El libro Josué registra cómo Israel conquistó a Canaán, su “tierra
prometida”. Bajo el liderazgo de Josué, el pueblo de Dios se unió y obtuvo
victorias decisivas sobre varias ciudades de Canaán. El poder de Dios estaba inequívocamente
en acción, tal como lo expresó Josué, “Un varón de vosotros perseguirá a
mil; porque Jehová vuestro Dios es quien pelea por vosotros, como él os dijo” (Jos.
23:10). Luego de que las principales ciudades-estado fueron derrotadas, Josué
repartió la tierra entre las tribus de Israel. En cierto modo, fue una “misión
cumplida”, y el Señor dio “reposo a Israel de todos sus enemigos alrededor” (Jos.
23:1). Sin embargo, había asuntos pendientes; quedaba territorio por conquistar
en el cual aún moraban cananeos. Israel debía erradicarlos, de lo contrario
atraparían al pueblo de Dios (Jos. 23:1-16). Este trabajo debía realizarse a
nivel tribal. Hay un principio aquí respecto a nuestra propia salvación, la cual es
paralela a la conquista de Canaán por parte de Israel. Nuestra victoria en
Cristo comienza cuando obedecemos al evangelio, poniendo nuestra fe en
Jesucristo nos arrepentimos, le confesamos como Señor y somos bautizados en él
(cf. Hech. 2:38; 8:37,38; Gal. 3:26,27; Col. 2:12), entonces, Dios nos da
reposo (cf. Hech. 3:19), y así, estamos lavados, santificados y justificados en
el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios(1 Cor. 6:11).
No obstante, hay asuntos pendientes. Debemos crecer, “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual
no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Ped. 2:1). “Antes
bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (2
Ped. 3:18). Debemos madurar en el discernimiento, “pero el alimento sólido es para
los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos
ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Heb. 5:14). Debemos someternos a una metamorfosis, “No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom.
12:2; cf. Rom. 8:29; 2 Cor. 3:18; 4:16; Col. 3:10). Los israelitas no se ocuparon de sus asuntos pendientes, lo cual resultó
desastroso (cf. Jue. 1-2). No cometamos el mismo error. Hay trabajo por hacer.