Vivimos en una época donde la responsabilidad individual está más diluida y
menguada que nunca. Nadie quiere hacerse responsable de su conducta y las
consecuencias de su proceder. Si no puedo pasar el examen, es por un problema en
el examen, por lo tanto, necesitamos eliminar los exámenes. Si no puedo pagar las
cuotas de mis préstamos, el banco, o el gobierno, deberían simplemente perdonarme
y condonar mis deudas. Si no reaccioné bien, fue por tu culpa, tú me pusiste en
esa situación. Culpar a otros de nuestros errores y fracasos no es algo nuevo. Cuando Dios
confrontó al primer hombre, Adán, acerca de su pecado, él respondió, “La
mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gen. 3:12). Adán
afirmó que su pecado fue por culpa de Eva, o quizás, por culpa de Dios quien le
dio a Eva, pero no era culpa de él. El profeta Ezequiel vivió en una época en que el pueblo de Dios estaba
cautivo en Babilonia. Fue un momento difícil. Un período de dura disciplina.
Entonces, un segmento amplio del pueblo se consolaba con un proverbio, “Los
padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?”
(Ez. 18:3; cf. Jer. 31:29). Simplemente, no querían reconocer su culpabilidad
que los hacía dignos del juicio divino. Aunque eran malvados, e idólatras,
culpaban a sus antepasados por su situación actual. Afirmaban que sus
antepasados fueron los que pecaron, “comieron las uvas agrias”, y ellos
heredaron la sensación molesta en los dientes, “la dentera”. La respuesta de Dios fue severa, “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que
nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel” (Ez. 18:3).
Entonces, Dios enfatizó dos puntos vitales de nuestra posición ante él. En primer lugar, el juicio de Dios se basa en la conducta del individuo, “El
alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el
padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la
impiedad del impío será sobre él” (Ez. 18:20). En segundo lugar, si un individuo cambia su conducta, Dios cambiará su
juicio (cf. Jer. 18:7-10). Si un malvado se aparta de sus pecados, Dios le
perdonará y le dará vida (Ez. 18:21-23). Así también, si un justo se aparta de
su justicia, Dios le condenará y morirá (Ez. 18:24). Sencillamente, “la vida
y el bien, la muerte y el mal” están delante de nosotros (Deut. 30:15). Cada cual es responsable de su conducta. La solución no es evitar la
responsabilidad, sino arrepentirse para vivir, porque “si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente” (Luc. 13:5).