Ante un ciego de nacimiento, los discípulos de Jesús preguntaron, “Rabí,
¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” (Jn. 9:2, LBLA). La cuestión del sufrimiento y la enfermedad es un asunto difícil. Las
emociones fácilmente desplazan el buen razonamiento. Algunos piensan que el
sufrimiento refuta la existencia de Dios, porque, supuestamente, “un Dios
amoroso no lo permitiría”, afirman. A otros les molesta el hecho de que no
exista una correlación directa entre el sufrimiento y la rectitud, porque las
personas injustas parecen vivir sin los dolores de los demás mortales, mientras
que los justos sufren (cf. Sal. 73). Sin duda alguna, los discípulos asumieron
alguna correlación de causa y efecto. La enfermedad puede estar directamente relacionada con la propia conducta,
por ejemplo, fumar produce males físicos, incluyendo el cáncer. Es más, cuando
los padres fuman los hijos, indirectamente, fuman también. Por supuesto, esta
es una conexión física, por sustancias contaminantes que ingresan al cuerpo.
Sin embargo, la pregunta de los discípulos fue formulada desde una perspectiva
diferente. Ellos hablaron de la enfermedad como castigo por el pecado. El ciego de nacimiento sufría por una condición congénita. ¿Fue su
enfermedad por un pecado que cometió en el útero o en algún estado
preexistente? Los académicos nos informan que algunos judíos creían que
cualquiera de las dos posibilidades era plausible. En fin, ¿fue su enfermedad
un castigo por el pecado personal o el pecado de sus padres? En un sentido amplio, todo sufrimiento es el resultado del pecado, en vista
de que éste vino al mundo después de que el hombre pecó (Gen. 3). Además, la
Biblia contiene ejemplos de Dios afligiendo a personas en respuesta a su
pecado, por ejemplo, la lepra de María (Num. 12). Sin embargo, esto no
significa que siempre exista una conexión directa. En el caso del ciego, no
había conexión alguna. Jesús respondió, “Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para
que las obras de Dios se manifiesten en él” (Jn. 9:3, LBLA). El Señor Jesucristo no explicó el porqué de la ceguera del hombre,
satisfaciendo nuestra curiosidad. En cambio, movió la mente de sus discípulos
para que contemplaran la oportunidad. La respuesta de Jesús no solamente puede
indicar el propósito, también puede, simplemente, señalar el resultado. Es
decir, este hombre no necesariamente nació ciego para que Jesús le sanara,
aunque este fue el resultado. La respuesta de Jesús enseña una lección valiosa: En lugar de especular
sobre por qué las cosas son como son, debemos aprovechar las oportunidades para
difundir la luz de Dios, “Nosotros debemos hacer las obras del que me envió
mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras
estoy en el mundo, yo soy la luz del mundo” (Jn. 9:4,5). Por último, si bien la Biblia enseña claramente que una persona puede
sufrir consecuencias del pecado de otros, la Biblia también es enfática en que
no somos culpables por el pecado de otros. La culpabilidad y condenación por el
pecado son intransferibles. El pecado es algo que se hace o se deja de hacer
(cf. Jn. 3:4; Sant. 4:17).
“El alma que pecare, esa morirá; el hijo no
llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la
justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:20).