Luego del diluvio universal, es decir, la inundación global (cf. Gen.
7:19-23), Dios hizo un pacto con Noé, asegurándole que nunca más destruiría el
mundo con un cataclismo semejante (Gen. 9:9-17). Noé vivió en una época de violencia y corrupción extremas, “la maldad de
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gen. 6:5,6), “Pero
Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Gen. 6:8). Evitando que alguna
mala asociación lo corrompiera (cf. 1 Cor. 15:33; Prov. 13:20), y siguiendo el
ejemplo de su bisabuelo (Gen. 5:22), “con Dios caminó Noé” (Gen. 6:9). El mismo Dios que vio “la maldad de los hombres” (Gen. 6:5,11,12)
vio la justicia y piedad de Noé (Gen. 6:8,9). Entonces, el Señor eligió a Noé para
una gran obra, revelándole su intención de destruir el mundo con un diluvio y ordenándole
que construyera un arca en la cual él y su familia sobrevivirían, “Y lo hizo
así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Gen. 6:13-22). El autor a los hebreos escribió lo siguiente, “Por la fe Noé, cuando fue
advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el
arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho
heredero de la justicia que viene por la fe” (Heb. 11:7). Noé predicó con fidelidad, “cuando una vez esperaba la paciencia de
Dios… mientras se preparaba el arca” (1 Ped. 3:20). Sin embargo, no se
arrepintieron, “estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en
casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca” (Mat. 24:38), y “no
entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos” (Mat. 24:39).
Así pues, Dios “no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé,
pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el
mundo de los impíos” (2 Ped. 2:5). La Biblia dice que cuando el arca estaba lista, Noé y su familia entraron
en ella, y vinieron con Noé toda clase de animales según el plan de Dios, “y
Jehová le cerró la puerta” (Gen. 7:13-16). Finalizando el diluvio, Noé salió y construyó un altar e hizo un holocausto
(Gen. 8:20), expresando de esta manera su gratitud, devoción, y el compromiso
de plena consagración. La Biblia dice que este holocausto fue aceptado por Dios
(Gen. 8:21). Entonces, el Señor prometió a Noé y a su descendencia, entre los
cuales estamos nosotros, que nunca más destruiría el mundo con un diluvio
universal (Gen. 9:11,15), estableciendo el arcoíris como señal distintiva de su
promesa (Gen. 9:12,13). Desde entonces, cada vez que el arcoíris se observa en
el cielo, Dios se acuerda del pacto que hizo (Gen. 9:14,15). Otra parte del pacto con Noé involucra el reconocimiento y responsabilidad
por la vida humana, y el castigo a quien derrame la sangre de su prójimo, “El
que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque
a imagen de Dios es hecho el hombre” (Gen. 9:6). Cada vez que veamos un arcoíris en el cielo recordemos el acuerdo de Dios
con la humanidad, y los términos de dicho acuerdo. Este pacto no ha sido
abolido, sigue vigente.