La semana de la creación


 
Por Josué I. Hernández

 
La humanidad siempre ha estado intrigada con el tema de los orígenes. La ciencia, sin embargo, no puede satisfacer esa curiosidad, porque no puede abordar la cuestión de los orígenes con el método científico, el cual requiere de observación y experimentación.
 
Sin embargo, el primer versículo de la Biblia responde al anhelo humano acerca del origen: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gen. 1:1). Esta gran afirmación es tanto fáctica como literal. En el presente artículo destacaremos algunos pensamientos importantes.
 
El Creador
 
La fuente eterna detrás del universo es Dios. A diferencia de los antiguos relatos paganos, la Biblia no ofrece una explicación formal para la presencia de Dios. Se le presenta simplemente como el Creador autoexistente y eterno (cf. Sal. 90:2).
 
La palabra hebrea “elohim” (“Dios”) probablemente deriva de una raíz que significa “fuerte”. Se emplea especialmente en las Escrituras para enfatizar el poder creativo del Señor y su soberanía sobre el mundo. El sustantivo elohim, tal como se usa en Génesis 1:1, es plural, a pesar de que los verbos son expresados de manera singular. Algunos eruditos argumentan que el plural indicaría la plenitud de poder del Señor, mientras que otros ven una sugerencia de la trinidad del Ser de Dios, lo cual se observará en otros pasajes (ej. Gen. 1:28; 3:22; 11:7).
 
El Nuevo Testamento deja claro que el Señor Jesucristo, antes de su encarnación, fue clave en la creación (Jn. 1:1-3; col. 1:16; Heb. 1:2). El hecho de que “elohim” se use con el verbo singular “bara” (“creó”) niega la afirmación de algún vestigio temprano de politeísmo a la vez que indica pluralidad en el Ser de Dios.
 
Lo creado
 
El universo no se creó a sí mismo, lo cual ha sido afirmado por más de algún ateo. Si la materia tiene el poder innato de crearse a sí misma, sería razonable observar cómo tal cosa está sucediendo. Pero, no sucede, como lo expresa la primera ley de la termodinámica. Se puede concluir, por lo tanto, que la materia nunca ha tenido, ni tendrá, la capacidad intrínseca de existir.
 
Génesis 1:1 afirma que Dios (“elohim”) creó (“bara”) los cielos y la tierra. El verbo “bara” se usa en el Antiguo Testamento para indicar la actividad divina. Las consideraciones contextuales señalan que la acción de Dios en Génesis 1:1 es una creación “ex nihilo”, es decir, de la nada (cf. Sal. 33:9; Heb. 11:3).
 
Los cielos y la tierra incluyen todos los elementos materiales del universo en su condición compositiva. Y, aunque las Escrituras no lo mencionan específicamente, debiésemos inferir que los ángeles fueron creados en este momento, porque luego leemos que toda la creación fue completada en la primera semana (Ex. 20:11) y que los ángeles se regocijaban jubilosos cuando la tierra se fundó (Job 38:4-7).
 
Algunos afirman que existe una enorme brecha que abarca miles de millones de años, entre Génesis 1:1 y 1:2. Sin embargo, no hay absolutamente ninguna base para tal idea extravagante, la cual fue inventada a principios del siglo XIX como un medio para armonizar la Biblia con la escala de tiempo evolutiva.
 
Es verdad que, inicialmente, la tierra estaba desordenada y vacía al comienzo del primer día. Es decir, este planeta no poseía la forma y condiciones para la vida en ese instante. Sería alguna masa indefinida de materia, sin las innumerables formas de vida que más tarde la poblarían. Quienes sostienen que la tierra en ese momento era funcional, con formas de vida primitiva, lo afirman sin evidencia. Tales ideas reflejan un intento inútil de conciliar el registro del Génesis con el panorama del evolucionismo.
 
Al momento de ser creada, la tierra estaba envuelta en oscuridad. En este momento el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Gen. 1:1,2). La palabra “abismo” da a entender que la consistencia origina de la tierra era fluida en lugar de sólida.
 
Entonces, Dios habló: “Haya luz, y hubo luz” (Gen. 1:3, VM). Esta luz resplandeció sobre el planeta. La naturaleza de aquella luz no se revela. Era una fuente temporal de iluminación que marcaba los días hasta que existieran el sol, la luna y las estrellas, en el día cuarto (Gen. 1:14). El Nuevo Testamento indica que esa luz original tipificó el evangelio de Cristo, el cual en última instancia proporcionaría la luz espiritual a la humanidad (2 Cor. 4:4).
 
Los días de la primera semana del Génesis fueron días literales y consecutivos, de 24 horas, como los días actuales, cada uno caracterizado por una tarde y una mañana, y por el uso de números ordinales de conexión (cf. Num. 7:12 y sig.). En consideración de esto, no hay justificación para extender los días de la creación a vastos eones de tiempo en los cuales se desarrollaría la evolución darwiniana. Así también, es ilegítimo siquiera sugerir que hubo largos períodos de tiempo entre los días de la creación. Aún más absurda es la noción de que la expresión “primer día”, “tarde y mañana”, etc., fueran meros recursos literarios.
 
Día uno
 
La frase “En el principio” revela claramente que el universo no es eterno. La ciencia moderna lo confirma. La segunda ley de la termodinámica, que demuestra que el universo se está desgastando implica que tuvo un comienzo (cf. Heb. 1:10,11).
 
Esta frase inicial se enfoca en el momento del comienzo. Antes de este evento el tiempo no existía. Aunque no se nos da una fecha precisa para “el principio”, el tiempo de la creación no es un asunto irrelevante o de opinión. Sencillamente, el universo no tiene miles de millones de años, como afirman los evolucionistas. El hecho es que el universo y la humanidad comparten su comienzo dentro de la misma semana (cf. Mar. 10:6; Rom. 1:20).
 
Día dos
 
En el segundo día de la primera semana de la tierra, Dios hizo la expansión (heb. “ragia”) para separar dos niveles de agua. Esta palabra se emplea en diferentes sentidos en este capítulo, para indicar los cielos atmosféricos y los siderales (cf. Gen. 1:14,20).
 
Las “aguas sobre la expansión” conformaron una cubierta de vapor denso que rodeaba la tierra antediluviana. Mientras que las aguas bajo la expansión fueron reunidas en un solo lugar dejando espacio a la tierra compactada en el día tercero. Obviamente, esto implicó movimientos geológicos masivos. Se formaron cuencas que drenaron las aguas (cf. Sal. 33:7) y la masa de tierra fue empujada hacia arriba.
 
Día tres
 
En este día nació el mundo de la botánica. Dios habló y la tierra produjo hierba y árboles frutales. Obedeciendo la orden divina, el mundo llegó a ser vegetalmente fructífero. La fruta estaba madura y lista para ser consumida.
 
La Biblia nos enseña que la vegetación surgió antes que la vida marina, un hecho que entra en conflicto con el escenario evolutivo. Nuevamente, no hay manera de armonizar el Génesis con el evolucionismo.
 
El texto sagrado revela que la vida vegetal fue diseñada para producir según su “especie”. Esta palabra se utiliza diez veces en este capítulo, y es científicamente consistente con las leyes de la genética. La palabra “género”, que se emplea en diferentes sentidos en la Biblia, parece indicar una amplificación de “especie”, lo cual implica que no todas las formas de vida derivan de una fuente original, es decir, no comparten un ancestro común.
 
Día cuarto
 
El sol, la luna y las estrellas fueron creados este día. Algunos sostienen que estos cuerpos celestes fueron creados (heb. “bara”) en el principio (Gen. 1:1) mientras que fueron “hechos” (heb. “asah”) el cuarto día, siendo de esta manera constituidos como cronómetros terrestres aunque ya existían. Esta argumentación siempre va ligada a la teoría “brecha” (ing. “gap theory”). Sin embargo, los verbos “bara” (“crear”) y “asah” (“hacer”) son sinónimos (cf. Gen. 1:26,27; 2:2,3; 5:2).
 
Es importante enfatizar que los verbos “formar”, “crear” y “hacer” se usan intercambiablemente con referencia a la creación de Dios en muchos lugares de la sagrada revelación (ej. Ex. 20:11; Sal. 8:3; 33:6; 90:2; Prov. 3:19; Is. 43:7; Heb. 11:3).
 
Si Dios hubiese querido dar la impresión de que el sol y la luna fueron descubiertos en el cuarto día, al despejarse alguna nubosidad primordial, podría haberlo expresado con tanta precisión como lo hizo con referencia a la tierra en Génesis 1:9. No obstante, aprendemos que la tierra existió antes que el sol, la luna y las estrellas, lo cual contradice la cosmogonía evolutiva.
 
Los cuerpos celestes debían funcionar para señalar y, por lo tanto, fijar, cosas tales como, la navegación, las estaciones, e incluso, una profecía (cf. Mat. 2:2). Sin embargo, las estrellas no son un fin en sí mismas, así como ninguna cosa en la creación lo es (cf. Mat. 6:26,28). Los cielos son un medio que expone la gloria de Dios (cf. Sal. 8:3; 19:1-6).
 
El viaje de la tierra en torno al sol determinaría el año, y el viaje de la luna alrededor de la tierra establecería el mes. Sin embargo, no hay base alguna para la superstición de la astrología.
 
Día cinco
 
Los seres vivos de los mares, y las aves, fueron creados el quinto día de la semana de la creación. A diferencia del panorama evolutivo darwiniano, la vida estuvo primero en la tierra y luego en los mares. Además, la teoría de la evolución afirma que los peces aparecieron millones de años antes que las aves, con los reptiles evolucionando entre estos dos grupos, lo cual contradice la narrativa bíblica.
 
El día quinto Dios creó los grandes “monstruos marinos”. Esto incluiría animales como la ballena. Por ejemplo, la ballena azul, la cual puede llegar a pesar unas 180 toneladas (el equivalente a unos 33 elefantes) y medir hasta 29 metros de largo. Su corazón es del tamaño de un automóvil pequeño y durante la temporada principal de alimentación puede consumir alrededor de 3,600 kilogramos de krill por día. Es más ruidosa que un motor a reacción: Sus “cantos” alcanzan los 188 decibeles mientras que el ruido de un jet llega a los 140 decibeles.
 
Pero, el término hebreo para “monstruos marinos” es mucho más amplio, incluyendo a todos los animales que hoy catalogamos como “dinosaurios acuáticos”.
 
Día seis
 
Este día fueron creadas las criaturas de la tierra seca. Se mencionan varias categorías genéricas, para indicar al ganado, los reptiles y las bestias en general. Según parece, la mención clasifica a estos seres entre domésticos y salvajes, y sus métodos de movimiento, caminar o arrastrarse. Es decir, se mencionan según sus características distintivas más evidentes, para un rápido reconocimiento.
 
Entonces, Dios, es decir, la Deidad, expresó verbalmente su deseo, y lo hizo de manera plural, “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gen. 1:26). Esto no implica que Dios tenga cuerpo (cf. Os. 11:9; Mat. 16:17; Jn. 4:24; Hech. 17:29). Tampoco sugiere que el hombre es deidad en algún sentido. Sin embargo, sí implica que el hombre es claramente superior sobre el reino animal. Posee rasgos de su Creador. Tenemos componentes estéticos, morales, sociales y espirituales. En fin, tenemos un espíritu eterno, y, por lo tanto, no somos meramente un cuerpo animado.
 
Al hombre le fue conferido dominio sobre las otras formas de vida, lo cual implica la responsabilidad de supervisar y administrar correctamente el planeta. El hombre es mayordomo de las propiedades de Dios (Sal. 24:1), y en última instancia dará cuenta de su mayordomía (cf. Luc. 16:2).
 
Llegando a Génesis 1:27 leemos, por vez primera, una mención explícita de la sexualidad. La humanidad tiene dos géneros, masculino y femenino. La primera pareja creada fue un hombre y una mujer. Esta referencia, sin duda alguna, allana el camino para la introducción del sagrado matrimonio, especificado en el capítulo 2. Jesucristo declaró “pero al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” (Mar. 10:6). Por lo tanto, el ser humano no es un “recién llegado” en el planeta tierra.
 
Dios mandó a Adán y a Eva a que se multiplicaran llenando la tierra (Gen. 1:28). Esto solo fue posible por el diseño de sus cuerpos el cual permite la intimidad sexual y la procreación.
 
Dios proveyó para el bienestar del ser humano diversas hierbas y frutas, “He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer” (Gen. 1:29). Esto puede indicar que en un principio la humanidad era vegetariana. Sin embargo, reconocemos también que más tarde Dios asignó la carne como sustancia alimenticia (Gen. 9:3,4).
 
Conclusión
 
Al concluir la semana de la creación, Dios observó que todo lo que había hecho era perfecto en su función, bueno “en gran manera” (Gen. 1:31). Esta expresión indica que no había mal ni corrupción en el medio ambiente de la tierra.
 
Génesis 1 no es una poesía, o mito, es prosa histórica, es decir, es un registro histórico de lo que realmente sucedió.
 
El texto sagrado de los orígenes es sublime, infinitamente elevado por sobre las absurdas mitologías de antaño y las especulaciones modernas.
 
Génesis 1 responde a una de las preguntas más fundamentales de la mente humana: ¿Cómo se originó el universo y la humanidad?