Gálatas

 


Por Josué I. Hernández

 
La epístola de Pablo a los gálatas comienza con el asombro del apóstol al contemplar cómo los gálatas estaban abandonando el evangelio de Cristo (el evangelio que Pablo predicaba) por una perversión de este, perversión según la cual los cristianos deben ser circuncidados y guardar la ley de Moisés (Gal. 1:1-10; cf. Hech. 15:1,5). Esto nos lleva rápidamente a las tres secciones del libro.
 
La primera sección enfatiza la fuente del evangelio predicado por Pablo. El apóstol Pablo lo recibió por revelación de Jesucristo (Gal. 1:11,12), algo opuesto a su anterior formación en el judaísmo (Gal. 1:13,14). Este evangelio no lo aprendió de los demás apóstoles, debido al contacto limitado con ellos (Gal. 1:15-24). Cuando se produjo la discusión en Jerusalén (Hech. 15), todos estaban de acuerdo (Gal. 2:1-10). Sin embargo, fue necesario reprender a Pedro cuando no practicó lo que predicaba, actuando con simpatía hacia aquellos que insistían en que los gentiles fuesen circuncidados y guardasen la ley (Gal. 2:11-14).
 
La reprimenda de Pablo a Pedro sirve como transición a la segunda sección del libro, en la cual contemplamos la esencia del evangelio predicado por Pablo: Somos justificados por la fe en Cristo, no por guardar la ley (según el contexto, la ley de Moisés). Luego de resumir esta verdad (Gal. 2:15-21) y cuestionar a los gálatas por apartarse de la verdad (Gal. 3:1-5), Pablo continúa con una mayor explicación.
 
Abraham ilustra que somos hechos justos sobre la base de la fe, no sobre la base de la observancia de la ley mosaica (Gal. 3:6-9). La ley misma pronunciaba una maldición sobre cualquiera que no la guardara perfectamente (Gal. 3:10-14). Nuestra salvación es conforme al propósito de Dios a través de la simiente de Abraham: Jesucristo (la simiente prometida). Debido a que la ley vino siglos después de la promesa (acuerdo, pacto) que Dios hizo a Abraham, la ley no podría ser la base de las bendiciones (Gal. 3:19-22). Ahora, todos los que están en Cristo son herederos de la promesa (Gal. 3:23-29; cf. Hech. 2:39).
 
Antes de Cristo, cuando la ley estaba aún en vigor, los judíos y los gentiles eran como niños y esclavos. Ninguno estaba en condiciones de heredar. En Cristo, somos hechos herederos. Entonces, ¿por qué alguno querría regresar a la condición anterior (Gal. 4:1-11)? El apóstol Pablo estaba perplejo (Gal. 4:12-20), y la historia bíblica refuerza su punto. Isaac, el hijo de la promesa, fue bendito, mientras que Ismael, el hijo esclavo, fue expulsado (Gal. 4:21-31). Como Isaac, los verdaderos cristianos somos libres. Cristo nos hizo libres. Volver atrás nos separa de Cristo y de la gracia de Dios (Gal. 5:1-12).
 
La libertad en Cristo lleva a Pablo a la tercera sección de su epístola, la aplicación de su evangelio. La libertad en Cristo no es una licencia para hacer lo que queramos, es libertad para servir como Dios requiere. Significa amar al prójimo (Gal. 5:13-15), significa negar actitudes y conductas carnales desarrollando el fruto del Espíritu (Gal. 5:16-26), significa llevar los unos las cargas de los otros y hacer el bien incansablemente (Gal. 6:1-10). Entonces, la paz y la misericordia son para aquellos que son crucificados con Cristo y llegan a ser una nueva creación, el Israel de Dios (Gal. 6:11-18).