“Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a
volver al lugar de donde se levanta” (Ecles. 1:5).
La Biblia no fue escrita para ser un libro de texto científico, por lo tanto,
no debemos sorprendernos de que no use lenguaje científico cuando describe algún fenómeno natural. Pero,
esto no significa que el mensaje de la Biblia sea inexacto, simplemente, no es científico. Comúnmente hablamos de que “salió el sol” o que “se puso el sol” (cf. Sal.
19:5,6), porque es lo que sucede desde el punto de vista nuestro, y entendemos
estas expresiones, aunque son inexactas estrictamente hablando. El sol no se ha
movido, la tierra es la que se mueve alrededor del sol, y girando sobre su eje,
creándose la impresión física de que el sol se está moviendo en el cielo. Pero,
no somos ignorantes, ni creemos que la tierra sea plana. Sencillamente,
describimos el mundo conforme a cómo percibimos los fenómenos en él. En este
sentido, la Biblia describe el mundo que nos rodea enfocando los fenómenos
desde el punto de vista del observador, de la manera en que impactan a los
sentidos, como se contemplan a simple vista. Este lenguaje de los fenómenos
suele llamarse “fenomenológico”.
Geocentrismo o Heliocentrismo
El Geocentrismo es el sistema en el cual los planetas y el sol giran
alrededor de la tierra, mientras que en el Heliocentrismo giran alrededor del sol.
¿Decía algo la Biblia sobre esto? Por siglos se aseguró que la Biblia enseñaba un sistema geocéntrico, con la
tierra fija en el centro del universo y el sol girando en torno a ella. Pero,
la Biblia no afirma tal cosa. Fueron estudiantes de la Biblia quienes durante
siglos interpretaron mal ciertas expresiones del texto sagrado. Este error lo
cometieron en el esfuerzo de conciliar la revelación bíblica con la ciencia de
la época. No es la Biblia, sino Aristóteles, discípulo de Platón y tutor de Alejandro
Magno, quien en el siglo IV A.C., enseñaba que la tierra estaba fija en el
centro del universo, y que el sol, las estrellas y los planetas giraban en
torno a ella. Luego, en el año 250 A.C., Aristarco de Samos propuso un sistema
heliocéntrico, con la tierra girando alrededor del sol. Sin embargo, la
cosmovisión de Aristóteles se impuso durante siglos. La obra de Aristóteles fue traducida al latín, y Tomás de Aquino
(1225-1274) fue un impulsor de la filosofía aristotélica llegando a influir con
ella en la doctrina de la Iglesia Católica Romana. Para Aristóteles el universo
no solo era viejo, sino que era eterno. En la obra de Tomás de Aquino se
destaca su esfuerzo para reconciliar la filosofía aristotélica con la Biblia. En 1543, Nicolás Copérnico publicó una obra en la que afirmaba que la tierra
y los planetas orbitaban alrededor del sol. Aunque esta teoría, realmente científica,
fue cuestionada por hombres tales como Martín Lutero y Juan Calvino, y por la
Iglesia Católica, impregnada de la filosofía de Aristóteles, debemos reconocer
que Copérnico no estaba contradiciendo a la palabra de Dios. Copérnico estaba
contradiciendo a Aristóteles y sus discípulos. A pesar de toda la evidencia en
su contra, la Iglesia Católica dejó la obra de Copérnico en una lista de libros
prohibidos hasta el año 1822. En 1632, Galileo Galilei, el primero en notar las montañas de la luna, los
satélites de Júpiter, el anillo de Saturno y las manchas del sol, publicó una
obra en la que afirmaba el movimiento de la tierra, obra con la cual atacaba a
“la vaca sagrada” del aristotelismo de la academia y a la doctrina de la Iglesia
Católica. Bajo amenaza de muerte Galileo tuvo que “retractarse”. Galileo se
sometió al juicio y, arrodillado y vestido de cilicio, juró sobre los
Evangelios no volver a enseñar nunca más el movimiento de la tierra ni la
estabilidad del sol. Se dice que, al levantarse del suelo, dijo en voz baja: “Y
se mueve, a pesar de todo”.
Conclusión
Las consecuencias del avance científico, del cual todos nos beneficiamos,
no han comprometido la revelación de Dios. La Biblia revela el despliegue del
eterno plan de redención en Cristo, mientras que la ciencia se ocupa de
observar lo que sucede aquí y ahora, los fenómenos en la naturaleza, las
regularidades que indican la presencia de alguna ley; lo cual, a propósito, es
evidencia de un legislador. La ciencia está limitada al ámbito natural y no
puede ocuparse de lo sobrenatural. Cuando la Biblia describe, por ejemplo, el curso del sol desde el punto de
vista del observador es precisa al indicarlo, usando un lenguaje que
reconocemos y utilizamos todavía. Sin embargo, esto no quiere decir que la Biblia
es imprecisa cuando narra eventos históricos, aunque a veces apele al lenguaje
fenomenológico. A veces, la ciencia postula alguna teoría, pero si esta teoría va más allá
del método científico, y se extiende, por ejemplo, al origen, aquella teoría no
es científica. Es un supuesto. Un supuesto de científicos que no reconocen sus
límites. La Biblia nos dice cómo Dios creó “los cielos, y los cielos de los
cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y
todo lo que hay en ellos” (Neh. 9:6; cf. Ex. 20:11). La ciencia no puede ayudarnos
a saber esto.