La Pascua

 


Por Josué I. Hernández

 
La Pascua es una celebración anual ampliamente observada como ocasión litúrgica, la cual conmemora la resurrección de Jesucristo. La Real Academia Española la define así, “En la Iglesia católica, fiesta solemne de la Resurrección del Señor, que se celebra el domingo siguiente al plenilunio posterior al 20 de marzo”.
 
La fecha de esta celebración varía de año en año, debido a que no sigue el calendario gregoriano (solar), sino el calendario lunar. La Pascua debe celebrarse el primer domingo después de la primera luna llena que cae en el equinoccio de primavera, en el hemisferio norte, o inmediatamente después. Luego, el Domingo de Pascua no puede ser anterior al 22 de marzo ni posterior al 25 de abril. Las fechas de todas las demás festividades religiosas móviles, dependen de la Pascua.
 
Este método de cálculo se estableció en el Concilio de Nicea, del 325 D.C., con el objetivo de ordenar la celebración de La Semana Santa entre las diferentes comunidades que la celebraban.
 
El origen
 
Algunos historiadores han procurado hallar evidencia de la observancia de la Pascua en el siglo I, sin embargo, la evidencia indica que se comenzaría a celebrar a finales del siglo II. Es decir, la celebración de la Pascua fue desconocida por los apóstoles de Cristo y los primeros cristianos (cf. Hech. 2:42; Ef. 2:20).
 
Hubo controversia sobre qué día debía celebrarse la Pascua. Algunos la observaban cualquier día de la semana, y otros lo hacían solo el domingo más cercano. Es decir, no había uniformidad sino desorden. No podría ser de otra manera, no había instrucciones apostólicas para su celebración. Jesucristo nunca mandó a su iglesia a celebrar alguna Pascua.
 
El concilio de Nicea decretó que la celebración debía ser un domingo, pero no fijó cuál domingo en particular. Se requirió de tiempo para que otros concilios determinaran qué domingo sería el indicado, conforme al método de cálculo indicado en Nicea.
 
¿Está la Pascua en la Biblia?
 
La palabra “pascua” se menciona en el Nuevo Testamento (ej. Hech. 12:4; 1 Cor. 5:7; Heb. 11:28), pero nunca se usa para denominar la liturgia que comenzó a ser celebrada siglos después de la muerte de los primeros cristianos.
 
En el Nuevo Testamento leemos de “la pascua de los judíos” (Luc. 2:41; Jn. 2:18; 6:4; cf. Ex. 12:43; Deut. 16:1), pero no leemos de alguna “pascua de los cristianos” como ocasión de algún calendario litúrgico, menos de algún “domingo de pascua”. La pascua de los judíos es la santa convocación que se celebraba el 14 del mes de Nisán.
 
Albert Barnes, un destacado comentarista presbiteriano, en su comentario al libro Hechos escribió: “La palabra "Pascua" [lit. “Easter”] es de origen sajón y se supone que deriva de "Eostre", la diosa del Amor, o la Venus del Norte, en honor a la cual nuestros antepasados paganos celebraban una fiesta en el mes de abril (Webster). Dado que esta fiesta coincidía con la Pascua de los judíos y con la fiesta observada por los cristianos en honor de la resurrección de Cristo, el nombre pasó a usarse para denotar esta última. En los antiguos libros de servicios anglosajones, el término "Pascua" [lit. “Easter”] se usa con frecuencia para traducir la palabra "Pascua" [ing. “Passover”]. En la traducción de Wycliffe se utiliza la palabra “paske”, es decir, “Pascua” [ing. “Passover”]. Pero Tyndale y Coverdale usaron la palabra “Pascua” [lit. “Easter”] y, por lo tanto, se ha introducido de manera muy inapropiada en nuestra King James Version”.
 
Los primeros cristianos no observaron la Pascua
 
Hemos estudiado como Pablo advirtió contra algún calendario religioso que imponga celebraciones ajenas a la palabra de Cristo, “Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros” (Gal. 4:10,11; Col. 2:16,17). A las ocasiones litúrgicas de un calendario religioso el apóstol Pablo llamó, débiles y pobres rudimentos” (Gal. 4:8,9), “yugo de esclavitud” (Gal. 5:1) que quita de la gracia de Dios (cf. Gal. 5:4). 
 
La decimocuarta edición de la Enciclopedia Británica dice: “No hay ninguna indicación de la observancia de la fiesta de Pascua en el Nuevo Testamento ni en los escritos de los Padres apostólicos. La santidad de los tiempos especiales era una idea ausente de la mente de los primeros cristianos” (VII: 859).
 
Otra fuente afirma: “En tiempos apostólicos los cristianos conmemoraban la resurrección de su Señor cada domingo, reuniéndose ese día para adorar. Cuando Pablo se refiere a Cristo como nuestra pascua (1 Cor. 5:7), su lenguaje es metafórico y no puede considerarse que contenga ninguna alusión a una función de la iglesia” (A Dictionary of Religion and Ethics 140).
 
Para muchos “La Semana Santa” es el único conjunto de días en los cuales vuelcan sus corazones a Cristo, la única época litúrgica en que asisten a los servicios religiosos de su denominación. Sencillamente, no se interesan en estudiar las Sagradas Escrituras (Hech. 17:11), no buscan a Dios (Hech. 17:27) ni pretender agradarle (Hech. 24:14-16). Procuran expresar piedad en Semana Santa, para dejar de congregarse el resto del año (Heb. 10:25).
 
La importancia de la resurrección de Jesucristo
 
Creemos en la resurrección de Cristo, es la base de nuestra fe, y la deidad de Jesucristo descansa sobre este hecho histórico (Rom. 1:4; cf. Hech. 13:32,33; 1 Cor. 15:1-11).
 
Los verdaderos cristianos nos reunimos cada primer día de la semana, como lo hacían los cristianos del siglo I, para observar la cena del Señor (Hech. 2:42; 20:7). El primer día de la semana es el día que Dios apartó como especial convocación (cf. Apoc. 1:10), y así, la iglesia de Cristo se reúne con plena certidumbre de fe en la resurrección del santo Hijo de Dios.
 
La muerte, la sepultura, y la resurrección de Cristo, sirven como la forma de la muerte al pecado, la sepultura en el bautismo, y la resurrección espiritual, para andar en vida nueva, como nueva criatura en Cristo (cf. Rom. 6:3-11; Col. 2:12).
 
Conclusión
 
La celebración de La Semana Santa, y del domingo de Pascua en ella, es una ocasión litúrgica desconocida en el Nuevo Testamento, no es del cielo, sino de los hombres (cf. Mat. 21:25) y, por lo tanto, carece de autorización divina (cf. Mat. 15:6,9).