¿Tienes lo suficiente?


 
Por Josué I. Hernández
 

“La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame!
Tres cosas hay que nunca se sacian;
Aun la cuarta nunca dice: ¡Basta!
El Seol, la matriz estéril,
La tierra que no se sacia de aguas,
Y el fuego que jamás dice: ¡Basta!”
(Prov. 30:15,16).
 

Este proverbio no es un dato curioso o divertido. Se supone que debemos aplicarlo. Piénselo detenidamente. Además de la muerte, una mujer que anhela un hijo, el suelo reseco, y un incendio voraz, hay otros que habitualmente nunca dicen “basta”, aquellos podríamos ser nosotros.
 
La lección de la satisfacción es una de las más difíciles de aprender en un entorno de prosperidad y materialismo. En lugar de satisfacción, el progreso económico suele estimular el apetito por más.
 
Pero, ¿qué hay de malo con esto? Para empezar, el buscar la realización en cosas que no pueden satisfacernos. Sencillamente, lo nuevo pierde su “encanto” demasiado rápido. El avance de la tecnología está ligado a la obsolescencia. ¿Resultado? Volvemos a quedar insatisfechos, frustrados, descontentos, y cansados con posesiones que se deterioran y pasan de moda (cf. 1 Tim. 6:9,10).
 
Salomón afirmó, “El que ama el dinero, no se saciará de dinero… Todo el trabajo del hombre es para su boca, y con todo eso su deseo no se sacia” (Ecles. 5:10; 6:7). La Biblia enseña que el corazón humano no fue creado para quedar satisfecho con dinero y posesiones. ¡La vida del hombre no consiste en esto (Luc. 12:15)! El contentamiento de una vida plena, una vida realizada, va de la mano de la relación con Dios (Heb. 13:5).
 
Otro problema es la vara de medir que solemos usar. Frecuentemente la insatisfacción se basa no en lo que tenemos respecto a nuestras reales necesidades, sino en lo que tenemos respecto a lo que otros poseen. Hay codicia y envidia en esto (“no codiciarás”, Rom. 13:9; cf. Ex. 20:17).
 
Jesús enseñó una parábola sobre unos jornaleros que ingresaron a trabajar en diferentes horarios de un mismo día (Mat. 20:1-16). Cuando llegó la hora de recibir el pago, el salario prometido fue entregado. Pero, hubo descontento y frustración, al punto de la murmuración. ¿Por qué? Porque los que llegaron más tarde recibieron la misma cantidad que los que ingresaron más temprano. En otras palabras, los que llegaron más temprano a trabajar hubiesen estado contentos con su salario si los demás hubiesen recibido menos.
 
He aquí la “raíz de toda suerte de males” (1 Tim. 6:10, VM), según la cual estaremos bien con lo que tenemos en casa, hasta que visitemos una casa más grande. Estaremos contentos con nuestro celular, nuestra ropa, nuestro carro, y nuestro trabajo, hasta que veamos que otros tienen más. Estaremos satisfechos con nuestro aumento salarial hasta que hagamos la comparación con el aumento salarial de otros. Y así, ¿cuándo diremos “basta”? Sencillamente, hay ingratitud y profunda amargura en este anhelo por más (cf. Col. 3:5).
 
Demasiadas almas no están agradecidas por las bendiciones recibidas (“ni le dieron gracias”, Rom. 1:21; “ingratos”, 2 Tim. 3:2), y permanecen lejos, muy lejos, de algún día afirmar: “ya es suficiente”.
 
Lo que completa y realiza la vida humana es temer a Dios y guardar sus mandamientos (cf. Ecles. 12:13). Pablo abrió los ojos de los cristianos en Colosas a la realización del alma en Cristo, diciéndoles “y vosotros estáis completos en él” (Col. 2:8-10).
 
 
“…he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación… Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).