El ser humano es una criatura adoradora. La historia lo confirma. Allí,
donde ha llegado la pala de la arqueología o donde se hallen registros
escritos, se encuentra evidencia de adoración. Se ha descubierto que
literalmente todas las naciones de la tierra han sido adoradoras en alguna
manera o sentido. Los estudiantes de la Biblia creemos que el hombre es
adorador porque Dios puso en él la necesidad de adorar (cf. Hech. 17:26,27).
Esta necesidad innata clama por satisfacción, y el hombre, usando su libre
albedrío, puede elegir adorar a su Creador o a una criatura. Sin embargo, el
hombre debe adorar. Entonces, ¿cómo debe ser adorado Dios? Es decir, ¿cómo debemos adorar a
Dios de manera aceptable a él? La humanidad a menudo adora, pero mucha de su
adoración es vana. Jesús dijo, “Pues en vano me honran, enseñando
como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mat. 15:9).
Adoración válida
Un acto de adoración en sí mismo no es válido por la sinceridad, buenas
intenciones, esfuerzo, frecuencia o fervor del adorador. En otras palabras, la
validez de un acto de adoración no se fundamenta en el adorador, sino en
Dios quien es digno de adoración. La adoración no está enfocada en el
hombre, sino en Dios. Con relativa facilidad podemos argumentar contra la adoración de ídolos, a
pesar de que los idólatras demuestran sinceridad, buenas intenciones, esfuerzo
y fervor. Mientras ellos expresan amor y profunda devoción a los ídolos, y su confianza
es tan cualitativa como la nuestra, y en su adoración abundan los sacrificios,
su adoración es vana. ¿Por qué es vana su adoración? Porque el objeto
de su adoración es equivocado. Sin embargo, entre los que procuran adorar al Dios de la Biblia hay quienes
no serán aceptos como verdaderos adoradores (cf. Jn. 4:23; Mat. 7:21-23). La
Biblia registra muchos casos de adoradores a quienes Dios rechazó (ej. Gen.
4:5; Lev. 10:1,2; Num. 26:61; Am. 5:21). Por lo tanto, debemos aprender lo que
Dios requiere y acepta, para evitar lo que él no demanda y rechaza. Jesús afirmó, “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre
tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le
adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:23,24). De
este pasaje aprendemos varias cosas. Primero, Dios busca que le adoremos.
Segundo, hay adoradores verdaderos y adoradores falsos. Tercero, la verdadera
adoración debe consistir en una adoración que sea en espíritu y en verdad. Por
lo tanto, Dios no acepta todo tipo de adoración.
Adoración según el Nuevo Testamento
No podemos hallar mejor ejemplo de adoración que el que registren las
sagradas Escrituras, específicamente, el Nuevo Testamento de Cristo. Es en el
Nuevo Testamento donde vemos la nueva creación de Dios (Ef. 2:15; Gal. 6:15),
el Israel espiritual, la iglesia (Gal. 6:16; Ef. 2:19; 1 Ped. 2:9,10), el
pueblo que obra conforme al propósito eterno de Dios (Ef. 3:10,11). La iglesia del Nuevo Testamento fue adoctrinada por los apóstoles bajo la
supremacía de Jesucristo (cf. Mat. 28:18; Ef. 1:22,23; Col. 1:18). Aunque antes,
Dios habló muchas veces y de diferentes maneras, y los primeros cristianos
entendieron, y nosotros debemos entenderlo también, que ahora Dios nos ha
hablado por medio de su Hijo (Heb. 1:1,2) y que debemos perseverar en la
doctrina de sus apóstoles (Hech. 2:42). Estamos en terreno seguro cuando imitamos la forma de adoración de los
primeros cristianos, los cuales seguían la doctrina de los apóstoles de Cristo
(cf. 1 Cor. 4:17; 11:1; Fil. 4:9; Jud. 1:17). La razón es sencilla, si la
adoración de ellos agradó a Dios, siguiendo el ejemplo de ellos, agradaremos a
Dios también. La adoración es un acto formal de devoción o alabanza, ya sea público o
privado; también puede ser un acto de servicio enfocado en Dios. Son varias las
palabras griegas que se usaron en el Nuevo Testamento para describir la
adoración, y aunque no es nuestro propósito estudiar estas palabras, podemos
señalar que usualmente indican el sentimiento de profundo respeto y asombro que
mueven al corazón para tributar homenaje religioso, servicio y culto. La iglesia que Cristo estableció (cf. Mat. 16:18), desde su comienzo (Hech.
2) adoraba a Dios. No hay mejor ejemplo para nosotros que el registrado en el
Nuevo Testamento. Ellos adoraron bajo la supervisión y aprobación del Espíritu
Santo, y a nosotros nos corresponde estudiar el ejemplo que ellos nos dejaron.
La oración
Los verdaderos adoradores son
personas que oran. Los primeros cristianos se destacaron por su vida de
oración: “Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia
hacía sin cesar oración a Dios por él” (Hech. 12:5). “Y perseveraban… en las oraciones” (Hech. 2:42; cf. Rom. 15:30; Ef. 6:18;
Fil. 4:6; Col. 4:2; 1 Tes. 5:17).
El canto
Los verdaderos adoradores son personas que cantan. Los
primeros cristianos se destacaron por su vida enfocada en la alabanza vocal. La
iglesia del Nuevo Testamento no usaba de coros, cuartetos, grupos musicales, ni
instrumentos musicales de algún tipo. Cuando cantaron juntos, todos cantaban,
usando el corazón como instrumento desde el cual emanaban mensajes bíblicos “a
capella”. Los instrumentos musicales mecánicos fueron añadidos siglos después,
cuando muchas cosas no autorizadas por Cristo se practicaban tradicionalmente. Siendo guiados por el Espíritu Santo, los primeros
cristianos nos han dejado un ejemplo en cuanto a la forma de cantar en
adoración. Bajo la supervisión de los apóstoles, ellos aprendieron la necesidad
de cantar a capella, tal como Cristo lo había hecho (cf. Mat. 26:30; Mar.
14:26; Hech. 16:25; Rom. 15:9; 1 Cor. 14:15; Ef. 5:19; Col. 3:16; Heb. 2:12; Sant.
5:13).
La cena del Señor
Los verdaderos adoradores son personas que participan
regularmente de la cena del Señor. Jesús dio instrucciones a los apóstoles
sobre esta conmemoración que debía celebrarse en el reino (Mat. 26:29). El
Señor mismo compartió esta cena con los apóstoles, y a través de ellos la
iglesia aprendió que regularmente debían practicarla. Los primeros cristianos
se destacaron por su vida enfocada en la participación semanal de la cena del
Señor (cf. Hech. 2:42; 20:7). Ellos anhelaban participar de la mesa del Señor (cf.
Luc. 22:30; 1 Cor. 10:21). El apóstol Pablo recibió del Señor lo que a su vez enseñó
(cf. 1 Cor. 11:23; 14:37; Gal. 1:1; Ef. 3:3). Aunque no estuvo presente cuando
Cristo instituyó su cena, Pablo recibió la revelación de cómo y por qué los
cristianos debían observar la cena del Señor. La iglesia en Corinto recibió
esta instrucción de Pablo (1 Cor. 11:23-34) así como todas las iglesias dónde
él iba (1 Cor. 4:17). Pablo estuvo presente en Troas cuando la iglesia de esta
ciudad se reunió para observar la cena del Señor (Hech. 20:7), y Pablo aprobó
dicha práctica participando con ellos, lo cual se implica en la lectura. El Nuevo Testamento no autoriza ningún otro período que
no sea “cada primer día de la semana”. No hay otro día autorizado que no sea
“el primer día de la semana”. Entendemos, con los datos anteriormente
indicados, que los cristianos deben participar cada primer día de la semana de
la cena del Señor.
La colecta
Los verdaderos adoradores son personas que financian
generosamente la obra de la iglesia local donde son miembros. Los primeros
cristianos se destacaron por su vida enfocada en dar en ofrenda monetaria según
el Señor les iba prosperando. Mientras que el Antiguo Testamento especificaba que un
israelita debía dar una décima parte como impuesto, el diezmo (cf. Lev.
27:30-34; Deut. 14:22,23), el Nuevo Testamento no establece una cantidad
determinada. Más bien, enfatizando que vivimos bajo mejores promesas (Heb.
8:6), y teniendo mejores sacrificios (Heb. 9:23), los cristianos son motivados
a dar con liberalidad (2 Cor. 8:2) con disposición generosa (2 Cor. 8:12), no
con egoísta moderación (2 Cor. 9:6), sino con alegría (2 Cor. 9:7). Esta ofrenda monetaria debe ser colectada el primer día
de la semana, es decir, cada domingo (1 Cor. 16:1,2). No hay autorización para
exigir ofrenda semejante otros días de la semana. Tampoco hay autorización
bíblica para que la iglesia recaude fondos vendiendo algún producto, ya sea
comida, libros, bingos, etc. Cuando una iglesia del Señor obedece las instrucciones de
Cristo tendrá los fondos para hacer su propia obra. El dar de cada cristiano es
adoración (2 Cor. 9:6-15), así como el uso de ese dinero por la iglesia local
(cf. Fil. 4:18).
La enseñanza o predicación
Los verdaderos adoradores son personas que aprenden y
enseñan, y con esto adoran. Algunos se han preguntado si la enseñanza bíblica
debería considerarse estrictamente como un acto de adoración. Pero, ya que la
adoración involucra la devoción del corazón expresada en una acción de culto y
servicio enfocados en Dios, la predicación de la palabra, como el estudio de
ella, bien debe entenderse como adoración. Aunque la enseñanza y la predicación están dirigidas a
los hombres, el mensaje que se está comunicando proviene de Dios. Los
predicadores fueron considerados como “administradores de los misterios de
Dios” (1 Cor. 4:1). Son demasiadas las declaraciones, implicaciones y
ejemplos, que recalcan la importancia de este acto formal (Mat. 28:18-20; Hech.
2:42; 5:42; 8:4; 15:35; Rom. 10:17,18; 1 Cor. 15:1; Ef. 3:8; 4:11-16; Col.
1:23; 2 Tim. 2:2).
Conclusión
El ser humano es una criatura adoradora, pero, a menudo
no tiene cuidado para adorar según enseña la palabra de Cristo. Si afirmamos ser cristianos, debemos contentarnos con
practicar la adoración que observaron los primeros cristianos, la cual revela
el Nuevo Testamento.