El apóstol Pedro llamó a los cristianos
a vivir de una manera ejemplar, exhibiendo la excelencia de la piedad. Este es
un llamado a reflejar la luz de Cristo, “Amados, yo os ruego como a
extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan
contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los
gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores,
glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas
obras” (1 Ped. 2:11,12). Los deseos carnales sobre los
cuales Pedro nos advierte no se limitan a la lujuria. Recordemos que el apóstol
Pablo incluyó “enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías” (Gal. 5:20). Cuando Pedro nos comienza a realizar
su aplicación, la primera área a la que se refiere es nuestra relación con el gobierno
civil, diciendo, “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya
sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados
para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque
esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de
los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la
libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. Honrad
a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Ped.
2:13-17). En este tiempo de polarización
política y rencor, cada uno de nosotros haría bien en detenerse y considerar su
propia conducta a la luz de las instrucciones de Pedro. Podemos hacer un
autoexamen mediante tres preguntas de sondeo.
¿Estoy honrando al
rey?
Usted puede decirme, “no tenemos
rey… nuestros países ya no son monarquías”. Pero, este no es el punto de Pedro.
El apóstol de Cristo escribió esta instrucción cuando Nerón era el César, y Roma
gobernaba como una dictadura. Independientemente de la mala conducta de los funcionarios
de gobierno, debemos honrarles. El verbo “honrar” (gr. “timao”), debe
entenderse como “honrar, tener en honor, reverenciar, venerar” (Thayer). “Se
refiere a tener en alta estima y no solo al cumplimiento mecánico del deber,
sino a una actitud interior de respeto y obediencia” (MacArthur). Sencillamente,
el cristiano fiel es uno que se somete a los que rijan al pueblo (1 Ped. 2:13)
al punto de orar por ellos (1 Tim. 2:1-3). Por lo tanto, en el examen de mi
propia conducta (cf. 2 Cor. 13:5) debo considerar si mis conversaciones están gobernadas
por la honra debida a los funcionarios del gobierno, al punto de considerar si
mis acciones en las redes sociales son una expresión de honra a ellos.
¿Estoy usando mi libertad
como un siervo de Dios?
Los cristianos somos libres en
Cristo (Gal. 5:13), pero esto no significa que seamos “libres en el ámbito
civil”. Es decir, la fidelidad a Cristo no involucra la anarquía civil o el
desprecio por la autoridad gubernamental. Solamente cuando hubiere un conflicto
directo, tendremos que “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech.
5:29). No obstante, el hecho de que La Constitución nos da el derecho de
expresar lo que pensamos políticamente, esto no altera lo que Dios ha dicho
primero, “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea
buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes” (Ef.
4:29).
¿Podría usar mi
conducta para ganar a otros para Cristo, a pesar de que estén opuestos a mí en
lo político?
Volvemos a la conducta. En fin,
de esto han de ocuparse los cristianos, “Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre
que está en los cielos” (Mat. 5:16).