Transformación por contemplación

 


Por Josué I. Hernández

 
El apóstol Pablo escribió por el Espíritu, “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Cor. 3:18, LBLA).
 
Para comprender el punto de Pablo en este versículo necesitamos detenernos para observar el trasfondo histórico, el cual se registra en Éxodo 34:29-35. Moisés ascendió al monte Sinaí para recibir de Dios las tablas de piedra que contenían los diez mandamientos. Cuando descendió del monte, sin que él lo supiera, su rostro resplandecía. Obviamente, el resplandor de su rostro estaba relacionado con estar en la presencia de Dios. Entonces, el intenso brillo de su rostro asustó a los israelitas, y es comprensible que así fuera. Recuerde que antes, ellos estaban asustados al oír la voz de Dios (Ex. 20:19). No obstante, Moisés los convocó y repitió todo lo que Dios le había ordenado. Cuando terminó de hablar, Moisés puso un velo que cubría su rostro.
 
El texto del Éxodo indica que este proceso se repitió. Cada vez que Moisés entraba a hablar con Dios, lo hacía sin velo. Luego, cuando salía con el rostro radiante, exponía las instrucciones de Dios al pueblo, para volver a usar el velo. El apóstol Pablo dice que el propósito del velo era evitar que miraran fijamente el final de lo que se estaba desvaneciendo, es decir, el resplandor del rostro de Moisés por la comunicación de Dios (el antiguo pacto) que reflejaba, “y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no pusiesen los ojos en una gloria destinada a perecer” (2 Cor. 3:13, NC).
 
A pesar de esta provisión, los corazones del pueblo de Dios se endurecieron (2 Cor. 3:14). A menudo se endurecieron ante las instrucciones de Moisés, aunque sabían que él estaba hablándoles en el nombre de Dios. Y ciertamente pasaron por alto las indicaciones de aquello mayor que estaba por venir (Jn. 5:39-46). Estas referencias “veladas” respecto a Jesús, registradas en la ley de Moisés, por ejemplo, las disposiciones de la pascua o en los rituales del día de expiación, quedaban al descubierto, es decir, se “revelaban” las cosas que estaban “veladas” (2 Cor. 3:15,16). Por lo tanto, si el evangelio está velado para alguno, es por la obra de Satanás (2 Cor. 4:3,4).
 
El texto que nos convoca en la presente ocasión, 2 Corintios 3:18, es la aplicación de la exposición de Pablo, y destaca dos cosas:
 
En primer lugar, el evangelio, es decir, el nuevo pacto, es infinitamente superior al antiguo. El evangelio nos da una visión completa del Señor, permitiéndonos verlo sin velo. Esto hace al evangelio mucho más glorioso que la ley. En palabras de Pablo, la ley, a pesar de toda su gloria, palidece ante la gloria del evangelio de Cristo (2 Cor. 3:7-11). Evidentemente, algunos corintios tuvieron problemas para aceptar esto y trataban de aferrarse a las provisiones de lo velado y destinado a desaparecer.
 
En segundo lugar, la meta del evangelio es la transformación (gr. “metamorfoo”, metamorfosis). Nuestra oportunidad de ver la gloria del Señor es para que podamos ser “transformados de gloria en gloria en la misma imagen” (2 Cor. 3:18). Dios no solo ofrece reconciliación, lo que él busca es la transformación nuestra, que cada cual llegue a ser como su santo Hijo (cf. Rom. 8:29).  
 
Nuestro texto indica que la transformación es un proceso continuo (“de gloria en gloria”, “de día en día”, 2 Cor. 3:18; 4:16), y es algo que requiere mucha atención y esfuerzo persistente de nuestra parte. No se trata de dar un vistazo ocasional a la gloria del Señor, sino de contemplar con detención la gloria del Señor, de prestar atención diligente a Cristo.
 
¿Estamos aprovechando cada oportunidad para aprender más acerca de Jesucristo? ¿Ponemos en práctica lo que aprendemos para parecernos más y más a él?