Obstáculos para comprender la verdad

 


Por Josué I. Hernández

 
Siembre habrá algún obstáculo para comprender lo escrito y lo hablado. Por lo tanto, necesitamos expresarnos con claridad, franqueza y buena voluntad, pero también necesitamos esforzarnos para entender correctamente. En fin, oír lo hablado, no sirve de nada si no se comprende el mensaje.
 
En Babel, cuando fueron confundidas las lenguas, todos hablaban, pero ya no se entendían (Gen. 11:1-9). Así también en Corinto, algunos hablaban sin que les entendiesen (1 Cor. 14:19), prácticamente, hablaban al aire (1 Cor. 14:9). En ambos casos, el uso de una lengua diferente imposibilitaba la comunicación, el obstáculo era el idioma.
 
Actualmente, la difusión de la Biblia la hace disponible de una manera que antes nunca lo estuvo, y aunque no son pocos los que están expuestos cada día al mensaje bíblico, son muchos los que no están comprendiendo lo que Dios ha hablado (Heb. 1:1,2). Sencillamente, una mayoría ha quedado varada en algún obstáculo y no pueden comprender la verdad que leen en su propio idioma (cf. Hech. 2:8). Es decir, están leyendo, pero no comprenden.
 
En el presente artículo queremos repasar algunos obstáculos comunes para comprender la verdad.
 
Falta de fe en la Biblia
 
Si alguno es ateo, agnóstico, o sencillamente, un ignorante de lo que la Biblia registra, ¿cómo podría comprender la verdad que liberta (cf. Jn. 8:32; 17:17)? No se puede comprender lo que no se cree, ni se podrá creer lo que no se ignora. Sin fe en la palabra de Dios (Hech. 15:7; Rom. 10:17) no habrá comprensión de lo que ella revela (cf. Hech. 8:30).
 
Falta de anhelo por comprender
 
Leer la Biblia solo por leerla, no producirá la comprensión de su divino mensaje. Alguno podría leer toda la Biblia cada año, durante toda su vida, y aún así podría no entenderla. Ir a la Biblia con prejuicios, buscando respaldar alguna doctrina favorita, no permitirá la comprensión de lo que Dios ha dicho. Necesitamos “hambre y sed de justicia” (Mat. 5:6), el anhelo intenso por “hacer la voluntad de Dios” (Jn. 7:17).
 
Amor errado
 
Algunas personas aman más las cosas de este mundo que la verdad. Jesús dijo, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mat. 6:21). Sencillamente, el corazón de algunas personas está puesto en el mundo (cf. 2 Tim. 4:10). Quieren ir al cielo, aunque no quieren lo necesario para llegar allá; y querrán ir al cielo porque algún día morirán, pero si fuera posible se quedarían para siempre en este mundo. En fin, aborrecen la verdad (cf. 2 Tes. 2:10) y al Dios de la verdad (cf. Rom. 1:30).
 
Elitismo
 
El “elitismo” es aquella actitud proclive a los gustos y preferencias que se apartan de los del común. Sencillamente, algunos religiosos creen y practican para diferenciarse y conseguir alguna distinción, lo cual los deja por sobre otros. Esto fue cierto en los días de Jesucristo (Mat. 23:5-9) y lo es también hoy. No son pocos los que han sido entrenados en doctrinas y mandamientos de hombres y viven del apoyo denominacional. Estarán interesados en la Biblia en la medida en que les sirva como un medio para llamar la atención y superar a otros.
 
Religión de antaño
 
Algunas personas si siquiera pensarían en ser otra cosa que lo han sido sus antepasados durante muchas generaciones. Pero, ¿si sus antepasados estuvieran equivocados? ¿Nos equivocaremos con ellos? Nunca podremos entender las sagradas Escrituras si las invalidamos por las tradiciones (cf. Mat. 15:6). Jesús dijo, “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21). “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37).
 
Conclusión
 
Identifiquemos los obstáculos que molestan la buena comprensión del mensaje de Dios en la Biblia. Una vez identificados, quitémoslos de en medio y esforcémonos por comprender y obedecer la palabra de Dios.
 
Leyendo podemos entender (Ef. 3:4) y podemos disfrutar de la realización del propósito de Dios en nuestra vida (2 Tim. 3:16,17).