Una enseñanza que ofende

 


Por Josué I. Hernández

 
Vivimos en una época en la que la capacidad de las personas para sentirse ofendidas parece estar en su punto más alto. A menudo, este o aquel grupo insiste en que cambiemos algo porque les resulta ofensivo. Si Jesús anduviera predicando entre nosotros, como lo hizo en el primer siglo, sin duda alguna, sería el objetivo de muchos ofendidos. ¿Cómo sabemos esto? Porque incluso en sus días la gente se ofendía por lo que él decía.
 
Jesús llamó la atención de los fariseos quienes exaltaban las tradiciones humanas por sobre los mandamientos de Dios. Los trató de hipócritas que en la práctica invalidaban la palabra de Dios, dando un culto solo de labios (Mat. 15:1-9). “Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?” (Mat. 15:12).
 
La palabra que en el Nuevo Testamento comúnmente se traduce “ofender”, significa, principalmente, poner un impedimento o una piedra de tropiezo en el camino. Por lo tanto, hacer tropezar a otro. Thayer, un reconocido lexicógrafo, añade que como un hombre que tropieza se siente molesto, la palabra también hace referencia al sentimiento de desagrado o indignación. Por supuesto, ofender hoy en día se usa casi exclusivamente en el sentido de herir sentimientos, el sentido secundario indicado por Thayer.
 
“Reaccionaron con resentimiento ante esta reprensión pública y ante la mordacidad que contenía. Les dolió en lo más profundo porque era cierta. Y este resentimiento aparecía tan vivamente en los rostros de los fariseos que los discípulos se sentían azorados” (A. T. Robertson).
 
En realidad, es el error el que hace caer, no la verdad. No obstante, mientras Jesús les estaba enseñando cómo no tropezar, indicando los cambios que debían hacer para evitar el poder y condenación del pecado, ellos se escandalizaron por la verdad.
 
La verdad es incómoda, y más de alguna vez, molesta y dolorosa. La verdad duele cuando la hemos estado evitando y expone nuestro error, cuando nos exige empezar de nuevo en pensamiento y conducta. A veces alguno reacciona descartando la verdad, y con ella a su fuente, como los fariseos lo hicieron.
 
Ante el evidente tropiezo de los fariseos, Jesús respondió a sus discípulos con dos declaraciones.
 
“Toda planta que mi Padre celestial no haya plantado, será desarraigada” (Mateo 15:13, LBLA). Se ha debatido si esta figura se refiere a los fariseos como secta, o a sus falsas doctrinas sectarias. Ciertamente, este es una discusión que importa poco, porque el punto es cierto para ambas opciones. Sencillamente, una doctrina que no es de Dios no permanecerá, ni tampoco aquel que sobre ella edifique su vida. “Que todos los maestros religiosos tomen nota de esto: toda religión basada en las tradiciones de los hombres está destinada a caer” (W. Partain).
 
“Dejadlos; son ciegos guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mat. 15:14, LBLA). Jesús no quiso participar con los falsos maestros, y advirtió a sus discípulos para que no lo hicieran. Debían apartarse de ellos.
 
Básicamente, nada ha cambiado en 2000 años. La palabra de Cristo todavía ofende, y los ofendidos, al rechazar la verdad que nos hace libres (Jn. 8:31,32), quedan presos de su propio pecado.
 
Jesucristo dijo, “bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mat. 11:6).