Por Josué I. Hernández
Jesús dijo, “Pero ¿qué os
parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, ve
hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después,
arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y
respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la
voluntad de su padre?” (Mat. 22:31).
La pregunta que Jesús hizo capta
nuestra atención, y nos dirige a nuestra responsabilidad más alta. En esta parábola
el padre representa a Dios. Hacer su voluntad es lo más importante de la vida. Todo
lo demás carece de valor en consideración de la obediencia a Dios. La Biblia
destaca este punto de principio a fin.
Cuando Moisés dio la ley a
Israel, dijo que estaba poniendo ante ellos la vida y la muerte, y agregó: “…escoge,
pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia; amando a Jehová tu
Dios, atendiendo a su voz, y siguiéndole a él; porque él es vida para ti, y
prolongación de tus días…” (Deut. 30:19,20).
Cuando los historiadores bíblicos
registraron los reinados en Judá e Israel, no mencionaban principalmente los
proyectos de construcción o las hazañas militares, aunque tales cosas forman
parte del registro. El enfoque fue si el rey y su pueblo obedecían a Dios o no.
Jesús confirmó este énfasis, “No
todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21-23).
Sin embargo, antes de predicar sobre la obediencia Cristo la practicó, “Porque
he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me
envió” (Jn. 6:38). Debido a esto, Lucas habló “acerca de todas las cosas
que Jesús comenzó a hacer y a enseñar” (Hech. 1:1).
Podría ser un gran esposo, un
buen vecino, un hábil artesano, un exitoso hombre de negocios, un buen artista,
el mejor estudiante de la clase, pero si no estoy haciendo la voluntad de
Dios mi vida es un miserable fracaso.
Jesús hizo la pregunta en un
entorno religioso, donde se suponía que estaban haciendo la voluntad del Padre,
sin embargo, a menudo la ignoraban. El autoengaño es fácil. El Señor estaba
llamando a una autoevaluación objetiva, estaba llamando al arrepentimiento.
“De cierto os
digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de
Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le
creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo
esto, no os arrepentisteis después para creerle” (Mat. 21:31,32).