Las ilustraciones de Jesús

 


Por Josué I. Hernández

 
Con habilidad incomparable Jesucristo permitió a sus oyentes captar las más profundas verdades espirituales usando lenguaje sencillo. Un contraste tremendo podemos observar entre las enseñanzas de Jesucristo y las obras teológicas modernas, lo cual demuestra la habilidad comunicacional de Jesucristo para dejar a nuestro alcance cosas que no hubiésemos percibido sin su ayuda, y que estaban “escondidas desde la fundación del mundo” (Mat. 13:35).
 
Una de las técnicas más efectivas que utilizó el Señor fue la de establecer paralelos con cosas o acontecimientos cotidianos, que acercaron la verdad al hombre común.
 
Los primeros discípulos fueron pescadores, entonces, Jesús les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mat. 4:18-22).
 
Cuando una mujer samaritana fue al pozo por agua, encontró a Jesús ofreciéndole el agua que saciaría para siempre su sed. Si bien ella no entendió inmediatamente la figura, despertó su interés lo suficiente para entablar una conversación más larga que resultó en llegar a creer en Jesucristo (cf. Jn. 4:1-29).
 
Los apóstoles discutían a menudo sobre cuál de ellos sería el mayor en el reino de los cielos. En una de esas ocasiones, Jesús llamó a un niño, quien sirvió como parábola viviente, y luego, dijo a sus discípulos, “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mat. 18:3,4).
 
En otra ocasión, Jesús describió su relación con sus discípulos como la de una vid con sus pámpanos. Los pámpanos deben permanecer en la vid para nutrirse de la rica sabia y dar fruto. Separados de él, los discípulos nada podría hacer, y si no dan fruto serían cortados y quemados (Jn. 15:1-11).
 
Dos ocupaciones comunes en Israel eran el pastoreo y la agricultura. Por lo tanto, las parábolas del Señor usan estas ocupaciones para ilustrar un aspecto del reino de los cielos (ej. Mat. 21:28-32; Luc. 15:3-7). Otros sucesos comunes serían el perder una moneda (cf. Luc. 15:8-10) u hornear pan (Mat. 13:33).
 
La divina genialidad de Jesucristo consiste en observar el paralelo entre el punto que enseña y un “accesorio” o “evento” fácilmente disponible, para encarnar la verdad en una situación cotidiana, dejando que lo desconocido sea entendido mediante lo conocido, lo cual es más difícil de lo que parece.
 
Un buen expositor de la palabra de Dios sigue el ejemplo de Jesucristo. Que no nos alejemos del humilde carpintero de Nazaret.
 
 
“Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría” (1 Cor. 2:1).