Conmemorando la muerte de Jesús

 


Por Josué I. Hernández

 
Cada año conmemoramos la muerte de aquellos que dieron su vida “para que vivamos quieta y reposadamente” (1 Tim. 2:2). Son héroes de la patria, y su sacrificio en las fuerzas armadas de la nación proporcionó un ambiente de seguridad y libertad social que debemos valorar y fomentar. Sin embargo, cada primer día de la semana (cf. Hech. 20:7; 2:42) los cristianos recordamos al más grande héroe y libertador, “el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Tim. 2:6) quien “por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos” (Heb. 2:9, JER).
 
Al instituir su cena conmemorativa, Jesucristo dijo, “haced esto en memoria de mí” (1 Cor. 11:24,25). El apóstol Pablo agregó, “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Cor. 11:26). 
 
El hecho de que Jesús murió
 
Nuestro memorial de la muerte de Jesús comienza reflexionando en la historia. El único hombre sin pecado que jamás haya existido fue ejecutado como un criminal. A pesar de que “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hech. 10:38) le “mataron colgándole en un madero” (Hech. 10:40). Los cargos contra él eran falsos. El juicio fue una farsa. Los acusadores le tenían envidia (Mar. 15:10) y los testigos mentían (Mar. 14:55-59). Luego, fue ejecutado de una manera humillante y dolorosa.
 
La razón por la cual Jesús murió
 
Nuestro memorial de la muerte de Jesús va más allá de lo que sucedió aquel día. Debemos considerar por qué sucedió. Podríamos pensar que los líderes religiosos se sintieron amenazados (Jn. 11:45-50), y que las multitudes volubles, y de doble ánimo, pedían su crucifixión (Mat. 27:20-23) aunque antes le aclamaron como el Cristo de Dios (Mat. 21:8-11). Podríamos pensar también, que Pilato estaba más preocupado por la política que por la justicia y la verdad (Luc. 23:22-25). En fin, aunque todas estas cosas son ciertas, la razón de fondo por la cual Jesús murió es por nuestros pecados, “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3). Nuestro Dios misericordioso quiere perdonar, pero su santidad y justicia demandan la expiación (Rom. 3:23-26; cf. Heb. 10:5). Solo la vida de un hombre perfecto sería suficiente, era necesaria la sangre del “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). El apóstol Pedro dijo, “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Ped. 3:18).   
 
Las implicaciones de la muerte de Jesús por nosotros
 
Nuestro memorial de la muerte de Jesús estará incompleto hasta que consideremos las implicaciones de su sacrificio. El apóstol Pablo declaró, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14,15, LBLA).
 
Hay mucho que recordar “el día del Señor” (Apoc. 1:10), es decir, el domingo, cuando pasamos a “la mesa del Señor” (cf. 1 Cor. 10:21). Por supuesto, la idea es que mantengamos estas cosas vivas en nuestra memoria cada día, “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20, LBLA).