El pacto de Cristo



Por Josué I. Hernández

 
El Nuevo Testamento hace una clara distinción entre los pactos mosaico y el de la promesa, es decir, el pacto de Dios con Israel en el monte Sinaí, y la promesa hecha a Abraham de bendecir a todas las naciones en su simiente (Gal. 3:14-29). Estos dos pactos son contrastados de la siguiente manera. Uno corresponde al Sinaí, en Arabia, y el otro a la Jerusalén de arriba (Gal. 4:24-26). El pacto hecho en el Sinaí fue un ministerio de muerte y condenación (2 Cor. 3:7,9).
 
La muerte de Cristo validó el nuevo pacto bajo el cual vivimos hoy, y en el cual somos justificados por la gracia de Dios. Ahora es posible obtener el verdadero perdón de los pecados teniendo a Jesús como mediador (Heb. 9:15-17). Es el sacrificio de Cristo el cual sirve como juramento, o promesa, que sella este nuevo pacto.
 
El nuevo pacto es el nuevo acuerdo que Dios ha hecho con la humanidad, basado en la muerte y resurrección de Jesucristo. El concepto de “nuevo pacto” se originó con la promesa pronunciada por boca de Jeremías, según la cual Dios daría a su pueblo lo que el antiguo pacto no logró (cf. Jer. 31:31-34; Heb. 11:7-13). Bajo este nuevo pacto Dios escribiría su ley en el corazón humano (Heb. 8:10,11).
 
La noche que fue entregado, Jesús instituyó una cena memorial, “la cena del Señor” (1 Cor. 11:20) y habló de la copa en los siguientes términos, “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mat. 26:28; cf. Luc. 22:20).
 
Cuando el apóstol Pablo recitó lo que recibió del Señor respecto a la cena, escribió a los corintios lo siguiente: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Cor. 11:23-26).
 
La epístola a los hebreos presta más atención al nuevo pacto que los otros libros del Nuevo Testamento. Por ejemplo, cita el pasaje completo de Jeremías respecto a la promesa de un nuevo pacto (cf. Jer. 31:31-34; Heb. 8:8-12), se refiere a Jesucristo como el “mediador del nuevo pacto” (cf. Heb. 9:15; 12:24), y enfatiza cuán superior, mejor, o mayor, es el nuevo pacto de Cristo (Heb. 8:6).
 
El nuevo pacto logra lo que el antiguo no pudo, es decir, eliminar el pecado y limpiar la conciencia (cf. Heb. 9:13,14; 10:2,22). Por lo tanto, la obra redentora de Cristo ha dejado obsoleto al antiguo pacto (Heb. 8:13; cf. Col. 2:14; Ef. 2:15).
 
A diferencia del pacto mosaico, el nuevo pacto de Jesucristo es para toda la humanidad, sin importar su clase. Jesús envió a sus apóstoles por todo el mundo para contar la historia de la cruz (cf. Luc. 24:46,47; Mat. 28:18-20). Así pues, el llamado de Dios por el evangelio se extiende a todos.