Con frecuencia el apóstol Pablo menciona las obras en su epístola a los
romanos. El uso que hace Pablo de este sustantivo, “obras”, indica una
oposición a la gracia y a la fe. Consideremos esto. Pablo declara inequívocamente que la justificación no se encuentra en las
obras de la ley de Moisés, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano
será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento
del pecado” (Rom. 3:20). Luego de una serie de citas del Antiguo Testamento, el judío debía
reconocer que las obras de la ley, en la que tanto se enorgullecía (cf.
Rom. 2:23), no podían rescatarle de su pecado. “¿Qué, pues? ¿Somos
nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y
a gentiles, que todos están bajo pecado” (Rom. 3:9). Cuando el judío pecó, la sangre de los animales en sacrificio no pudo limpiar
su pecado (Heb. 9:13; 10:4). Por lo tanto, nadie podía ser justificado ante Dios
por los actos, hechos y acciones de la ley. Por este motivo, la justicia o
justificación ofrecida por Dios, la cual es “la justicia de Dios,
testificada por la ley y por los profetas” (Rom. 3:21) no se encuentra en
las obras de la ley, sino “aparte de la ley”. Entonces, Pablo dijo, “¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida.
¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Rom.
3:27,28) Si un judío hubiera vivido sin pecado bajo la ley, podría haberse
enorgullecido, o jactado, de su logro. Habría sido justificado por su
perfección humana, es decir, por la ley de las obras, por sus propias obras sin
mancha. No obstante, ningún judío alcanzó tal perfección sin pecado, “por
cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). La ley mosaica fue diseñada para hacer de sus súbditos personas profundamente
conscientes de su culpabilidad (Rom. 3:19), al punto de pronunciarles una
maldición, “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo
maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas
las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Gal. 3:10). La justificación es provista por la sumisión de fe (cf. Rom. 1:5; 10:16; 15:18; 16:26), no por obras de mérito.
Esto excluye para siempre la jactancia humana de la propia salvación. A su vez,
la justificación por la fe excluye las obras de la ley, aunque confirma la ley
(Rom. 3:31).