El pacto de Dios con Abraham

 


Por Josué I. Hernández

 
Al hacer un pacto con Abraham, Dios se comprometió a bendecir a sus descendientes, haciendo de ellos su pueblo especial y dándoles la tierra de Canaán. Por su parte, Abraham permanecería fiel a Dios (cf. Gen. 18:18,19), sirviendo como medio a través del cual las bendiciones de Dios se derramarían sobre el mundo (Gen. 12:1-7; Gal. 3:16).
 
Esteban dijo, “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré. Entonces salió de la tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora” (Hech. 7:2-4).
 
El viaje de Abraham comenzó específicamente en Ur de los caldeos, en la antigua Babilonia del sur (Gen. 11:31). Él y su familia se movieron hacia el norte a lo largo de las rutas comerciales del mundo antiguo, y se establecieron en el próspero centro comercial de Harán, a cientos de kilómetros al noreste.
 
Mientras vivían en Harán, a la edad de 75 años, Abraham se dirigió a una tierra desconocida, obedeciendo al llamado de Dios, “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8). Las promesas de Dios eran asombrosas (Gen. 12:1-3). El Señor prometió que haría de él una gran nación, sin embargo, su esposa, quien luego sería llamada Sara, era estéril (Gen. 11:30; cf. Gen. 17:5,15). A pesar de lo anterior, Abraham esperaba en el Señor plantando tiendas y edificando altares (cf. Gen. 12:7,8).
 
Desde Harán hacia la tierra de Canaán, de norte a sur, Abraham pasó por las rutas comerciales a través de Siquem y Betel. Canaán era una zona poblada, habitada por belicosos cananeos organizados en ciudades estado. Sencillamente, la convicción de Abraham que motivaba su obediencia fue un caminar de fe, “Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (Heb. 11:9).
 
La relación entre Abraham y Dios fue una relación de pacto, la forma más común de acuerdos o alianzas entre individuos en el mundo antiguo. En este caso, Abraham aceptó ir a la tierra prometida que Dios le mostraría, y Dios se comprometió en hacer de él una gran nación, darle la tierra de Canaán por heredad y bendecir al mundo en su simiente.
 
Hubo tropiezos en el caminar de fe de Abraham, y también hubo disciplina de parte de Dios para reencaminarle en la buena senda. Así también, cuando Abraham avanzaba en su caminar de fe, Dios le animaba reafirmando sus promesas.
 
En Génesis 15 Abraham está ansioso por la realización de una promesa que parece huir de sus manos. Una práctica común en las familias sin herederos, en aquellos tiempos y lugares, era adoptar un esclavo como el heredero de los bienes de su amo. Abraham se proponía adoptar a Eliezer, un damasceno (Gen. 15:2). Sin embargo, el plan de Dios era otro. El Señor rechazó la idea de Abraham, y desafió su fe, “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Gen. 15:5).
 
La respuesta de Abraham es el modelo de fe que debemos imitar, “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Gen. 15:6). Cada vez que Abraham obedecía a Dios lo hacía porque confiaba en él. Su fe se expresó en obras y se perfeccionó, o realizó, por ellas (Sant. 2:22)
 
Cuatro veces la fe de Abraham le fue contada para justicia. Primero, cuando le fue prometido que sería heredero del mundo, es decir, padre de muchedumbre de gentes (cf. Gen. 12:1-3; Rom. 4:13). Segundo, unos años después, cuando se le prometió que su descendencia sería como las estrellas del cielo en multitud (Gen. 15:5,6). Tercero, unos 24 años después de haber llegado a la tierra prometida, cuando Dios prometió que Sara tendría un hijo (cf. Gen. 17:1-27; Rom. 4:19-22). Cuarto, años después, siendo Isaac un joven, Dios mandó a Abraham a ofrecerlo en sacrificio, y dice Santiago que ahí también la fe de Abraham fue contada para justicia (Sant. 2:21-23).
 
Así también nosotros, debemos seguir “las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado” (Rom. 4:12). Debemos avanzar sin retroceder (Heb. 10:39) confiando en Dios (Heb. 11:1), tal como lo hicieron Sara y Abraham (Heb. 11:8-12).