La iglesia local se reúne no solo para adorar, sino también para edificarse
(cf. 1 Cor. 14:26). En otras palabras, la instrucción en la palabra de Dios es
parte integral de las reuniones de la iglesia. Esto significa leer la Biblia y
predicarla (cf. 1 Tes. 5:27; Hech. 20:7). Repasemos algunas cosas que debemos
tener siempre presente sobre la predicación de la palabra.
El predicador
Un buen resumen de la obra del predicador lo tenemos en 2 Timoteo 4:2, “Predica
la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta
con mucha paciencia e instrucción” (LBLA). El predicador debe predicar la palabra, no la sabiduría humana (cf. 1 Cor.
1-2). Ha de predicar exactamente lo que dice el texto, donde están los pensamientos
y palabras del Espíritu Santo (1 Cor. 2:13). Ha de predicar todo el consejo de
Dios, sin retener nada, sin desequilibrar lo doctrinal y lo práctico (Hech.
20:7). Ha de predicar para agradar a Dios, no a los hombres (Gal. 1:6-10). Ha
de predicar para glorificar a Cristo, no a sí mismo (2 Cor. 4:5). Ha de predicar renunciando
a lo oculto y vergonzoso encomendándose a las conciencias delante de Dios (2
Cor. 4:1-5). Ha de predicar con amor (Ef. 4:15). Ha de predicar al nivel de su
auditorio (1 Cor. 3:2) y de una manera relevante para sus vidas (Tito 2:1-10).
Ha de predicar sin ser contencioso (2 Tim. 2:14-16). Ha de predicar una y otra
vez (cf. Fil. 3:1; 2 Ped. 1:12-15) sin importar las consecuencias (2 Tim.
4:1-5).
El oyente
Claramente, el predicador tiene trabajo que hacer, trabajo que requiere
estudio considerable (2 Tim. 2:15) y oración constante (cf. Hech. 6:4). Pero,
el predicador no es el único que tenga que trabajar. Oír con atención también requiere
diligencia (cf. Luc. 8:18). Es fácil desconcentrarse. El oyente debe evitar las
distracciones, externas e internas, reales o potenciales. Pensemos en Cornelio. Cuando Pedro llegó a su casa, Cornelio le dijo, “Ahora,
pues, todos nosotros, en la presencia de Dios, estamos dispuestos para escuchar
todo lo que te ha sido ordenado por el Señor” (Hech. 10:33, JER). El apóstol Pedro describe al buen oyente como un recién nacido que anhela
leche (1 Ped. 2:1-3). Así también nosotros, debemos oír con anhelo, con ansias,
con intenso deseo, con ferviente atención. Santiago agrega tres componentes más para escuchar adecuadamente la
predicación de la palabra (Sant. 1:19-21). 1) Oír con persistencia, sin
reaccionar con ira ante la verdad que duele, o por lo menos, incomoda. 2) Oír
con humildad, sabiendo que es la palabra de Dios. 3) Oír con honestidad y buena
disposición. Una y otra vez, los escritores de la Biblia nos instan a oír con prudencia
la bendita palabra de Dios. No debemos limitarnos a la interpretación del predicador.
Algunos predicadores no saben de qué están hablando (1 Tim. 1:7). Debemos abrir
la Biblia y comprobar por nosotros mismos (cf. Hech. 17:11; 1 Jn. 4:1). A propósito, Santiago nos indica que oír con persistencia, con humildad y
con honestidad son insuficientes si no ponemos en práctica lo aprendido, “Poned
por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros
mismos” (Sant. 1:22, JER).