¿Qué dice Dios de sí mismo?

 


Por Josué I. Hernández

 
La Biblia es la autorrevelación de Dios. Podemos deducir algunas cosas de él a partir de la naturaleza (Rom. 1:20). Sin embargo, para conocerlo plenamente debemos dejar que él nos hable acerca de sí mismo en su palabra, la Biblia.
 
Él es Espíritu (Jn. 4:24). Las referencias físicas a él (ojos, oídos, brazos, manos, dedos) son simplemente figuras. Los espíritus no tienen carne ni huesos (Luc. 24:39).
 
Él es eterno (Sal. 90:2; 1 Tim. 1:17). Él es “yo soy” (Ex. 3:13,14), quien existe por sí mismo, un nombre similar a YHWH, traducido “Jehová” o “Señor” (Ex. 6:3). Expresa tanto su existencia como su presencia. Debido a que Dios trasciende el tiempo, su perspectiva es mayor que la nuestra.
 
Él es omnipresente (Sal. 139:7-10). Él está en todas partes o, mejor dicho, todo lugar está presente delante de él. Por lo tanto, no está limitado a una localidad específica (cf. 1 Rey. 8:27).
 
El es omnipotente (Gen. 17:1; Apoc. 4:8). Él es Dios todopoderoso, capaz de hacer lo que él decida hacer (cf. Luc. 1:37). La Biblia comienza cuando Dios decide crear el universo de la nada (Gen. 1; Heb. 11:3).
 
Él es omnisciente (1 Jn. 3:20; Heb. 4:13). Su absoluto conocimiento lo distingue (Is. 41:22,23), llegando a saber lo que sucederá (Is. 46:10), y lo que podría haber sucedido (cf. Gen. 22:12; 1 Sam. 23:10-13).
 
Él es santo (Is. 6:3; Apoc. 4:8). Es apartado, y venerado. Sólo él es reverendo (cf. Sal. 111:9). Él es único, tanto en naturaleza como en conducta, lo que algunos llaman “santidad ética”.
 
Él es justo (Deut. 32:4; Sal. 89:14). No podría hacer algo diferente a lo que es correcto. Su propia naturaleza define lo que es correcto, es decir, él es el estándar de la justicia.
 
Él es luz (1 Jn. 1:5). La luz indica bondad, justicia y verdad (Ef. 5:9), mientras que la oscuridad indica ignorancia, error y maldad. Estos últimos ni siquiera pueden ser tolerados por él (Sant. 1:13).
 
Él es amor (1 Jn. 4:8,16). Él ama por su naturaleza, no por nuestra “bondad”. Es una cuestión de su voluntad activa, no una simple emoción, aunque esto ciertamente está involucrado. Su amor es activo y abnegado (cf. Jn. 3:16).
 
Él es compasivo y clemente (Deut. 4:31; Sal. 86:15). Este es un sentimiento de simpatía que motiva la acción de socorro, el dolor de corazón hacia los afligidos unido al deseo de brindar alivio. Aunque la misericordia va más allá de la justicia, no la ignora (Is. 30:18).
 
Él es misericordioso (Sal. 86:15) expresando una disposición favorable (Sal. 145:9), incluso hacia quienes no lo merezcan. Él es el Dios de gracia (1 Ped. 5:10). El amor, la misericordia y la gracia van de la mano (Ef. 2:4,5).
 
Él es longánime y paciente (Sal. 86:15; 2 Ped. 3:9). Su paciencia puede estar ligada a su justicia o su misericordia, pero no es ilimitada.
 
Él es celoso (Ex. 20:5). Su justicia requiere que él esté celoso de su honor, porque no puede dárselo a ningún otro (Is. 48:11).
 
Él se aíra (Jn. 3:36) en el sentido judicial. Es su respuesta a la impiedad y la injusticia (Rom. 1:18; Ef. 5:3-6), una consecuencia lógica de su santidad y justicia.
 
Él es severo (Rom. 11:22). Él es fuego consumidor (Heb. 12:29). Por lo tanto, no debemos subestimar su severidad (Apoc. 14:9-11). Él mismo nos ofrece el cielo, pero también nos advierte del infierno.
 
Él es inmutable (Mal. 3:6; Sant. 1:17). Su naturaleza y carácter son siempre los mismos. Él es el mismo Dios del Antiguo Testamento. Él podría cambiar sus actividades, cambiando de opinión, pero este cambio no es por inconstancia, sino un cambio necesario en vista de condiciones preestablecidas (cf. Jer. 18:7-10; 26:13; Jon. 3:10).
 
Él es fiel (1 Cor. 1:9; 2 Tim. 2:13). No puede negarse a sí mismo, ni negar su palabra, ya sean sus advertencias como sus promesas (cf. Jos. 23:14-16). El paso del tiempo no afecta su fidelidad (2 Ped. 3:8,9). Sencillamente, podemos confiar en él.
 
Conclusión
 
Algunos están mal preparados para acercarse a Dios. No podrían servirle, ni agradarle. Ignoran voluntariamente lo que él ha revelado de sí mismo, para luego pintar una imagen de cómo les gustaría que él fuera (Sal. 50:21).
 
Necesitamos una visión precisa y equilibrada de Dios, teniendo en cuenta todo lo que él ha dicho de sí mismo. “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios” (Rom. 11:22).