Por Josué I. Hernández
Jesús “vino a buscar y a
salvar lo que se había perdido” (Luc. 19:10). Antes de morir para salvar a
los perdidos buscó a los pecadores mediante su enseñanza. Todavía Cristo sigue
buscando a los pecadores mediante su enseñanza, la cual dio a sus apóstoles (cf.
Ef. 2:17; 4:20,21; Jn. 13:20). Al final de su ministerio, mientras se dirigía a
Jerusalén, le preguntaron, “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (Luc.
13:23). No sabemos si esta pregunta fue totalmente sincera o tenía elementos de
crítica, pero la pregunta toca el asunto más importante en que debamos
ocuparnos.
Anteriormente, en el discurso que
solemos llamar “El sermón del monte”, Jesús había hablado de la puerta angosta
y del camino angosto (Mat. 7:13,14). En nuestro texto, que registra un episodio
posterior, Jesús respondió enfatizando cuatro cosas.
1. La salvación exige nuestro
mejor esfuerzo. “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os
digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Luc. 13:24). El verbo “esforzarse”
(gr. “agonizomai”) era usado para las competiciones atléticas, donde el esfuerzo
era enorme. Si bien Jesús es la puerta (Jn. 10:9), en quien alcanzamos la
salvación, esta salvación por gracia no es un asunto casual, “Si el justo
con dificultad se salva” (1 Ped. 4:18). La salvación en Cristo merece toda
nuestra atención, todo nuestro esfuerzo. La pregunta no es “¿cuántos se
salvarán?”, la pregunta es, “¿seré salvo así como voy?”.
2. Las oportunidades son
limitadas, no pospongamos la obediencia. “Después que el padre de
familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a
llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá:
No sé de dónde sois” (Luc. 13:25).
3. La mera asociación con
Jesús no es suficiente, debemos ser sus discípulos. “Entonces
comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas
enseñaste. Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí
todos vosotros, hacedores de maldad” (Luc. 13:26,27). No se trata de decir,
sino de hacer (Mat. 7:21-23; Col. 3:17,23). En otras palabras, decir que Jesús
es el Señor (Luc. 6:46), o adjuntar actividades a su nombre, es insuficiente.
Cristo dijo, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23).
4. Habrá sorpresas. “Allí
será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob
y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque
vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la
mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y
primeros que serán postreros” (Luc. 13:28-30). Los oyentes de Jesús no se
sorprenderían en absoluto al encontrar a los santos fieles del Antiguo
Testamento entre los salvos. Sin embargo, aunque se sorprenderían por la
inclusión de tantos gentiles en el número, la mayor sorpresa sería que ellos
mismos fuesen excluidos.
Conclusión
La mayoría no será salva, y algunos de los que esperamos
que sean salvos serán excluidos, y de los que no esperamos que sean salvos, lo
serán. No obstante, la lección principal es la siguiente: “Esfuérzate por ser
salvo”.