Por Josué I. Hernández
Las Sagradas Escrituras afirman preciosas y grandísimas promesas como
respuesta a las oraciones de los cristianos, quienes tienen a Cristo como
mediador (1 Tim. 2:5) y Sumo sacerdote en los cielos (Heb. 4:14-16).
Si prestamos cuidadosa atención a lo que el texto sagrado enseña sobre la
oración, reconoceremos cuán poderosa herramienta es la oración en nuestro
caminar cristiano. Cristo dijo, “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis;
llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mat. 7:7,8). El Señor también enfatizó
“la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Luc. 18:1).
Cuando el pueblo de Dios ora sucede algo asombroso: Nuestras oraciones ascienden
al trono de Dios, y Dios las escucha (cf. Luc. 1:13; 18:7; Hech. 12:5), y las
escucha con agrado (Apoc. 8:1-4). No hay hijo de Dios que moleste a Dios (cf. Luc.
11:5-13; 18:1-8). Sencillamente, no hay instancia en que Dios no tenga tiempo
para sus hijos (cf. Heb. 4:16).
La oración tiene el potencial de transformar nuestras vidas. Sin embargo, podríamos
descuidar este ejercicio de fe (cf. Mat. 6:8; Luc. 18:1,8). Fácilmente
podríamos orar mecánicamente, repitiendo la misma fórmula, y, tal vez, las
mismas palabras de siempre (cf. Mat. 6:7). En semejante condición espiritual no
sería difícil dejar de orar, es decir, “desmayar” (Luc. 18:1).
Usted no conocerá a un cristiano más débil y desesperanzado que aquel que ha
dejado de expresar en oración el anhelo de su corazón (cf. Rom. 10:1).
El pecado es obstáculo para que las oraciones lleguen al soberano oído de
Dios (cf. Is. 59:1,2; 1 Jn. 3:22). Podríamos tener buenas intenciones, pero la sincera
ignorancia (cf. Hech. 26:9; 1 Tim. 1:13), e incluso, la rebeldía abierta (Prov.
28:9), impedirán hallar gracia (Prov. 15:29). Dios no oye a los pecadores (cf.
Jn. 9:31).
Nuestras oraciones podrían ser rechazadas cuando oramos por motivos
egoístas (cf. Sant. 4:2-4), fuera de la voluntad de Dios (cf. 1 Jn. 5:14). Cuán
importante es examinar no solo la cantidad de nuestras oraciones, sino
también la calidad de ellas.
El mayor daño a nuestra relación con Dios es la incomprensión, o el
rechazo, de lo que a Dios realmente le importa. Es posible que nuestros
corazones no estén sintonizados con el de Dios (cf. Luc. 21:34). En semejante
caso, podríamos estar afanados por muchas cosas (cf. Fil. 4:6; Luc. 10:41) olvidando la voluntad
de Dios en los asuntos celestiales.
Al estudiar el registro sagrado sobre la vida de oración del apóstol Pablo,
podemos aprender por qué oró, cómo oró, y qué motivaba sus oraciones. Hay mucho
que repasar, reforzar y aprender al estudiar las oraciones de Pablo. Dios quiso
dejarnos un ejemplo en ellas.
Ciertamente, todo cristiano que crece en la oración crece también en su
relación con Dios, porque no hay buena relación sin buena comunicación. Dios
nos habla por su palabra, y nosotros le hablamos en nuestras oraciones.
¿Oramos?