Hades, Tártaro y Gehena

 


Por Josué I. Hernández

 
El “Infierno” y el “Hades” se mencionan varias veces en nuestras Biblias, no así el “Tártaro”, que se menciona una sola vez. Sin embargo, la ocurrencia de una palabra no asegura la comprensión de su significado. Necesitamos estudiar el sagrado mensaje para no caer en la confusión general.
 
Hades
 
El origen de la palabra “Hades” parece derivarse de un prefijo griego “a” (“no”) y “eido” (“ver”), significando, “lo no visto”. Otros académicos piensan que puede tener su origen en “hado”, significando “receptor de todo”. A pesar de no contar con una base más sólida para la etimología de la palabra, el significado de ella puede ser determinado por su uso en el contexto bíblico donde se encuentra.
 
Hades se utiliza para designar la morada general de los espíritus de los difuntos, sean buenos o malos. En Apocalipsis 1:18 Jesús afirmó poseer “las llaves” (autoridad para abrir) de “la muerte” (el receptáculo del cuerpo) y “del Hades” (el receptáculo del espíritu del difunto). En una de sus visiones, Juan ve la “muerte” montada en un caballo, la cual era seguida por el Hades (Apoc. 6:8). Luego, leemos que tanto la muerte como el Hades serán vaciados en el momento del juicio (Apoc. 20:13,14). Es decir, la tumba entregará los cuerpos y el Hades entregará las almas.
 
Usando una figura de lenguaje reconocida como sinécdoque (el todo por una parte), el sustantivo Hades a veces se utiliza para designar una región más limitada del mundo de los espíritus de los difuntos. Dependiendo del contexto, esa región puede ser de castigo o de consuelo. Por ejemplo, Jesús advirtió que los malvados habitantes de Capernaum (Mat. 11:23; cf. Luc. 10:15), quienes se negaron a arrepentirse (Mat. 11:20), descenderían al Hades. Así, también, cuando murió el rico insensible de Lucas 16:19, su espíritu llegó al Hades y era atormentado (Luc. 16:22-24).
 
A su vez, mediante la sinécdoque, la Biblia dice que el Hades recibió el espíritu de Jesucristo, mientras su cuerpo descansaba en la tumba (cf. Luc. 23:46; Hech. 2:27-31). Este sector del Hades, específicamente, es llamado “paraíso” por el Señor (Luc. 23:43), correspondiendo al “seno de Abraham” donde fue Lázaro y el mismo Abraham (Luc. 16:22,25).
 
Cuando Cristo prometió edificar su iglesia, y declaró que las “puertas del Hades” no prevalecerán contra ella (Mat. 16:18), indicó que el mismo Hades no podría retener su alma impidiendo la edificación de la iglesia. A su vez, señaló que la iglesia compartiría la victoria sobre la muerte misma.
 
Tártaro
 
El apóstol Pedro escribió lo siguiente: “Porque, si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las prisiones tenebrosas, reservándolos para el juicio” (2 Ped. 2:4, NC). “habiéndolos con cadenas de tinieblas hundido en el tártaro” (LT).
 
Donde Reina-Valera 1960 traduce, “arrojándolos al infierno” (2 Ped. 2:4; gr. “tartarosas”) debemos entender “consignar al Tártaro” (Vine). Los académicos nos informan que “tartarosas” es un participio cuya forma sustantiva es “tartarus”. Esta es la única aparición de esta palabra en el Nuevo Testamento.
 
Tártaro, originalmente denotaba un lugar profundo, “la región subterránea, lúgubre y oscura, considerada por los griegos antiguos como la morada de los impíos muertos, donde sufren castigo por sus malas acciones” (Thayer).
 
Ya que Pedro, por el Espíritu Santo, indicó que el Tártaro es la morada de los ángeles malignos antes de su destierro a la Gehena, y no tenemos indicio de que Pedro asigne un significado extraordinario al término, es razonable concluir que el Tártaro es aquella zona del Hades en la que, tanto hombres rebeldes como ángeles malos, son atormentados antes del juicio final.
 
Note la implicación de Pedro, “el Señor, entonces, sabe rescatar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos bajo castigo para el día del juicio” (2 Ped. 2:9, LBLA). El participio “bajo castigo” indica que al momento en que escribió el apóstol Pedro, la pena estaba sucediendo. ¿Dónde está ocurriendo esto? En el contexto, el lugar que se ha mencionado es el Tártaro.
 
Gehena
 
La morada final y eterna de aquellos que mueren separados de Dios es la “Gehena”, es decir, el infierno. Esta palabra se encuentra 12 veces en el Nuevo Testamento griego. En 11 de estos casos, Jesucristo es quien emplea el término.
 
El sustantivo griego es derivado del nombre de un barranco a las afueras de Jerusalén donde se quemaba basura, y que vino a ser símbolo de fuego continuo.
 
Antes del tiempo de Cristo se llamaba “valle de lamentaciones”, al “valle de Hinom” (“heb. “ge-Hinom”) al sureste de Jerusalén, donde fueron quemados vivos los niños sacrificados al dios Moloc.
Este culto fue apoyado por Salomón en su vejez (1 Rey. 11:7,10), introducido formalmente por Acaz (2 Cron. 28:3) y abolido por Josías (2 Rey. 23:10). Finalmente, se convirtió en el depósito de basura de Jerusalén, donde se quemaban continuamente los desechos.
 
La Gehena, asociada con estas ideas, sirvió apropiadamente como designación del lugar de sufrimiento eterno al que serán echadas las personas malvadas después del regreso del Señor.
 
Es importante reconocer la diferencia entre Gehena y Hades. La enseñanza de Cristo especifica una serie de características que distinguen a la Gehena (cf. Mat. 5:22,29; 10:28; 18:9; 23:15,33; 25:41,46; Luc. 12:4,5). El Hades es temporal, la Gehena es eterna (cf. Mat. 25:46). Por lo tanto, no debemos confundir el tormento del Hades con el tormento del infierno, ni el paraíso del Hades con el paraíso del cielo (Apoc. 20:14).
 
Características de la Gehena
 
El castigo eterno en la Gehena constituye un estado que involucra tanto al cuerpo resucitado como al alma. Es decir, en la Gehena los impíos serán lanzados, no como espíritus sin cuerpo, sino como almas revestidas del cuerpo de la resurrección. Tome en cuenta que los injustos también resucitarán en el día final (cf. Jn. 5:28,29; Hech. 24:15). Luego, observe que Cristo indicó claramente que el cuerpo, así como el alma, serán sometidos a las agonías del infierno (Mat. 5:29,30; 10:28; Mar. 9:43-48).
 
Ser echado en la Gehena no resultará en aniquilación de la existencia, sino en un estado consciente de horrendo sufrimiento. Cuando Jesús habló de “destruir” (gr. “apollumi”) en el infierno (Mat. 10:28), no hizo referencia a una aniquilación, sino a la pérdida del bienestar, señalando la perdición y la ruina. En otras palabras, Jesús no habló de una extinción de la existencia, sino de una ruina o miseria que afectarán al alma y al cuerpo de los malos.
 
Cuando el hijo pródigo estaba lejos de casa, estaba “muerto” (gr. “nekros”) y “perdido” (gr. “apollumi”) en la tierra lejana (Luc. 15:32). De ninguna manera había dejado de existir. Con extremada precisión, la palabra de Cristo nos indica que estaba en la ruina y la miseria (“perdido”), a la vez que estaba separado y excluido (“muerto”). El hijo pródigo no estaba aniquilado.
 
Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había “perdido” (Luc. 19:10; gr. “apollumi”). Jesús no vino a salvar a los aniquilados, sino a los arruinados en la miseria del pecado.
 
La Gehena es un lugar de “castigo” (Mat. 25:46; gr. “kolasis”), y para que suceda el castigo el castigado debe existir. Sería absurdo calificar como castigados a los que dejaron de existir. Los malvados serán “atormentados” con el fuego de la Gehena (Apoc. 14:10,11), y, nuevamente, el tormento implica consciencia (cf. Apoc. 9:5; 11:10). Este castigo es “eterno” en extensión (Mat. 25:46; gr. “aionios”).
 
Piense en lo siguiente. Si el hombre rico en el Hades estaba siendo “atormentado” (gr. “odunao”, Luc. 16:24), bajo severa angustia e intenso dolor, aunque este dolor solo afectaba a su alma, ¿será posible que el castigo eterno en la Gehena, que implicará el cuerpo y al alma, consistirá en menos dolor?
 
Conclusión
 
Debemos subrayar que el castigo en la Gehena es interminable. El fuego será inextinguible (Mat. 3:12). El gusano que roe la carne putrefacta no morirá (cf. Mar. 9:48). “Esta afirmación significa la exclusión de toda esperanza de restauración, el castigo siendo eterno” (Vine). En palabras del apóstol Pablo, “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes. 1:9).  
 
El “castigo eterno” (gr. “kolasin aionion”) como “la vida eterna” (gr. “zoen aionion”) duran la misma cantidad de tiempo, es decir, no tendrán fin. Pero, si el castigo eterno finalizará, como afirman algunos, la vida eterna también lo hará.
 
Es necesario aceptar lo que Cristo y sus apóstoles enseñan sobre el infierno, y entender cuán grave es la rebelión contra Dios.