Orando

 


Por Josué I. Hernández

 
Los primeros cristianos “se dedicaban continuamente… a la oración” (Hech. 2:42, LBLA). ¿Habrá algo más natural que la oración para expresar cuán glorioso es Dios? Repasemos y reforcemos algunos conceptos básicos.
 
La oración es la expresión verbal del corazón, dicho de otra manera, es la expresión del anhelo del corazón (Rom. 10:1). Luego, hay diferentes tipos de oraciones (1 Tim. 2:1), por ejemplo, una oración de alabanza, una oración de petición por uno mismo, o de intercesión por otros, una confesión de pecado y petición de perdón, una expresión de acción de gracias, etc. Sin embargo, la oración adecuada es el clamor sincero del hijo confiado en el amor de su Padre celestial, “Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Fil. 4:6, LBLA).
 
Aunque a Dios no le impresiona la elocuencia, ni requiere de nosotros alguna fórmula específica que repitamos (cf. Mat. 6:7,8), la Biblia tiene mucho que decirnos sobre cómo orar.
 
Debemos orar por medio de Jesús. Él es nuestro mediador (1 Tim. 2:5), por lo tanto, orar en el nombre de Jesús (cf. Col. 3:17) reconoce este hecho.
 
Debemos orar con fe (cf. Sant. 5:1-8), es decir, con la confianza de que Dios responderá adecuadamente. Debemos tener plena confianza tanto en su poder, como es su sabiduría, aunque no siempre sepamos cómo responderá, en base a su poder y sabiduría, a nuestra petición. La oración no es para informar a Dios, “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes que vosotros le pidáis” (Mat. 6:8, LBLA), la oración es un acto de fe, es decir, de confianza plena y dependencia total (cf. Mat. 7:7-11).
 
Debemos orar fervientemente (cf. Sant. 5:16-18). La oración nunca debe convertirse en una mera recitación.
 
Debemos orar persistentemente. Jesús dijo que necesitamos orar siempre sin desmayar (Luc. 18:1-8). Como dijo Pablo, “orad sin cesar” (1 Tes. 5:17).
 
Debemos orar humildemente. Jesús destacó este punto de manera pintoresca en su parábola sobre el fariseo y el recaudador de impuestos (Luc. 18:9-14).
 
Debemos orar según la voluntad de Dios, “Y esta es la confianza que tenemos delante de Él, que si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, Él nos oye” (1 Jn. 5:14, LBLA). No pidamos a Dios lo que es contrario a su voluntad. Cuando oremos, debemos manifestar la total disposición a que en nuestra vida se haga la voluntad de Dios (cf. Mat. 6:10). En otras palabras, debemos estar dispuestos a aceptar y seguir el rumbo de su voluntad (cf. Luc. 22:42; Rom. 1:10).
 
La postura del cuerpo al momento de la oración no es un asunto crítico. No hay postura física que sea más espiritual que otra. Lo esencial es la postura el corazón. Un corazón piadoso, sincero, humilde y confiado es lo que se requiere.