Predicación

 


Por Josué I. Hernández

 
La iglesia local se reúne no solo para adorar, sino también para edificarse (cf. 1 Cor. 14:26). En otras palabras, la instrucción en la palabra de Dios es parte integral de las reuniones de la iglesia. Esto significa leer la Biblia y predicarla (cf. 1 Tes. 5:27; Hech. 20:7). Repasemos algunas cosas que debemos tener siempre presente sobre la predicación de la palabra.
 
El predicador
 
Un buen resumen de la obra del predicador lo tenemos en 2 Timoteo 4:2, “Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción” (LBLA).
 
El predicador debe predicar la palabra, no la sabiduría humana (cf. 1 Cor. 1-2). Ha de predicar exactamente lo que dice el texto, donde están los pensamientos y palabras del Espíritu Santo (1 Cor. 2:13). Ha de predicar todo el consejo de Dios, sin retener nada, sin desequilibrar lo doctrinal y lo práctico (Hech. 20:7). Ha de predicar para agradar a Dios, no a los hombres (Gal. 1:6-10). Ha de predicar para glorificar a Cristo, no a sí mismo (2 Cor. 4:5). Ha de predicar renunciando a lo oculto y vergonzoso encomendándose a las conciencias delante de Dios (2 Cor. 4:1-5). Ha de predicar con amor (Ef. 4:15). Ha de predicar al nivel de su auditorio (1 Cor. 3:2) y de una manera relevante para sus vidas (Tito 2:1-10). Ha de predicar sin ser contencioso (2 Tim. 2:14-16). Ha de predicar una y otra vez (cf. Fil. 3:1; 2 Ped. 1:12-15) sin importar las consecuencias (2 Tim. 4:1-5).
 
El oyente
 
Claramente, el predicador tiene trabajo que hacer, trabajo que requiere estudio considerable (2 Tim. 2:15) y oración constante (cf. Hech. 6:4). Pero, el predicador no es el único que tenga que trabajar. Oír con atención también requiere diligencia (cf. Luc. 8:18). Es fácil desconcentrarse. El oyente debe evitar las distracciones, externas e internas, reales o potenciales.
 
Pensemos en Cornelio. Cuando Pedro llegó a su casa, Cornelio le dijo, “Ahora, pues, todos nosotros, en la presencia de Dios, estamos dispuestos para escuchar todo lo que te ha sido ordenado por el Señor” (Hech. 10:33, JER).
 
El apóstol Pedro describe al buen oyente como un recién nacido que anhela leche (1 Ped. 2:1-3). Así también nosotros, debemos oír con anhelo, con ansias, con intenso deseo, con ferviente atención.
 
Santiago agrega tres componentes más para escuchar adecuadamente la predicación de la palabra (Sant. 1:19-21). 1) Oír con persistencia, sin reaccionar con ira ante la verdad que duele, o por lo menos, incomoda. 2) Oír con humildad, sabiendo que es la palabra de Dios. 3) Oír con honestidad y buena disposición.
 
Una y otra vez, los escritores de la Biblia nos instan a oír con prudencia la bendita palabra de Dios. No debemos limitarnos a la interpretación del predicador. Algunos predicadores no saben de qué están hablando (1 Tim. 1:7). Debemos abrir la Biblia y comprobar por nosotros mismos (cf. Hech. 17:11; 1 Jn. 4:1).
 
A propósito, Santiago nos indica que oír con persistencia, con humildad y con honestidad son insuficientes si no ponemos en práctica lo aprendido, “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (Sant. 1:22, JER).