La adoración, por definición, es la expresión formal de reconocimiento de
quién es Dios, un homenaje religioso que se expresa hacia Dios desde el corazón.
Dios es digno de ser adorado, lo merece, y lo requiere. Aunque muchas veces la Biblia habla de adoración en un sentido amplio para
señalar el servicio a Dios, la palabra misma se usa en el sentido más estricto
para indicar actos formales de devoción a Dios. No toda adoración es aceptable a Dios. Esto es evidente desde el Génesis en
adelante. Por ejemplo, el caso de Caín y Abel ilustra como dos hermanos se
esforzaron por adorar al mismo Dios, pero solo uno fue acepto. La Biblia dice, “Y
miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a
Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su
semblante” (Gen. 4:4,5; cf. Heb. 11:5). Dios, no el hombre, es el juez de la calidad de la adoración nuestra.
Sencillamente, Dios no se agrada de cualquier tipo de adoración o de cualquier
cosa que alguno pueda hacer para adorarlo. Nadab y Abiú, los hijos del sumo sacerdote, funcionarios de alto rango en
el servicio a Dios, fueron puestos como ejemplo para que entendamos que la
adoración aceptable debe realizarse como el Señor manda. Nadab y Abiú se
atrevieron a innovar, ofreciendo fuego extraño que Dios nunca había
especificado (Lev. 10:1). Simplemente, Dios no había ordenado tal clase de
fuego. Entonces, la respuesta del Señor fue consumirlos con fuego por su
desobediencia a lo especificado (Lev. 10:2). Debemos aprender cuán estricto es
Dios. Elevar nuestras preferencias por sobre la palabra de Dios, exaltando
nuestras consideraciones y deseos, es un acto de menosprecio a Dios, es algo
que le deshonra en lugar de glorificarle. El pueblo de Dios, en los días de Isaías adoraba con frecuencia, y se
esforzaban por adorar usando las formas correctas. Sin embargo, Dios dijo que tal
adoración era vana, es más, tal adoración era una carga que Dios aborrecía (Is.
1:10-15). ¿Cuál fue el problema? Isaías nos informa que ofrecían adoración ajustada
a las instrucciones externas, mientras ignoraban las instrucciones de Dios en
su diario vivir (Is. 1:16,17). Esta fue la queja común de los profetas (cf.
Jer. 6:16-20; 7:1-15; Am. 4:1-5; 8:4-6; Miq. 6:6-8). Para que nuestra adoración sea aceptable, nuestra vida debe serlo primero.
En otras palabras, vivir correctamente es esencial para adorar aceptablemente
(cf. Mat. 15:7-9). El motivo de la adoración también es importante. Algunas personas solamente
siguen las formalidades (cf. Is. 29:13), otros solo quieren ganar algún favor
de Dios, por ejemplo, dinero y salud. Jesucristo advirtió contra hacer alarde
de la adoración (cf. Mat. 6:5,6). La adoración requiere sinceridad y humildad
(Sal. 51:16,17), gratitud (Heb. 12:28) y consagración (cf. 1 Ped. 2:5,9). Para adorar aceptablemente debemos estar en Cristo (1 Ped. 2:4,5), y para
estar en Cristo debemos obedecer a su evangelio (Gal. 3:26,27) y permanecer en
él (Jn. 15:4-7). Jesús resumió los puntos anteriores cuando dijo, “Mas la hora viene, y
ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios
es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que
adoren” (Jn. 4:23,24).