Cada año conmemoramos la muerte de aquellos que dieron su vida “para que
vivamos quieta y reposadamente” (1 Tim. 2:2). Son héroes de la patria, y su
sacrificio en las fuerzas armadas de la nación proporcionó un ambiente de
seguridad y libertad social que debemos valorar y fomentar. Sin embargo, cada
primer día de la semana (cf. Hech. 20:7; 2:42) los cristianos recordamos al más
grande héroe y libertador, “el cual se dio a sí mismo en rescate por todos,
de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Tim. 2:6) quien “por
la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos” (Heb. 2:9, JER). Al instituir su cena conmemorativa, Jesucristo dijo, “haced esto en
memoria de mí” (1 Cor. 11:24,25). El apóstol Pablo agregó, “Así, pues,
todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del
Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Cor. 11:26).
El hecho de que Jesús murió
Nuestro memorial de la muerte de Jesús comienza reflexionando en la
historia. El único hombre sin pecado que jamás haya existido fue ejecutado como
un criminal. A pesar de que “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los
oprimidos por el diablo” (Hech. 10:38) le “mataron colgándole en un
madero” (Hech. 10:40). Los cargos contra él eran falsos. El juicio fue una
farsa. Los acusadores le tenían envidia (Mar. 15:10) y los testigos mentían (Mar.
14:55-59). Luego, fue ejecutado de una manera humillante y dolorosa.
La razón por la cual Jesús murió
Nuestro memorial de la muerte de Jesús va más allá de lo que sucedió
aquel día. Debemos considerar por qué sucedió. Podríamos pensar que los
líderes religiosos se sintieron amenazados (Jn. 11:45-50), y que las multitudes
volubles, y de doble ánimo, pedían su crucifixión (Mat. 27:20-23) aunque antes
le aclamaron como el Cristo de Dios (Mat. 21:8-11). Podríamos pensar también,
que Pilato estaba más preocupado por la política que por la justicia y la
verdad (Luc. 23:22-25). En fin, aunque todas estas cosas son ciertas, la razón
de fondo por la cual Jesús murió es por nuestros pecados, “Porque
primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Cor. 15:3). Nuestro Dios
misericordioso quiere perdonar, pero su santidad y justicia demandan la
expiación (Rom. 3:23-26; cf. Heb. 10:5). Solo la vida de un hombre perfecto sería
suficiente, era necesaria la sangre del “Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo” (Jn. 1:29). El apóstol Pedro dijo, “Porque también
Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para
llevarnos a Dios” (1 Ped. 3:18).
Las implicaciones de la muerte de Jesús por
nosotros
Nuestro memorial de la muerte de Jesús estará incompleto hasta que
consideremos las implicaciones de su sacrificio. El apóstol Pablo declaró, “Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo
murió por nosotros” (Rom. 5:8). “Pues el amor de Cristo nos apremia,
habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente,
todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan
para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14,15,
LBLA). Hay mucho que recordar “el día del Señor” (Apoc. 1:10), es decir, el
domingo, cuando pasamos a “la mesa del Señor” (cf. 1 Cor. 10:21). Por
supuesto, la idea es que mantengamos estas cosas vivas en nuestra memoria cada
día, “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que
Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20,
LBLA).