Dios (cf. Mat. 15:1-9). En lugar de aquello, las tradiciones humanas motivan y dirigen los corazones a transgredir los mandamientos de Dios (Mat. 15:3), para invalidar la palabra de Dios (Mat. 15:6), y para hacer vana la adoración (Mat. 15:9). El apóstol Pablo también advirtió contra las tradiciones de los hombres en este último sentido (Col. 2:8).
 
La palabra de Dios, no los oficiales de alguna “Iglesia”, será la que determine lo que debemos, y no debemos, hacer para agradar a Dios (cf. Jn. 8:31,32; 17:17). Siempre será presuntuoso elevar la sabiduría humana al nivel de la sabiduría de Dios.
 
Costumbre o práctica común
 
Las formas establecidas para hacer las cosas suelen ser denominadas como “tradiciones”. Es importante reconocer que la Biblia no usa el concepto “tradición” en este último sentido. Por ejemplo, las iglesias tradicionalmente se reúnen para adorar con especial énfasis el domingo por la mañana. No obstante, aunque la palabra de Dios especifica una asamblea dominical, lo cual es una “tradición” en el primer sentido, no especifica la “hora” en que esta ha de realizarse, lo cual por la práctica extendida será una “costumbre”.
 
La costumbre surge de la conveniencia, lo cual no hace a la costumbre buena o mala en sí misma. Alguno dirá, “siempre lo hemos hecho así”, lo cual apela a la costumbre o práctica común, repetida desde antaño, como una autoridad. Pero, la antigüedad de una costumbre no la establece como correcta o incorrecta.

Conclusión
 
A pesar de las costumbres, establecidas para hacer las cosas, y de las tradiciones religiosas, ajenas a la Biblia, debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que Jesucristo ha ordenado para ser observado de generación en generación? ¿Lo estoy haciendo así?