“¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?”
Por Josué I. Hernández
Jesús llamó a Leví para que éste fuese
su discípulo. Sí, Leví es mejor conocido como Mateo. Él era un recaudador de
impuestos, un “publicano”. Podemos fácilmente imaginar el gozo de Leví, el cual
ofreció una recepción a Jesús, recepción a la cual asistió gran multitud de
publicanos. Entonces, Lucas registró lo siguiente, “Y los escribas y los
fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis
con publicanos y pecadores?” (Luc. 5:30). Algunos veían a los recaudadores
de impuestos como traidores a la patria, porque cobraban para Roma. Además, el
sistema fiscal favorecía o, mejor dicho, facilitaba el fraude. Sin duda alguna,
podemos apreciar, aunque no aprobar, cómo más de algún recaudador de impuestos aprovecharía
tal espacio para “hacer trampa” y cobrar algún excedente (cf. Luc. 3:12,13). Los
fariseos consideraban despectivamente a Leví y sus amigos como del grupo de “pecadores”
con el cual ninguno debiese asociarse de modo alguno. Entonces, “Respondiendo Jesús,
les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los
enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento” (Luc. 5:31,32). Jesús se asociaba con los pecadores como
un médico se asocia con los enfermos. El plan es sencillo, lograr la sanidad.
Consideremos tres cosas en la respuesta de Jesús. En primer lugar, Jesús
seguramente no quiso dar a entender que los fariseos estuvieran bien, y no
fueran pecadores. Ellos estaban tan enfermos como los recaudadores de impuestos.
Enfermos, por ejemplo, de un sentido de superioridad moral, orgullo e hipocresía.
Sin embargo, en lugar de examinar qué es el pecado y quiénes son los pecadores,
Jesús simplemente respondió a la murmuración. En segundo lugar, la asociación
de Jesús con estos pecadores de ninguna manera minimizó el pecado. No se asoció
con ellos para unirse al pecado. Jesús ama la justicia y aborrece la maldad
(Heb. 1:9), él siempre ha sido así (Heb. 13:8). Nada en la asociación de Cristo
pasó por alto, o toleró de alguna manera, los errores que los pecadores estaban
cometiendo. Al contrario, Cristo dijo que su propósito era llamarlos al
arrepentimiento. En tercer lugar, la respuesta de
Jesús no descarta las frecuentes advertencias bíblicas acerca de elegir
cuidadosamente nuestras amistades. El Salmo 1 trata de esta cuestión. Varios
proverbios nos advierten al respecto. Es más, Pablo escribió sin rodeos, “No
erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Cor.
15:33). Los cristianos necesitan equilibrio.
No nos atrevamos a pensar que somos demasiado fuertes como para sucumbir a la
mala influencia (cf. 1 Cor. 10:12). Pero, tampoco debemos equivocarnos en la
otra dirección, asumiendo la típica actitud farisaica de mirar con desdén en
lugar de usar de misericordia. Recordemos que nosotros también somos de los
pecadores a quienes Cristo vino a salvar. “Porque nosotros también éramos en
otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y
deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros” (Tito 3:3).