Escribiendo a los corintios, el
apóstol Pablo hizo varias observaciones sobre el evangelio. Su mensaje
poderoso, mensaje que a menudo es rechazado (1 Cor. 1:18-25). Por lo general,
el evangelio tiene poco atractivo para las personas más prominentes en cuanto a
clase y rango conforme al mundo (1 Cor. 1:26-31). Su presentación es sencilla, no
enfocado en el discurso de excelencia de palabras, sino en la evidencia
milagrosa que lo confirmó (1 Cor. 2:1-5). Es sabiduría divina, la cual no
podría conocerse por la intuición o el razonamiento intelectual más agudo (1
Cor. 2:6-9), pero revelado por Dios a través de sus portavoces (1 Cor. 2:10-13)
como Pablo y los demás apóstoles. Por lo tanto, el evangelio no es comprendido,
ni aceptado, por aquellos que fundamentan sus convicciones en el racionalismo,
y que descartan, por ende, la revelación especial de Dios (1 Cor. 2:14-16). Estas verdades tienen un par de
implicaciones importantes. En primer lugar, explican por qué los que son
cristianos y los que no lo son (aunque digan que lo son), creen y viven de
manera tan diferente. En segundo lugar, estas verdades nos recuerdan que los
cristianos siempre deben seguir el estándar divino, independientemente de lo que
pueda sugerir la sabiduría humana. Algunos corintios estaban
luchando con estas cosas. Ellos debían reconocer, lo que nosotros también
necesitamos reconocer, que “lo insensato de Dios es más sabio que los
hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor. 1:25).