Adoración bíblica

 


Por Josué I. Hernández

 
El ser humano es una criatura adoradora. La historia lo confirma. Allí, donde ha llegado la pala de la arqueología o donde se hallen registros escritos, se encuentra evidencia de adoración. Se ha descubierto que literalmente todas las naciones de la tierra han sido adoradoras en alguna manera o sentido. Los estudiantes de la Biblia creemos que el hombre es adorador porque Dios puso en él la necesidad de adorar (cf. Hech. 17:26,27). Esta necesidad innata clama por satisfacción, y el hombre, usando su libre albedrío, puede elegir adorar a su Creador o a una criatura. Sin embargo, el hombre debe adorar.
 
Entonces, ¿cómo debe ser adorado Dios? Es decir, ¿cómo debemos adorar a Dios de manera aceptable a él? La humanidad a menudo adora, pero mucha de su adoración es vana. Jesús dijo, “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mat. 15:9).
 
Adoración válida
 
Un acto de adoración en sí mismo no es válido por la sinceridad, buenas intenciones, esfuerzo, frecuencia o fervor del adorador. En otras palabras, la validez de un acto de adoración no se fundamenta en el adorador, sino en Dios quien es digno de adoración. La adoración no está enfocada en el hombre, sino en Dios.
 
Con relativa facilidad podemos argumentar contra la adoración de ídolos, a pesar de que los idólatras demuestran sinceridad, buenas intenciones, esfuerzo y fervor. Mientras ellos expresan amor y profunda devoción a los ídolos, y su confianza es tan cualitativa como la nuestra, y en su adoración abundan los sacrificios, su adoración es vana. ¿Por qué es vana su adoración? Porque el objeto de su adoración es equivocado.
 
Sin embargo, entre los que procuran adorar al Dios de la Biblia hay quienes no serán aceptos como verdaderos adoradores (cf. Jn. 4:23; Mat. 7:21-23). La Biblia registra muchos casos de adoradores a quienes Dios rechazó (ej. Gen. 4:5; Lev. 10:1,2; Num. 26:61; Am. 5:21). Por lo tanto, debemos aprender lo que Dios requiere y acepta, para evitar lo que él no demanda y rechaza.
 
Jesús afirmó, “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:23,24). De este pasaje aprendemos varias cosas. Primero, Dios busca que le adoremos. Segundo, hay adoradores verdaderos y adoradores falsos. Tercero, la verdadera adoración debe consistir en una adoración que sea en espíritu y en verdad. Por lo tanto, Dios no acepta todo tipo de adoración.
 
Adoración según el Nuevo Testamento
 
No podemos hallar mejor ejemplo de adoración que el que registren las sagradas Escrituras, específicamente, el Nuevo Testamento de Cristo. Es en el Nuevo Testamento donde vemos la nueva creación de Dios (Ef. 2:15; Gal. 6:15), el Israel espiritual, la iglesia (Gal. 6:16; Ef. 2:19; 1 Ped. 2:9,10), el pueblo que obra conforme al propósito eterno de Dios (Ef. 3:10,11).
 
La iglesia del Nuevo Testamento fue adoctrinada por los apóstoles bajo la supremacía de Jesucristo (cf. Mat. 28:18; Ef. 1:22,23; Col. 1:18). Aunque antes, Dios habló muchas veces y de diferentes maneras, y los primeros cristianos entendieron, y nosotros debemos entenderlo también, que ahora Dios nos ha hablado por medio de su Hijo (Heb. 1:1,2) y que debemos perseverar en la doctrina de sus apóstoles (Hech. 2:42).
 
Estamos en terreno seguro cuando imitamos la forma de adoración de los primeros cristianos, los cuales seguían la doctrina de los apóstoles de Cristo (cf. 1 Cor. 4:17; 11:1; Fil. 4:9; Jud. 1:17). La razón es sencilla, si la adoración de ellos agradó a Dios, siguiendo el ejemplo de ellos, agradaremos a Dios también.
 
La adoración es un acto formal de devoción o alabanza, ya sea público o privado; también puede ser un acto de servicio enfocado en Dios. Son varias las palabras griegas que se usaron en el Nuevo Testamento para describir la adoración, y aunque no es nuestro propósito estudiar estas palabras, podemos señalar que usualmente indican el sentimiento de profundo respeto y asombro que mueven al corazón para tributar homenaje religioso, servicio y culto.
 
La iglesia que Cristo estableció (cf. Mat. 16:18), desde su comienzo (Hech. 2) adoraba a Dios. No hay mejor ejemplo para nosotros que el registrado en el Nuevo Testamento. Ellos adoraron bajo la supervisión y aprobación del Espíritu Santo, y a nosotros nos corresponde estudiar el ejemplo que ellos nos dejaron.
 
La oración
 
Los verdaderos adoradores son personas que oran. Los primeros cristianos se destacaron por su vida de oración: “Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él” (Hech. 12:5). “Y perseveraban… en las oraciones” (Hech. 2:42; cf. Rom. 15:30; Ef. 6:18; Fil. 4:6; Col. 4:2; 1 Tes. 5:17).   
 
El canto
 
Los verdaderos adoradores son personas que cantan. Los primeros cristianos se destacaron por su vida enfocada en la alabanza vocal. La iglesia del Nuevo Testamento no usaba de coros, cuartetos, grupos musicales, ni instrumentos musicales de algún tipo. Cuando cantaron juntos, todos cantaban, usando el corazón como instrumento desde el cual emanaban mensajes bíblicos “a capella”. Los instrumentos musicales mecánicos fueron añadidos siglos después, cuando muchas cosas no autorizadas por Cristo se practicaban tradicionalmente.
 
Siendo guiados por el Espíritu Santo, los primeros cristianos nos han dejado un ejemplo en cuanto a la forma de cantar en adoración. Bajo la supervisión de los apóstoles, ellos aprendieron la necesidad de cantar a capella, tal como Cristo lo había hecho (cf. Mat. 26:30; Mar. 14:26; Hech. 16:25; Rom. 15:9; 1 Cor. 14:15; Ef. 5:19; Col. 3:16; Heb. 2:12; Sant. 5:13).
 
La cena del Señor
 
Los verdaderos adoradores son personas que participan regularmente de la cena del Señor. Jesús dio instrucciones a los apóstoles sobre esta conmemoración que debía celebrarse en el reino (Mat. 26:29). El Señor mismo compartió esta cena con los apóstoles, y a través de ellos la iglesia aprendió que regularmente debían practicarla. Los primeros cristianos se destacaron por su vida enfocada en la participación semanal de la cena del Señor (cf. Hech. 2:42; 20:7). Ellos anhelaban participar de la mesa del Señor (cf. Luc. 22:30; 1 Cor. 10:21).
 
El apóstol Pablo recibió del Señor lo que a su vez enseñó (cf. 1 Cor. 11:23; 14:37; Gal. 1:1; Ef. 3:3). Aunque no estuvo presente cuando Cristo instituyó su cena, Pablo recibió la revelación de cómo y por qué los cristianos debían observar la cena del Señor. La iglesia en Corinto recibió esta instrucción de Pablo (1 Cor. 11:23-34) así como todas las iglesias dónde él iba (1 Cor. 4:17). Pablo estuvo presente en Troas cuando la iglesia de esta ciudad se reunió para observar la cena del Señor (Hech. 20:7), y Pablo aprobó dicha práctica participando con ellos, lo cual se implica en la lectura.
 
El Nuevo Testamento no autoriza ningún otro período que no sea “cada primer día de la semana”. No hay otro día autorizado que no sea “el primer día de la semana”. Entendemos, con los datos anteriormente indicados, que los cristianos deben participar cada primer día de la semana de la cena del Señor.
 
La colecta
 
Los verdaderos adoradores son personas que financian generosamente la obra de la iglesia local donde son miembros. Los primeros cristianos se destacaron por su vida enfocada en dar en ofrenda monetaria según el Señor les iba prosperando.
 
Mientras que el Antiguo Testamento especificaba que un israelita debía dar una décima parte como impuesto, el diezmo (cf. Lev. 27:30-34; Deut. 14:22,23), el Nuevo Testamento no establece una cantidad determinada. Más bien, enfatizando que vivimos bajo mejores promesas (Heb. 8:6), y teniendo mejores sacrificios (Heb. 9:23), los cristianos son motivados a dar con liberalidad (2 Cor. 8:2) con disposición generosa (2 Cor. 8:12), no con egoísta moderación (2 Cor. 9:6), sino con alegría (2 Cor. 9:7).
 
Esta ofrenda monetaria debe ser colectada el primer día de la semana, es decir, cada domingo (1 Cor. 16:1,2). No hay autorización para exigir ofrenda semejante otros días de la semana. Tampoco hay autorización bíblica para que la iglesia recaude fondos vendiendo algún producto, ya sea comida, libros, bingos, etc.
 
Cuando una iglesia del Señor obedece las instrucciones de Cristo tendrá los fondos para hacer su propia obra. El dar de cada cristiano es adoración (2 Cor. 9:6-15), así como el uso de ese dinero por la iglesia local (cf. Fil. 4:18).
 
La enseñanza o predicación
 
Los verdaderos adoradores son personas que aprenden y enseñan, y con esto adoran. Algunos se han preguntado si la enseñanza bíblica debería considerarse estrictamente como un acto de adoración. Pero, ya que la adoración involucra la devoción del corazón expresada en una acción de culto y servicio enfocados en Dios, la predicación de la palabra, como el estudio de ella, bien debe entenderse como adoración.
 
Aunque la enseñanza y la predicación están dirigidas a los hombres, el mensaje que se está comunicando proviene de Dios. Los predicadores fueron considerados como “administradores de los misterios de Dios” (1 Cor. 4:1). Son demasiadas las declaraciones, implicaciones y ejemplos, que recalcan la importancia de este acto formal (Mat. 28:18-20; Hech. 2:42; 5:42; 8:4; 15:35; Rom. 10:17,18; 1 Cor. 15:1; Ef. 3:8; 4:11-16; Col. 1:23; 2 Tim. 2:2).
 
Conclusión
 
El ser humano es una criatura adoradora, pero, a menudo no tiene cuidado para adorar según enseña la palabra de Cristo.
 
Si afirmamos ser cristianos, debemos contentarnos con practicar la adoración que observaron los primeros cristianos, la cual revela el Nuevo Testamento.