¿A favor o en contra?

 


Por Josué I. Hernández

 
Los cristianos estamos involucrados en una gran batalla por las almas. Esta guerra es espiritual y de consecuencia eterna. El enemigo es Satanás (cf. Ef. 6:12). El objetivo es la salvación, la de nosotros mismos y la de tantos otros como podamos, “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5). Nuestras armas no son carnales (2 Cor. 10:4), nuestra militancia tampoco (2 Cor. 10:3). Usamos “la espada del Espíritu” como la única arma ofensiva de nuestra armadura (Ef. 6:13-17).
 
La buena batalla de la fe (cf. 2 Tim. 4:7) requiere el mismo nivel de determinación que caracteriza una guerra contra el terrorismo. Debemos tomar una postura. Así como un gobierno no podría oponerse a la corrupción y al terrorismo, si los permite y obtiene algún rédito de su existencia, nosotros no podemos oponernos a Satanás sin romper definitivamente con su ámbito de influencia. En otras palabras, los cristianos no pueden vencer a Satanás sin oponerse al pecado. No pueden vencer el error doctrinal si comulgan con él. La neutralidad es imposible. Cristo dijo, “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mat. 12:30).
 
Nuestra conducta, nuestra habla y nuestras asociaciones, revelan mucho de nuestra posición en esta gran batalla. Debemos recordar las palabras del apóstol Pablo, quien dijo, “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Ef. 5:11).